Leyenda para todos los tiempos. (Imagen tomada de infobae.com).

 

Fernando Valenzuela no sólo fue un deportista excepcional, fue una figura que detonó un fenómeno cultural en Estados Unidos conocido como la Fernandomanía.

Para entender los alcances de este fenómeno, habría que situarse en la ciudad de Los Ángeles en los años cincuenta, donde en general prevalecía un sentimiento antimexicano. Los inmingrantes provenientes no sólo de México, sino de varios países de América Latina preferían perderse en el paisaje para no sufrir humillaciones y deportaciones. No querían que sus hijos hablaran español para evitar ser discriminados por sus compañeros. Trabajaban largas jornadas sin obtener las mínimas prestaciones para la subsistencia familiar. Fue la época donde emergió el movimiento por la defensa de los derechos de los jornaleros, encabezado por César Chávez.

Gracias a la boyante economía del Oeste en los años cincuenta, Los Ángeles buscaba notoriedad en el panorama del país. La oportunidad se presentó debido a que los Dodgers de Brooklyn buscaban una nueva sede que albergara a una mayor capacidad de espectadores. Fue la ciudad de Los Ángeles la que cedió al nuevo equipo facilidades para su traslado al Oeste.

Chavez Ravine, un cañón cerca del centro de Los Ángeles, habitado marginalmente por familias mexicanas, fue la zona que las autoridades destinaron para edificar el estadio. Circundada por imponentes freeways, tenía buena conectividad; además, las dimensiones del terreno eran suficientes para construir un monumental estadio con un gran estacionamiento y, finalmente, proyectaba un bello paisaje urbano, con la estampa de las majestuosas montañas del Valle de San Gabriel a lo lejos.

En su libro Daybreak at Chavez Ravine, Fernandomania and the remaking of the Los Angeles Dodgers (University of Nebraska Press, 2023), el periodista Erik Sherman, narra la historia de la construcción del estadio de los Dodgers y las tensiones que esto derivó entre las autoridades, la comunidad latina y la franquicia. El proyecto representó, de acuerdo con Sherman, un impacto negativo para los habitantes de Chavez Ravine, pues las indemnizaciones que recibieron por parte de las ciudad fueron considerablemente bajas e incluso aquellos que se negaron a recibirlas, fueron despojados de manera humillante.

Vista a vuelo de dron del estadio de los Dodgers. (Fotografía de Robert Gauthier, tomada de latimes.com).

 

No fue gratuito, pues, el resentimiento que los latinos tenían hacia el equipo, aunque el daño directo no lo habían recibido de la franquicia, sino de las autoridades. El estadio se inauguró en 1962 y de acuerdo con Sherman, durante prácticamente dos décadas, hasta 1981 con la llegada de Fernando Valenzuela, la afición de origen latino sólo representaba alrededor del 5% del total. Aunado a ello, aquellos años el resentimiento xenofóbico en contra de los inmigrantes se encontraba en la cúspide.

La llegada de “El Toro” a los Dodgers, proveniente de Etchohuaquila, un poblado al sur de Sonora, sin acceso carretero y suministro de electricidad limitado, donde los chiquillos se reunían en un campo de beisbol rupestre para divertirse y practicar el deporte, fue, sin duda, la oportunidad de acercar a las comunidades en el marco de las tensiones que se vivían entonces.

Los mexicoestadounidenses tuvieron de inmediato gran empatía con “El Toro”, pues lo sentían cercano; además de que no lograba masticar el inglés, podía parecerse a cualquiera de sus primos o alguno de sus tíos, afirma Sherman. No tenía el estereotipo del atleta, pero despedía magia con la zurda. En su primera temporada logró una victoria en la Serie Mundial ante el eterno rival, los Yankees de Nueva York, y ha sido el único jugador en la historia del beisbol en Estados Unidos en ganar el premio al mejor novato y el mejor pitcher de la liga la misma temporada.

Valenzuela logró tanta inspiración en la comunidad latina, que favoreció un diálogo intercultural con otros grupos. Los mexicanos regresaron a los terrenos que antes les pertenecieron, donde estaba postrado el estadio. De manera similar, los anglosajones tuvieron alguien a quien admirar en un grupo social que no les había generado necesariamente empatía. En el estadio ya no fueron enemigos, sino coreaban al unísono las gestas heroicas del gladiador.

Fue tanta la influencia de Fernando en la comunidad latina que hoy por hoy, este grupo representa 50% del total de los aficionados de los Dodgers. En el estadio se habla igual español que inglés, imperan las cerverzas y antojitos mexicanos; los aficionados visten jerseys con el número 34 y en la antesala se presentan los grupos de música mexicana en cada contienda.

La Fernandomanía fue sin duda un movimiento cultural que logró abrir muchas puertas a la comunidad latina, no sólo en el ámbito deportivo, sino en general en todos los espacios de la actividad humana. Hoy no puede entenderse la fuerza económica, política y cultural de California sin los mexicoestadounidenses. Valenzuela, un personaje que irradiaba una sencillez extremadamente nítida, fue uno de los principales embajadores de ese devenir histórico.

Tuve oportunidad de conocerlo en el 2017, cuando trabajé en el Consulado de Los Ángeles. Carlos García de Alba, gran diplomático y ser humano, entonces Cónsul General, me encomendó participar en la organización de un homenaje a “El Toro”, junto con el gobierno de Sonora y la Universidad del Sur de California (USC). Lo traté brevemente igual que a su esposa Linda. Recuerdo su mensaje en la ceremonia ante un grupo de estudiantes, la mayoría mexicoestadounidenses: “en el deporte se gana o se pierde, en la educación sólo se gana”. Sabias palabras de un hombre de origen humilde que aunque dejó truncos sus estudios fue el mejor en su momento. Palabras que reflejan el espíritu de la Fernandomanía, el fenómeno que logró construir allá en los ochenta y que detonó el empoderamiento de la comunidad latina: “si yo puedo, tú también puedes”.

La del recuerdo en el homenaje en el Consulado de México en Los Ángeles. A la izquierda el cónsul general, Carlos García de Alba. A la izquierda de “El Toro”, la entonces gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich. (Imagen tomada de google.com).

 

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