El ya viejo Súper Sónico, el personaje que se adelantó a los astronautas como a la ciencia, singular ser humano de la serie norteamericana Los supersónicos (1962). (Imagen tomada de 24-horas.mx).

 

Aún mantengo fresca en mi mente aquella mañana de 1985, cuando pegados al televisor, mi familia entera, como tantas más en el país, atestiguamos el lanzamiento del transbordador Atlantis en vivo desde Cabo Cañaveral. La misión tenía como objetivo poner en órbita el satélite Morelos II, el segundo del país. En la tripulación viajaba el primer astronauta mexicano, Rodolfo Neri Vela. El orgullo invadía la nación. Era como presenciar un triunfo de la selección que se preparaba para el Mundial que hospedaría al siguiente año.

Neri Vela, ingeniero en Comunicaciones y Electrónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), además de cerciorarse de la expulsión del satélite hacia la órbita terrestre, llevaba a cabo un experimento sobre el cultivo del amaranto en el espacio, como posible alimento para la humanidad en su futuro extraplanetario. Aprendí entonces que dicha planta endémica de América del Norte que ha recorrido el hemisferio para su cultivo, tiene una gran cantidad de nutrientes y una alta capacidad de adaptación, de ahí que etimológicamente su nombre provenga del griego amaranthus, que quiere decir, inmarsecible. Incluso en las culturas precolombinas se le tenía como símbolo de inmortalidad y abundancia; ¿será por ello que el amaranto convertido en dulce lo hemos llamado “alegría”?

Después de Neri Vela fue José Hernández el siguiente mexicano que entró al espacio. De padres michoacanos, la familia viajaba cada año desde La Piedad a California para trabajar en los campos de recolección, arrastrando con ella al futuro astronauta de la NASA, hasta que una maestra de las varias escuelas donde pasó José durante el periplo familiar, viendo su capacidad, conveció a sus padres que el niño debía permanecer en un solo sitio para asegurar su educación. Me topé con él hace unos años, cuando trabajaba en el Consulado en Los Ángeles; sencillo y afable, compartió brevemente su historia, la cual puede verse en la película A millones de kilómetros.

Posteriormente fue Katya Echazarreta la primera mexicana que se lanzó el espacio apenas en el 2022, también del equipo de ingenieros de la NASA. Originaria de Guadalajara y gradudada en Ingeniería Eléctrica en la Universidad de California de Los Ángeles (UCLA), Katya cruzó la atmósfera en Blue Origin, una de las naves espaciales de Jeff Bezos, que junto con Elon Musk y sus SpaceX, se ha convertido en uno de los provedores de servicios interespaciales que la NASA está contratando para llevar a cabo sus misiones espaciales.

Allá arriba, cruzando la frontera del globo terráqueo. Los viajes a la Luna, a Marte, alrededor del planeta que habitamos, llenos de colores para la infancia. (Imagen tomada de supercoloring.com).

 

Los viajes al espacio serán cada vez más frecuentes, pues emprendimientos como los de Musk han logrado bajar los costos asociados a los mismos, especialmente por la reutilización de las naves; el turismo interespacial, por ejemplo, ya no es una quimera, sino una demanda que empieza a generar una industria. No obstante, el desarrollo acelerado de la industria espacial se da por la necesidad que se avecina de perpetuar la especie humana. Más allá de explorar el espacio para buscar el aprovechamiento de sus recursos en la Tierra, el sutil mensaje que vemos con las expediciones es la colonización del mismo; la idea de mirar más al espacio que a la Tierra como posible refugio, empieza a cobrar más sentido. El cambio climático, la tensión entre los países que puede eventualmente desencadenar en una hecatombe, la amenaza ante de otra pandemia, el surgimiento descontrolado de la inteligencia artificial, la reducción de la tasa de natalidad y hasta un eventual accidente meteorológico, son algunas causas que ponen en riesgo nuestra permanencia en el planeta.

Similar emoción a la que viví en 1985 con el primer astronauta mexicano, me causó ahora el lanzamiento del primer programa espacial desarrollado en México. Hace unos días el cohete Peregrino envió a la Luna cinco diminutos robots exploradores desarrollados por la UNAM a través del proyecto Colmena, cuyo objetivo es la exploración de la minería espacial. Según la máxima casa de estudios la misión “permitirá analizar la factibilidad de construir estructuras sobre superficies planetarias utilizando enjambres de robots auto-organizados”. Colmena es una iniciativa del Laboratorio de Instrumentación de la UNAM, en el cual participan cerca de 250 jóvenes universitarios tanto de dicha institución, como de otras de educación superior en el país, bajo la supervisión del Dr. Gustavo Medina Tanco.

Aunque el debate público en México es ajeno a las preocupaciones fundamentales del futuro de la humanidad, afortunamdamente el ámbito académico está vacunado de esa malaria. Viene a mi mente la película de Adam McKay nominada al Óscar en 2021, No mires arriba, interpretada magistralmente por Meryl Streep y Leonardo DiCaprio. Se trata de una sátira donde la clase política inhumana y empresarios avariciosos impiden que los humanos miren que se avecina la destrucción de la Tierra ante la caída de un meteorito; mientras ellos huyen al espacio para perpetuar la especie humana, el resto de los terrícolas desaparece. Ojalá que, contrariamente, llegada una eventualidad de esa magnitud, el ser humano haya aprendido la lección y pueda replantearse su propia existencia. Ojalá que tal como lo planteó Isaac Assimov, la fundación de esa nueva era tenga reglas claras y principios éticos y morales para una mejor convivencia, y la ulterior especie humana no acabe devorándose a sí misma como lo hicieron sus antepasados en la Tierra.

El primer astronauta mexicano, Rodolfo Neri Vela. (Imagen tomada de nmspacemuseum.org).

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