Quienes recuerdan los orígenes y el proceso que llevó a la creación del Centro Nacional de las Artes (Cenart), podrán decir si las celebraciones por su 25 aniversario han sido solamente un protocolo bien cuidado, ya que no sea la de malas y acusen a los actuales dirigentes culturales de homenajear un monumento del neoliberalismo. Es bueno recordar que tanto la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, como Lucina Jiménez, directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), no solo conocieron y colaboraron con el creador del Cenart, Rafael Tovar, sino que también recibieron un impulso a sus trayectorias. En el caso de Jiménez, incluso presidió el Cenart, cargo al que por cierto renunció antes de concluir la gestión de Sari Bermúdez. Ambas funcionarias no se hicieron presentes en el ceremonial conmemorativo del centro como tampoco tuvieron la iniciativa de ofrecer un balance justo de una institución creada por quien profesaron respeto como jefe y amigo. Pero así es la memoria: corta, caprichosa. Entre tantos asuntos que las directivas no se atreven a mencionar, es qué harán con el eterno problema de la educación artística profesional. Y si por los baños uno sabe en qué casa se encuentra, que se den una vueltita…
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