Bitácora de un cautiverio: Días extraños

Beatriz Nava Domínguez*

“No le llames encierro, dile resguardo”, dice Karla una de las tantas mañanas en que nos acompaña, desde México y vía zoom, a hacer yoga para desentumirnos. Gracias a Gina, compañera de la Embajada, logramos formar un grupo de compañeras que, día a día, nos levantamos desde Washington para hacer ejercicio con Karla y darle estructura a estos días extraños que no tienen inicio ni fin.

Resguardo suena mejor, sin duda, aunque haya una contradicción: la invasión del trabajo en la casa es inminente. El espacio privado se desvanece por la necedad de querer llevar a la virtualidad las actividades que solíamos realizar en compañía. No es ideal, pero esta invasión virtual es símbolo de nuestro privilegio. Lo sabemos y aún así, hay cansancio, ansiedad, hartazgo. Ayudó volver a salir de a poco, aunque el miedo a lo desconocido se mantenga. La pregunta está en el aire: ¿hasta cuándo dejaremos de temer la interacción con el otro?

Las noticias desde México no reconfortan: cada vez conocemos más gente con casos cercanos; las muchas muertes inesperadas y a destiempo se acumulan. La tristeza, hay días en que no tiene fin. En el trabajo buscamos que la cultura, a través de la virtualidad, sea un bálsamo para el alma rota. Nos encontramos con obstáculos, curvas de aprendizaje. Intentamos crear conversaciones importantes, necesarias. El arte es luz y hacemos lo que está en nuestra mano para que siga brillando.

Foto: Beatriz Nava Domínguez

*Subdirectora del Instituto Cultural de México en Washington, D.C.

 

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