Procesos de agua. Máscara mortuoria. Residencia Accionar, Anolaima, Colombia, 2015. (Foto: Tzizi Barrantes).
Elvira Santamaría: Performance para los vivientes
Se considera una sobreviviente. Porque no logra superar del todo el asesinato de su padre. Porque cuando cree haber vencido el dolor, queda el vacío. Porque insiste en hacer arte con su cuerpo, sus conceptos y vivencias para compartir con el público su aspiración a vivir y morir de una manera digna. Porque respira con la sanadora exploración del performance y de un hallazgo que le suma dicha: toca el violín que de niña le fue vetado y, cuando la música emerge, llora de alegría.
Elvira Santamaría (Ciudad de México, 1967) es una figura central del performance y del arte acción en México. Aquí se formó en pintura en La Esmeralda y realizó estudios de maestría en Artes Visuales en la Universidad de Ulster, Irlanda del Norte. Tiene diez años viviendo en aquel país aunque desde 1994 empezó a ser extranjera por sus continuos viajes a festivales de performance en Europa del Este y el resto del continente. Viaja a México cada tanto y en días recientes ocupó la Ciudadela del Arte en Zacatecas como parte del quinto Festival Internacional de Performance Corpórea, realizado del 23 al 27 de julio. Antes estuvo en las ciudades de Querétaro y Oaxaca, por mencionar sus estancias más próximas.
La creadora mexicana integra el grupo Black Market International (BMI) desde hace 19 años; un sólido colectivo performativo que inició solo con hombres y donde la testosterona y los egos eran la simiente. Para el cambio de milenio, la invitaron a sumarse a la Expo 2000 en Hannover y desde entonces asume el aprendizaje entre individualidades, desencuentros y mucha discusión. Actualmente, BMI está integrado por tres mujeres (Santamaría y las canadienses Myriam Laplante y Julie Andrée T.) de un total de diez artistas procedentes de Singapur, Irlanda del Norte, Alemania, Finlandia, Canadá, Países Bajos, Suiza y México.
Reconoce como su seña de identidad a varios artistas que la marcaron cuando tuvo lugar el Primer Mes del Performance en el Museo Universitario del Chopo en 1992 y conoció al artista canadiense Richard Martel y al poeta francés Serge Pay. También le serían fundamentales Felipe Ehrenberg, Marcos Kurtycz, Maris Bustamante, Melquiades Herrera y Mónica Mayer, en quienes veía más un lenguaje gestual y personalidad sugerente, que un estilo o “forma de hacer” determinados. Cada uno, con su gestualidad, se convertía en un libro para descubrir, como fue una inagotable fuente de aprendizaje la biblioteca de Martel, que Elvira considera la depositaria más importante en el mundo sobre el arte acción. La joven pasaba días encerrada en la biblioteca de la casa del artista, tratando de ejercitar la “imaginación poética” que le detonó escuchar por vez primera sobre el performance en La Esmeralda. Cuando hacía sus acciones sin saber de qué se trataba eso en lo conceptual. Pese a todas las incógnitas, estudió, respetó su propio proceso y creció.
Parábola XI: Lucha por la paz. Bruselas, 2016. (Foto: Beatrice Didier).
Café en mano, conversamos con la artista. Su voz amable contrasta con la seriedad de su rostro, dulcificado por esos instantes donde habla de música y un violín.
¿Cómo interiorizas y muestras el fenómeno de la migración? Tú eres una extranjera en Europa desde hace 25 años.
El sufrimiento humano ha sido mi preocupación desde que tengo uso de razón. De niña, cuando veía a la gente pidiendo limosna, le daba mi domingo; mi padre me regañaba porque decía que no era la manera de solucionar las cosas y yo lloraba mucho. Pero en el performance desde siempre hablo del sufrimiento humano. De hecho, el primero que hice en el segundo festival en el Ex Teresa Arte Actual (1993), fue en memoria de mi compañero muerto y de los sobrevivientes del terremoto de la India. Pero también lo dediqué a los espectadores. Les dije: “Todos somos sobrevivientes”.
¿Por qué eres una sobreviviente?
Porque pensé muchas veces que no iba a superar momentos trágicos. Un evento que marcó mi vida fue el asesinato de mi padre, en 1995. Después de la crisis tremenda del 94, cuando sucedió una devaluación, mucha gente perdió su trabajo y la violencia escaló. Desde entonces he visto un declive que parece no tener fin.
¿Es por el asesinato de tu padre que reivindicas en tu obra no solo la vida sino la muerte dignas?
Aspiro y creo que podemos vivir y morir de una manera digna. Tenemos que transitar a la muerte sin violencia. Ese será el momento cabal para llamar civilizada a una sociedad. Como artista, trato de hablar de eso. No me canso porque creo que hay que tratar de sanar. Cuando me refiero a sanarse, hablo de tener la capacidad de cultivar la resiliencia. Y la gente se interesa porque no tiene los medios para lograrlo. Mientras algunos pueden contar con elementos conceptuales para aceptar que necesitan ayuda sicológica, hay otras personas convencidas de que la creatividad puede transformar el dolor. Y yo estoy plenamente convencida: a mí el arte me ha salvado la vida.
¿De qué manera tu trabajo, en contacto con los otros, lleva a la sanación?
Es a través de la obra, pues la gente es afectada por la acción directa. Eso es lo que he encontrado en el arte del performance: que mediante una acción se pueda provocar a la gente a abrirse. Y esto por cualquier razón: estética, ética, o porque interpreta algo que le ha movido. Entonces, después de cada acción, trato de entablar un diálogo con las personas, no para explicarles la obra sino para que hablen. Cuando los demás no verbalizan sobre mi obra sino sobre ellos mismos, de lo que les sugiere para su vida, entonces mi obra ha valido la pena. No me interesa la parte de la retroalimentación si se centra en la obra.
¿Cuál es la estética que te importa en el trabajo?
Mi estética se basa en mi presencia y en el mínimo de elementos para tratar de causar un impacto. Mostrar: esta presencia humana es creativa y puede sorprender. Estoy solamente yo, mi cuerpo y todas mis facultades mentales. Y la gente se conmueve. Eso es lo que me importa, no que surjan preguntas como ¿qué quisiste decir? Cuando me plantean eso, respondo: “Eso no se los puedo decir. No voy a matar mi propia obra. Ustedes saben lo que quise decir”. Se las aviento y viene la etapa que me interesa: poner en las manos del espectador un problema simbólico, que lo entendido sea valorado por ellos mismos. Y el diálogo no tiene que ser con el artista solamente, sino con otras personas.
Acción en el espacio público. Ciudad de Querétaro, 2013. (Fotos: Cortesía de la artista).
¿Por qué los públicos tenemos tan asimilada la autoridad del artista y el menosprecio al conocimiento propio?
Es la autoridad pero es tener miedo al riesgo. Un sujeto maduro es el que se atreve a pensar por sí mismo, a emitir una opción. Y eso puede ser muy fuerte para la gente, en todo el mundo. Yo por eso salgo a la calle a hacer la obra, porque es un contexto libre en donde la gente te puede cuestionar si considera que estás invadiendo su espacio o porque se siente ofendida o incómoda. Me ha sucedido y lo veo muy bien en tanto yo debo ser capaz de responder a la persona, o incluso calmarla. Eso me ha enseñado a escuchar qué es aquello que le inquieta, preocupa, afecta o molesta a un viviente. Porque no le llamo espectador al que va por la calle: es viviente el que transita, quien lleva su historia personal a cuestas y puede estar pensando en otra cosa cuando se encuentra a “una loca” en su camino. Es cuando la acción crea un nuevo contexto en el espacio público y es el instante en que pueden ocurrir cosas maravillosas y peligrosas al mismo tiempo.
Como artista puedes tener cierto control sobre el espacio, pero el azar está allí.
Sí, está el descontrol, y me gusta porque la realidad puede cambiar incluso para mí. Y ver cómo la gente se apropia de mi obra, la hace suya. Esa es la vida de mi obra.
¿Cómo no volver al performance puro concepto, como no sucumbir al enfoque hiperintelectualizado del arte acción?
Yo sucumbo. Y me encanta. Yo digo que hago arte acción como una forma genérica de nombrar posibilidades. Y dentro del arte acción, está el performance de cámara que se realiza en espacios controlados, como una galería con un público más educado. Pero también voy al espacio público con lo que llamo acciones urbanas y arte del proceso. Me toma horas e incluso días el poder desarrollar el proceso. Y lo hago de forma metódica porque de allí puede emerger quizás una instalación, un terreno de vestigios, pero lo más importante es el trabajo del tiempo. Mis elementos de trabajo son: el tiempo, el espacio, la presencia y el contexto. Y ese juego demanda creatividad.
¿Qué te ha dado esa larga estancia en Irlanda, tu extranjería?
Reconocer la diferencia. Esa diferencia que a veces no acepto por rollos personales, pero ver la diferencia y a la vez ver lo fundamental en el ser humano: nacemos, morimos, amamos, no nos aman, queremos sobresalir, no podemos. Y esa diferencia me ha puesto en situaciones de una investigación en serio. Una investigación que no me deja dormir.
¿Una investigación personal, antropológica, filosófica?
De todo: leo mucho, me interesa el sicoanálisis para entender la violencia, por ejemplo; también reviso mucha historia, hago comparaciones de contextos, temas biológicos. Me siento libre de ver, explorar, escuchar conferencias, tomar cursos y seminarios diversos, para aproximarme. Ahora estoy aprendiendo a tocar el violín. Cuando no podía salir del país, por trámites migratorios, me puse a tomar clases. Y me está gustando mucho. He llorado de alegría cuando la música comienza a emerger. Así que recomiendo a todos que realicen algo que en su infancia no pudieron: hay un reencuentro donde algo se realiza.
Estudiaste pintura y filosofía pero no concluiste las carreras. ¿Qué hallaste en el performance para dejar los otros asideros?
Fue: yo soy la materia de creación. No tengo que hacer objetos. Es trabajarme a mí; lo que hemos aprendido y enseñado, ahora lo transformo; transformo el hábito. Y eso me voló los sesos al espacio. Dije: aquí hay un camino de la libertad humana, tremendo. Y desde entonces no he dejado de hacerlo.
Corpología de la resiliencia performativa: Las políticas de la psique. Jornadas de Desbordamientos y Periferias Feministas.
Centro de Arte Bernardo Quintana, ciudad de Querétaro, 2019. (Foto: Fausto Gracia).
Son tiempos de violencia en México. Cuando viajas y generas acciones en el espacio público, ¿la gente te demanda algo de denuncia, justicia o castigo ante la violencia? ¿Tú te deslindas o asumes la problemática?
Son tiempos de duelo y al mismo tiempo de lucha por la justicia; me interesan las dos. No vamos a terminar el duelo si no hay justicia y, sin embargo, no podemos esperar más. Yo podría seguir aguardando en el caso de mi padre, pero en 20 años no hemos tenido justicia, no se resolvió nada. Al mismo tiempo, los demás y yo tenemos que ayudarnos en nuestros procesos de duelo, activarnos en nuestro desarrollo, curarnos de la apatía, del cinismo, de la ignorancia. Son cosas que debemos hacer al mismo tiempo. En mis laboratorios, me refiero a procesos creativos sobre la resiliencia porque la gente quiere expresarse y llorar; quiere trabajar con un objeto algunos temas como el suicidio, las drogas, la falta de recuperación personal. En todos puede haber lagunas pero como país existe una atmósfera difícil que es el duelo no realizado. Al parecer todo fluye y seguimos arrastrando un dolor. Y en esos laboratorios la gente se observa, llora, se expresa y se da cuenta de cosas. Hay algo que despierta.
A partir de todo este proceso creativo y personal, ¿lograste cerrar el duelo de tu padre, encontrar un tipo de justicia o reconciliación?
Sí. A falta de justicia como tal —que si me quedara esperándola, me mataría o permanecería muy enojada—, creo en la justicia retributiva. Tengo ganas de vivir, de seguir haciendo mi trabajo y ayudando en lo que pueda a través de estos laboratorios y de mi arte acción en la calle. Al activarme en ellos, encuentro para mí una forma de justicia. En cambio, todavía a mi familia le falta. He hecho el intento de trabajarlo juntos pero soy cercana y el proceso se complica. Sin embargo, creo que con mis seres cercanos existe la posibilidad de abrir esas puertas, sin puertas, que para mí es el performance. Y espero que las herramientas que tengo, ayuden. Uno quizás no se sana por completo, pero creo que cumplimos una tarea si uno puede lograr que sane un poquito el mundo.
29 de julio de 2019.
Angélica Abelleyra
Periodista cultural especializada en artes visuales y literatura tanto en medios impresos como digitales y en televisión. Es licenciada en Comunicación por la UAM Xochimilco y es autora entre otros libros de Se busca un alma. Retrato biográfico de Francisco Toledo (Plaza & Janés, 2001) y Mujeres Insumisas (UANL, 2007). Hizo la coordinación editorial y la curaduría de la retrospectiva en el Centro Cultural Tlatelolco/UNAM, Rogelio Naranjo, Vivir en la raya (Ed. Turner, UNAM, 2013). Es coautora de los libros Héctor Xavier, el trazo de la línea y los silencios (junto a Dabi Xavier, UV, IVEC, 2016) y De arte y memoria. Bela Gold, una propuesta visual desde los archivos desclasificados de Auschwitz (UAM). Integra el consejo consultivo del Museo de Mujeres Artistas, MUMA.