Niñas, niños y jóvenes de la Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca Tepito ensayando para su debut en el Auditorio Nacional. (Fotografías, cortesía de Óscar Mertz).

 

La cita era a las cuatro de la tarde. Había que bajar en la estación del Metro Lagunilla, andar unos pasos y doblar a la izquierda en Jesús Carranza. Me acompañaba el joven baterista Alejandro Hernández Lanzagorta, quien fungía como coordinador de la Orquesta Esperanza Azteca Tepito. En nuestro andar sorteábamos los icónicos puestos callejeros que ofrecían pambazos, playeras impresas con imágenes de grupos de rock, chucherías, electrodomésticos, discos de acetato, películas piratas, entre otras tantas variedades de productos que nos acompañaban hasta nuestro destino, el Centro de Desarrollo Comunitario (CDC) de Tepito.

En el CDC nos esperaba el magnífico músico egresado del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles de Venezuela, Gabriel Díaz, junto con quince maestros más, uno por cada intsrumento musical que integraba la orquesta y el maestro de coro. El Sistema, como coloquialmente se le conoce, ha sido un modelo de educación musical sin precedentes en el mundo, diseñado por el músico y humanista José Antonio Abreu, que logró en su momento una sólida estructura social en aquel país sudamericano. El Sistema se basa en la formación de cientos de núcleos musicales incrustados en zonas vulnerables; a través del mismo han surgido una gran cantidad de músicos que nutren las mejores orquestas del mundo, entre ellos Gustavo Dudamel, quien en la actualidad dirige la Ópera de París y anteriormente, por cerca de una década, la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.

Esperanza Azteca, bajo la dirección artística del músico poblano Julio Saldaña y el gran liderazgo de Esteban Moctezuma, en la década pasada, se inspiró en el modelo venezolano. Una de las cualidades de dicho método consistía en que los cerca de 100 niñas, niños y jóvenes que participaban en la orquesta recibían instrucción especializada y solfeo por instrumento durante dos horas diarias, de lunes a viernes, al igual que el coro integrado por otros 100 niños y niñas. Concluída la primera parte de la jornada, durante las dos horas siguientes, los alumnos se reunían para participar al unísono en la orquesta y el coro. Es decir, se trataba de un modelo de enseñanza de tiempo completo cuyos resultados podían verse en tan solo unos meses.

El músico venezolano Gabriel Díaz, egresado de “El Sistema de Orquestas y Coros” de aquel país, fungía como el director de la orquesta de Tepito.

 

Gabriel, como tantos otros maestros, constituían la base de enseñanza de las cerca de 85 orquestas que se formaron con el programa de Esperanza Azteca. Alrededor de 1,300 maestros participaban en el programa, la mayoría integrantes de orquestas sinfónicas de las entidades del país que por las mañanas ensayaban en éstas y por las tardes complementaban sus ingresos enseñando en las orquestas y coros infantiles. Asimismo, la base de alumnos que participó en aquel programa fue de más de 16,000 que formaban, además de las orquestas distribuídas a lo largo y ancho del país, dos en El Salvador, una en Guatemala y una en Los Ángeles.

Aquellos alumnos de la orquesta de Tepito, criados en ese emblemático e histórico barrio chilango, la mayoría hijos de locatarios, expresaban una nobleza excepcional. Lejos de los estereotipos que han denigrado la vida y la cultura tepiteña, los padres de familia, entregados a las actividades de sus hijos, eran los principales guardianes y promotores de dicho núcleo musical. Los tepiteños se apropiaron del proyecto, de tal manera los maestros se sentían arropados. Fue un espacio humano que se enclavó perfectamente en la comunidad para integrarse a su paisaje.

A pesar de que mi paso como coordinador de Estrategia de las Orquestas Esperanza Azteca fue de apenas año y medio, como tal, tuve la oportunidad de ver nacer y florecer a varias de las orquestas en el país. No tuve la suerte, sin embargo, de ver debutar a la de Tepito, pero sé que el Auditorio Nacional, repleto de las familias del barrio e invitados, irradió una energía inusitada que hoy todavía vibra en los confines de la ciudad. El programa consistió en un variado repertorio que incluía obras clásicas, piezas populares con un encore de cartelera: la emblemática canción de la Sonora Santanera, “Los luchadores”, que sirvió de recuadro para que aquella juventud, enmascarada, haciendo honor a una manifestación cultural que ha vuelto también famoso el barrio de Tepito, cantara y tocara fervorosa y eficazmente cada uno de sus instrumentos.

Entiendo que el programa no pudo sostenerse en su tránsito al gobierno federal; la pandemia y razones presupuestales o adminsitrativas, supongo. No obstante me pregunto qué habrá sido de aquellos niños, niñas y jóvenes que pasaron por esas orquestas y coros durante los años que se mantuvo Esperanza Azteca. Algunos habrán ingresado a diferentes instancias de educación superior para continuar con sus estudios musicales, otros tomarían sus propios caminos, pero sin duda, la vida de la mayoría fue tocada en pos de un mejor mañana.

En aquella época conocí gente muy valiosa dentro del proyecto, músicos, musicólogos y gestores, entre otros, Juan Antonio Cuéllar, fundador de “Batuta”, programa de similares características en Colombia, Federico Bañuelos, Oscar Mertz y Eduardo Barreda; este último me dijo, si alguna vez, mientras caminas por la calle de tu ciudad o si pasas por Tepito y en tu andar te topas con un joven tocando armoniosamente un instrumento, seguro te invadirá la nostalgia y te preguntarás si ese joven que ahora deambula regalando notas a su paso, quizás de niño participó orgullosamente en la orquesta sinfónica de su barrio. Y vendrá a tu mente la energía de aquella tarde, cuando afianzando su instrumento, impetuoso coreaba, “El Santo, El Cavernario, Blue Demon y El Bullgog”.

Orgullosos, integrantes del coro y orquesta Esperanza Azteca de Tepito, posan para la foto previo a una de sus presentaciones estelares.

 

Videos, cortesía de Federico Bañuelos.

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