Alfonso Hernández, el chingón hojalatero social y cronista de Tepito

Cruzar la tierra tepiteña para contarla. El mero mero petatero de esos lares, Alfonso Hernández Hernández, nos dejó el 1 de marzo del aún pandémico 2021. (Fotografía tomada del muro de Alfonso Hernández en Facebook).

Esta es una historia en cuatro tiempos. Tan arbitraria la selección de fechas, como la vida y como la muerte, delimitadas aquí por el acercamiento periodístico a uno de los colectivos culturales más interesantes y propositivos que ha dado la ciudad de México. Todo, para recordar al “hojalatero social” y cronista de Tepito, Alfonso Hernández Hernández, fundador del Movimiento Tepito Arte Acá, quien se despidió del barrio planetario el 1 de marzo, a causa del Covid 19.

Primer tiempo-1982

El movimiento “Tepito Arte Acá, el Ñero en la Cultura” cumple diez años desde que, en palabras de sus fundadores “le dijimos adiós al barrio caracterizado, según Oscar Lewis, por las prostitutas y los teporochos, la fayuca y los rateros”, y porque “lo que hacemos no es arte para el pueblo sino del pueblo; y no es el Tepito miserable sino el centro más auténtico de la cultura urbana mexicana”.

Daniel Manrique, Alfonso Hernández y Carlos Pantoja se reúnen para una entrevista con la reportera y le explican que no, que el movimiento no nace en 1968 como suele afirmarse, sino que su historia es otra, la han investigado: desde Tequipeuhcan, lugar donde comenzó la esclavitud en 1551, cuando fue hecho prisionero Cuauhtemotzin, y después, cuando en 1770 dejó de ser el último barrio indígena para convertirse en el primero con características urbanas marginales y siguió así hasta 1910 para formarse como el último gran asentamiento a donde llega gente de toda la República: “Y nos fundimos todos”. Entonces surge “algo que en resumidas cuentas es bien cabrón pero también muy frágil; cabrón porque Tepito ha sido muy agredido y frágil por la calidad humana que hay aquí y a la que nunca se toma en cuenta cuando se habla del barrio como centro de vicios”, cuando es “el barrio más chingón de la cultura mexicana”.

Seis murales de siete metros y una serie de fotografías sobre el trabajo de Tepito Arte Acá rodean la galería José María Velasco, sobre Peralvillo en la colonia Morelos de la ciudad de México, donde tiene lugar la entrevista con este trío. Por ahí se lee en el mural: Acá Tepito donde desmadramos el idioma español para hacer nuestro vocabulario popular muy acá. Desde ahí, también, brotan artes plásticas, artes escénicas, literatura y servicios culturales.

Alfonso Hernández Hernández se unió al movimiento en 1974, a dos años de que lo fundaran Daniel Manrique (pintor, muralista), Luis Arévalo (zapatero de oficio y promotor cultural) Francisco Zenteno (pintor), Daniel Bern y Armando Ramírez (escritor). Es Alfonso quien “coordina todo el irigote, asesora a la Asociación de Comerciantes e Inquilinos y tiene el conecte con los líderes de los barrios populares de la ciudad”. Para ellos los muros tepiteños “son prolongación de nuestra carne en los patios y en las calles; prolongación de nuestros cuerpos que son para nosotros nuestra primera casa”.

Fundamentan su identidad. En síntesis: “Ahí te va un fundamento chido de lo que es el ñero, porque hemos seguido bien su rastro. Siempre nos dicen que hay que tener en cuenta al indígena y al campesino y extender el movimiento para allá, pero a ellos ya se los chingaron y los ñeros nos hemos dado color de eso, porque conocemos nuestra historia urbana y la asimilamos. Sí, a ellos ya les partieron la madre y a los que no, están destinados a ser ñeros. Así está la bronca: el indígena se hace campesino, luego se tiene que venir a la ciudad y llega a Tepito, central de la urbe marginada, y ese es el ñero, pero no así de fácil porque serlo significa un chingo de conocimientos y una historia asimilada, la cual nos sirve para enfrentar las circunstancias sociales, así como antes enfrentó a las naturales”. El movimiento “surgió para corregir las broncas internas de Tepito, como barrio marginal y como comunidad capaz de transformar los conceptos surgidos de la dominación”.

La informalidad y la improvisación, que a los ojos sociales son vicios de la sociedad, para los tepiteños son grandes cualidades que les permiten estar vivos “porque es el sistema oficial donde se provoca el desmadre y nos echan la culpa a nosotros. Se habla de teporochos y rateros, pero a los cronistas se les olvida que aquí hay gran capacidad manual, sensibilidad de reparación y aquí se encuentra el segundo lugar de producción nacional de zapatos y no se digan las reparaciones de ropa, maquinaria industrial y casera. Y todo eso por la improvisación y la capacidad de subsistir con sensibilidad”. La verdadera artesanía “es la que produce una comunidad para su uso”, dicen.

No se trata, aclaran, de planteamientos surrealistas “ni arte dizque conceptual de vanguardia urbana, sino de arte acá, de adentro de Tepito y los ñeros en la cultura no aceptamos el concepto occidental del arte”. La cultura popular es para ellos su identidad “y si esta es un desmadre pues los ñeros venimos de ese desmadre. Los académicos tratan de explicarse la cultura popular con modelos diferentes a los nuestros. Y ahí están los simposios y los cocteles pomposos en donde discuten y sueltan el verbo. Pero papas, así nunca lo entenderán, nosotros sí”.

Tepito Arte Acá, dicen sus fundadores “manifiesta dignidad y calidad humana, nunca rabia. Porque no necesitamos agredirnos más sino estar todos con todos”.

 

Intervención del artista Daniel Manrique (1939-2010) a la Mona Lisa, ñera entre los ñeros que crearon el movimiento Tepito Arte Acá. (Imagen tomada del muro de Alfonso Hernández en Facebook).

 

Segundo Tiempo: Arte Acá

se internacionaliza en 1983

En el verano de 1982 Jack Lang, el célebre ministro de Cultura de Francia, visita México y cuando su consejero técnico Jean Pierre Colin visita Tepito se da cuenta de que a pesar de los miles de kilómetros de distancia que los separan, el de Arte Acá tiene grandes similitudes con el movimiento Populart del barrio de Saulaie, en Oillins, Francia: dos casos de inmigración continua, de marginación y búsqueda de identidad. Y se pacta un intercambio.

Siete meses después, en julio de 1983, representantes de los dos movimientos se reúnen en un intercambio “de barrio a barrio, no de pintores exquisitos que van de museo a museo sino de grupos que conciben al arte en la misma cotidianeidad de la vida diaria”. Dicen los de Tepito Arte Acá que los dos grupos “son la neta de cómo debe verse el arte y la cultura, sin firmas, sin individualidades, como parte de nuestra vida”.

Los integrantes de Populart se integran, viven en Tepito, quieren conocer su vida diaria, los problemas del lugar: “Para nosotros la creación artística no empieza con el pincel y la tela en blanco, sino que comienza al convivir con la gente y la realidad”. Patrick saca una pequeña libreta que ha convertido en diccionario. No aparecen el por favor, el buenos días, el señorita del vocabulario turístico, sino ñero, a toda madre, me cae, chingadazo, apañe, al tiro, de pelos…”

Asegura Alfonso que han llegado a tal grado de identificación que en el nuevo Larousse francés se incluirá la palabra le ñeré. Y agrega Manrique que los miembros de Populart “se han mostrado como lo que realmente son: ñeros, vienen de un Tepito de Europa en el que viven. De un Tepito de los muchos que hay en el mundo en donde el arte se da en la vida, la pintura en los muros de las vecindades, la música en las banquetas; en donde el artista no integra al barrio, es el barrio quien integra al artista”.

Detrás de los dos barrios hay mucha historia, de años atrás. La de Oillins, suburbio situado a las afueras de Lyon con 30 mil habitantes: ahí el barrio de Soulaie cuenta con una rica tradición popular y está influido por una importante inmigración de africanos del norte y refugiados del sureste asiático. Los miembros de Populart se conocen en la escuela de Bellas Artes de Lyon y salen huyendo de ahí porque no les interesa que el objetivo final de los estudios sea exponer individualmente en galerías y vender su obra. Ellos quieren trabajar en la calle, en lo cotidiano, en medio de la gente y de la vida. Trabajan con enfermos mentales en hospitales psiquiátricos, con inmigrantes, en las cárceles. Y con la población al centro de la ciudad en plena mutación urbana. Por otro lado, está Arte Acá, integrado por personas distintas en un solo personaje verdadero: el ñero. Es un grupo más que comprometido, involucrado con las broncas del barrio. “Defendemos la vivienda, el patio, la calle, porque su íntima e importantísima relación es lo que le da a Tepito el sentido de barrio y de comunidad”.

Con la idea de que hay que tener grandes utopías para hacer grandes cosas, los dos movimientos hacen mancuerna. Para ellos arte no es lo que se vende, sino que la obra es un homenaje a la vida de todos los días.

 

Expresiones genuinas del barrio, del empuje y empeño de su comunidad, el equipo de futbol Las Gardenias de Tepito. (Fotografía, cortesía de Cuartoscuro, autor Enrique Ordóñez).

 

Tercer tiempo: en el terremoto de 1985

La organización espontánea que manifestó la sociedad civil durante la emergencia, rebasando a todas las instituciones, se quedó en los barrios, en las agrupaciones independientes que surgieron a partir del sismo en tantas colonias de la ciudad y que, ahí en sus calles desnudas, pusieron la primera piedra para recuperarse a sí mismos generando una nueva cultura urbana.

Los topos, la Asociación de exresidentes y sobrevivientes del edificio Nuevo León en Tlatelolco, la Unión de Vecinos y Damnificados del Terremoto “19 de septiembre” (UVyD-19), decenas de agrupaciones de artistas, Tepito Arte Acá y Comunidad Participativa Tepito (Comparte) destacan entre más de 45 agrupaciones civiles. Hacen lo que no hace el gobierno, se unen, se organizan, acogen a los niños del barrio, organizan asambleas, terapias, conciertos, subastas… Se reconstruyen. Y Alfonso Hernández está en todo eso.

 

Cuarto tiempo: del Homo-Tepitecus al Ñero en la Cultura-2019

Alfonso Hernández Hernández es el cronista de Tepito, presidió la Asociación de Cronistas Oficiales de la Ciudad de México, fundó el Centro de Estudios Tepiteños (CET) del que fue director y escribe uno de los capítulos del libro de autoría colectiva Antología de la gestión Cultural. Episodios de Vida, coordinado por Eduardo Cruz Vázquez y editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León en 2019.

“Tepito es mi espacio barrial primordial, en el que vivo desde hace 73 años. Y mi quehacer cultural ha consistido en privilegiar el carisma vecinal contra el estigma delincuencial”, escribe el cronista que nació el 29 de marzo de 1945 en la vecindad marcada con el número 54 de la calle Florida.

 

A través del Centro de Estudios Tepiteños que bien formó, Alfonso Hernández, puso en la emperifollada academia de la lengua, el ardiente y genuino albur.

 

Durante más de 40 años se entrega a la dignificación de su barrio. Contra el prejuicio asegura: “(…) si a México ya lo convirtieron en el Tepito del mundo, Tepito se significa como la síntesis de lo mexicano”.

En el mismo texto, menciona actividades e intervenciones culturales organizadas por el CET como las siguientes:

Un Diplomado de Albures Finos que se lleva a cabo desde 2014 en la galería José María Velasco. Hasta hace dos años lo impartía el mismo Alfonso junto con Lourdes Ruíz Baltazar “campeona nacional de albures”. En El cuaresmeño, compilación de textos, escribe el cronista en la presentación: “Tepito reconoce la paternidad del albur, con la señora pobreza como progenitora y la musa callejera como partera y madrina de la leche de la picardía mexicana”. Para él, con esta actividad, que se imparte gratuitamente cuarto veces al año “se reivindica la esencia de la picardía mexicana y se fomenta la lectura y el desarrollo de la inteligencia emocional”.

La poeta, editora y ensayista Julia Santibáñez cursó el diplomado y luego publicó un texto delicioso donde cita a su amigo Alfonso Hernández: “El albur va contra el lenguaje político que no dice nada, contra la mojigatería. Ni solapa pendejez ni engrandece cabrones”. Julia también es autora de una crónica https://www.razon.com.mx/el-cultural/glamour-travesti-la-cancha/ donde narra un partido de Las Gardenias de Tepito, equipo de futbol de transexuales y travestis que viven y trabajan en estéticas y comideras del barrio y que “gracias al deporte consiguieron reivindicar su estatus y ser consideradas ídolos tepiteños”, como dice Hernández.

El Centro de Estudios Tepiteños que fundó Alfonso también organiza la caminata Tepitour, la intervención y el mural de Las siete cabronas e invisibles de Tepito “con lo que se reivindicó el rol femenino en este barrio macrabón…” Y, describe el cronista, “otras ocurrencias para incentivar la vitalidad de las calles y los espacios públicos con más referentes históricos y convivenciales, en los cuales los vecinos son actores y tejedores de lo social, jugando a entrelazar lo real con lo simbólico como espejo de identidad”.

Mientras en Tepito, la Ciudad de México y muchos otrossuburbios marginales del planeta se vive el duelo por la muerte del cronista, Daniel Manrique, Armando Jiménez y Lourdes Ruíz Baltazar deben estar en algún barrio estelar organizando un irigote por la llegada de su compañero Alfonso Hernández, el muy querido cronista y “hojalatero social”.

Nadie olvida su consigna: “Tepito existe porque todavía resiste, manteniéndose quieto cómo un resorte y listo cómo un cerillo”.

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