Carlos Monsiváis. Viajes a Fayucatán

Su dueño, Carlos Monsiváis, le bautizó como Peligro para México. Tras el fallecimiento del escritor, vive con Ava Ordorica en Tijuana. En la imagen de la izquierda, recién desempacado en junio de 2010 y la otra, hoy en día. (Fotografías cortesía de Ava Ordorica).

TIJUANA. Uno suele decir, cómo conoció a los amigos, cuando sería más atinado decir, me lo presentaron, y así en el caso de Carlos Monsiváis sería literal, porque a un hombre con tantas aristas es difícil conocerlo del todo. A lo largo de nuestros más de quince años de amistad solo puedo enunciar que fue un privilegio compartir con él desde 1993, lo cual agradezco a José Manuel Valenzuela, amigo muy querido.

La ocasión se dio en una conferencia en la cual Monsiváis hacía dupla con Blue Demon en el Centro Cultural Tijuana. Fui invitada a la cena (que no se pudo dar, debido a que el restaurante se volcó hacia ambos conferencistas), yo me despedí agradecida con Valenzuela, viendo aquel caos, le comenté que iría al Sanborns de una plaza cercana. Para mi sorpresa ahí llegaría José Manuel con Monsiváis, y tuve la fortuna de platicar largamente con ambos, conectando con él en diversos temas y desconociendo que ahí iniciaría una larga amistad.

Al día siguiente, debido su interés de ir a San Diego, cruzamos la frontera hacia esa ciudad, en lo que sería el primero de muchos recorridos. Pasé por él a su hotel. Tenía cierta preocupación, manejaba yo un Jeep, y era muy alto, pero como si nada, subió al Jeep y paseamos todo el día los dos en San Diego. Fuimos a diferentes librerías, tiendas de discos y videos (en aquel tiempo todavía eran VHS), por aquella época era Horton Plaza uno de los espacios mejor surtidos con su librería Brentanos (la famosa tienda de discos Sam Goody, y otras tiendas de su interés).

Desde aquella primera salida siempre me encargaría que seleccionara algo para su prima Beatriz Sánchez Monsiváis. Debo señalar que muchas ocasiones más adelante subiría a cualquiera de mis carros (nada lujosos), teniendo la oportunidad de ser atendido por el funcionariato, Monsiváis siempre prefirió la cercanía de los amigos, y esa maleta vacía con la que llegaba al aeropuerto, regresaba a Ciudad de México llena de objetos para su investigación y deleite.

Una amistad entrañable. Carlos Monsiváis y Ava Ordorica, en el Sanborns de la mítica avenida Revolución.

Cosas de la marca

Tuve la fortuna de compartir con él decenas de ocasiones —I’m a very lucky girl—, a esta tarea de aprovisionamiento de objetos culturales, libros, videos, que con sentido del humor él solía llamar Fayucatán. No solamente eran los momentos de compra y el seleccionar lugares que consideraba podían ser de su interés, sino el tiempo compartido durante el trayecto en el auto, era muy divertido. Mientras uno maneja, de manera inconsciente, suele entonar sus canciones predilectas —al menos es mi caso—, así que de pronto me encontraba entonando (muy mal afinada por cierto) himnos cristianos, sin importar cuál fuera, él continuaba cualquiera de ellos; lo mismo daba si lo hacía con canciones de Sinatra, Chet Baker, Javier Solís, El Piporro, Ella Fitzgerald o una canción de Disney.

El tema musical no era lo importante, simplemente Monsiváis los sabía todos, y no solamente la letra, sino la historia detrás de cada una de ellas, y el acompañamiento que hacía era genial, tenía un gran gusto por el canto, y con esa habilidad fabulosa de imitar voces. La música fue una de las muchas afinidades que la amistad compartió. Esos viajes a Fayucatán, luego se complementaron con lo que de broma llamábamos El cártel del Monsi, donde otras de sus amistades, además de José Manuel Valenzuela, se integraron a los recorridos Leobardo Sarabia, Pedro Ochoa y en un par de ocasiones, Francisco Bernal García. A él le divertía mucho mi irreverencia con ellos, en ese tiempo todos funcionarios de gobierno.

Su interés por lo fronterizo, y la situación local era permanente, siempre quería conocer nuestra perspectiva sobre la política local, actividades culturales, incidentes fronterizos, y era frecuente darte cuenta de que en muchos de los casos él estaba más enterado de todo ello, que uno mismo. Esa extraordinaria capacidad para ver detalles de la cotidianidad y reconocer los símbolos de la cultura popular, no solamente de nuestro país, sino de la vecina ciudad de San Diego o Los Ángeles (y de cualquier parte del mundo) era impresionante. Sabemos que era un hombre que lo abarcaba todo, pero era demasiada información la que procesaba. A grado tal, que cuando se iba, durante días, sus comentarios quedaban como un eco en nuestra mente, analizando, sintiendo y viviendo lo que ese fenómeno llamado Monsiváis había dejado.

Tiempos de frontera, Carlos Monsiváis del “otro lado”, en el Balboa Park, en San Diego. (S/F).

Las curious de Monsi

Durante un tiempo trabajé como profesora en un circo, y como saben, ellos viajan por toda la república, por lo que me tocó coincidir con él en ciudades como Guanajuato, Puebla, Guadalajara y la Ciudad de México, con anécdotas igual de interesantes. Un día mientras cenábamos después de su presentación en el Cervantino, sonó mi teléfono, era Rolando, uno de los dueños del circo donde trabajaba. Al finalizar la llamada, curioso me preguntó ¿quién era? Le dije Rolando, el Rey de los Payasos, un personaje entrañable para el circo mexicano, al instante replicó ¿quién lo proclamó Rey? Reímos, y me comprometí a sacarlo de dudas en cuanto pudiera.

Si en la frontera era muy reconocido, en el mapa nacional lo era mucho más. Creo sin temor a equivocarme que es el único intelectual que la gente hizo suyo, por la cercanía que él mismo propició, al ocuparse de temas de interés común, y esa generosidad al ser abordado por cualquiera, no solamente en la calle, podía ser una llamada telefónica solicitando su apoyo, un artículo, una presentación, o cualquiera que tocara la puerta de San Simón 62, de eso también fui testigo.

Estos diez años de su ausencia, estoy segura que muchos extrañamos esa voz crítica, ese humor inteligentísimo y al mismo tiempo reflexivo, de un hombre que trabajó combatiente por las “causas perdidas”, como solía llamarlas. Son las por las cuales luchó siempre, cultivando a un México que se va transformando —más lentamente de lo deseable— pero definitivamente él fue uno de los principales constructores de un andamiaje para el cambio. Con todo, hoy México no es el mismo, somos testigos de un país más alerta, que seguramente tardará mucho tiempo en llegar a ser el país al que aspiramos.

Los rituales del adiós

Fue dolorosa la despedida, el proceso de ir a Ciudad de México, fue algo muy triste, sin embargo fue reconfortante ver el cariño de la gente en Bellas Artes, haciendo largas filas para despedir a un escritor, entonando el Himno Nacional que en ese recinto emblemático, para mí, algo nunca visto. Al final, y como debía ser la princesa Elena Poniatowska saldría en la carroza que llevaba su cuerpo, mientras la gente despedía a gritos a su intelectual favorito.

En el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris me tocó escuchar testimonios de grandes artistas que lo aman. En uno de esos rituales del adiós, como solía llamarles Monsiváis, abordé a su prima Beatriz Sánchez Monsiváis, le pedí en adopción a uno de los gatos del escritor bautizado como Peligro para México, para traerlo a Tijuana, a lo cual generosamente accedió.

Al día siguiente tenía mi vuelo de regreso y la veterinaria que atendía los gatos me ayudó a hacer lo necesario para su cambio de residencia (vacunas, permisos sanitarios, protocolo aeroportuario, etc.). Sin embargo, debido a los procesos burocráticos no pudo viajar conmigo, pero le pedí a mi amigo, el escritor Leobardo Sarabia que se quedaría unos días allá si me hacía favor de traerlo y yo lo recogería en el aeropuerto, a lo cual accedió. Peligro para México llegó el 23 de junio de 2010 y desde entonces disfruta de esta frontera, tanto como lo hizo su dueño. Creo que este gato consentido es una prueba de amor por el Monsi. El tenerlo en esta ciudad fronteriza que tanto le gustaba, donde es tan querido y recordado. Cómo decía Víctor Hugo: “Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”, aunque por fortuna esa oportunidad también la tuve mientras trabajé en el circo.

De compras en su Fayucatán. Monsiváis en la Librería Borders, en San Diego. (S/F).

Monsiváis fue un hombre espectacularmente generoso, y prueba fehaciente de ello es el Museo del Estanquillo, ahí se concentra gran parte de lo que somos, nuestra cultura, y todo aquello que tuvo el tiempo de valorar y coleccionar, para regalarlo a México. Monsi era como un Terminator Cultural, su mirada recorría y registraba todo, veía lo que los seres comunes no vemos, y lo ideaba de tal manera que incluso en sus maquetas se refleja la visión tan certera de nuestros retazos como país.

Recuerdo que en la prensa local, aquí en Tijuana, llegaron a criticar a funcionarios por traerlo “tanto”, sin embargo creo que fue una gran decisión de estos promotores culturales, porque el interés de Monsiváis sobre esta frontera era evidente, y el deseo de sus seguidores de verlo siempre estuvo ahí. En Tijuana se le quiere mucho, artistas locales le han dedicado dos murales, y la sala de la Cineteca Tijuana lleva su nombre, un pequeño tributo a un gran cinéfilo, que podía citar de memoria los nombres de personajes de cientos de películas, sin importar la versión de las mismas.

Coordiné muchos años la Feria del Libro en Tijuana, y nunca conocí a nadie como Monsiváis; creo que en su fuero interno sabía que era superior intelectualmente a cualquiera y eso le permitía ser tan genuino y sin falsas posturas. Sus participaciones con El Piporro, Tongolele, Blue Demon, o quien fuera, eran sumamente divertidas, porque su inteligencia estaba por encima de todo y de todos. Era agudo, sarcástico y daba en el blanco siempre. Solía bromear antes de entrar al recinto donde se fuera a presentar, con la asistencia del público, decía que se iba a deprimir si nadie asistía, claro que nada que ver, porque siempre terminaba con una sala llena de personas interesadas en su obra y la manera en que desarrollaba sus conferencias, inteligente, dinámica y divertida.

En el Centro Cultural Tijuana, se estableció la Cineteca “Carlos Monsiváis”. Un retrato del escritor en 2005.

Seguramente, estos días de pandemia del Covid-19 vería cosas que nadie vemos; entendería procesos que los mortales no podemos descifrar, pues es increíble que aun con esta epidemia, nuestra sociedad no logra consolidar los aprendizajes, los cambios son muy lentos. Requerimos de una cultura de mayor colaboración y solidaridad, un cambio de valores desde la raíz.

A Carlos Monsiváis no se le puede recordar solo en su aniversario luctuoso, porque fue un hombre que abarcó demasiado a México, lo volvió un personaje más, con características de interés popular, y como tal, su voz resuena durante todo el año en temas que el trató. Sus entrevistas y documentos, siguen tan vigentes como cuando fueron pronunciados o escritos.

He leído, visto y escuchado a gente que se pregunta quién será el sucesor de Carlos Monsiváis, pienso y con una mueca socarrona me digo Dream on. Se necesitarían muchos hombres especializados en un tema, para hacer un simulacro de este ser único e irrepetible que fue Carlos Monsiváis.

En noviembre de 2011, en la Calle Primera, entre las avenidas Revolución y Madero, la artista Ariana Escudero pintó el mural dedicado a Carlos Monsiváis. “Soy un gato sin gracia y sin siete vidas”, se lee en la parte superior.

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