Carlos Von Der Heyde. Fotos cortesía del artista.

De pronto, sorprendidos por la pandemia, mil 500 millones de personas, la quinta parte de la humanidad tuvo que encerrarse en casa para evitar el contagio de un virus que se esparció por el mundo. Muchos fotógrafos salieron con tapabocas a las calles para registrar el vacío, otros utilizaron drones para documentar ciudades desiertas, algunos captaron la actividad en balcones, terrazas y azoteas. Sin más pasaporte que su cámara y su computadora, confinado en Nueva York, donde vive, el fotógrafo Carlos Von Der Heyde decidió introducirse en los espacios interiores, entrar a los ámbitos privados y expresar con retratos, luz, sombras y texturas, los sentimientos, las emociones, la energía que los habita desde ese momento que llama: Cuando todo cambió.

Despierta, fuerza. Pecho y augurio.

En sus palabras:

“Viajé por el mundo para introducirme en la realidad de los otros en confinamiento. Vi con ellos viejas películas sobre sus sofás, me recosté en sus camas y bailé con sus hijos. Probé sabores locales, me perdí en el olor de sábanas limpias y compartí sus tareas cotidianas. Leímos libros polvorientos, participé en sus juegos de mesa y disfruté sus discos clásicos de vinyl. Rezamos juntos”.

Carlos viajó a 27 países en seis continentes y tomó 140 fotografías que ponen el foco en el impacto psico-social de las cuarentenas impuestas alrededor del mundo a raíz de la pandemia de Covid-19. Comenzó con familiares y amigos y se siguió a explorar otras intimidades. El objetivo es un libro que está en proceso de producción: When, it all changed.

Sincronías de horizontes. Y un colapso.

Entrevisto a Carlos por Skype y recibo su libro en PDF. Las fotos muestran la variedad de respuestas y mecanismos de supervivencia de cada individuo: la soledad de un padre en Tokio, la ansiedad de un travesti en Buenos Aires, la madre desesperanzada trabajando desde su hogar en Moscú, la intimidad del reencuentro de una familia en Nueva York…

Trauma y linaje.

A pesar de la diversidad de identidades y culturas hay constantes universales de la vida cotidiana en el confinamiento; tantas, como similitudes en todos los espacios domésticos del globo. Es decir, nos parecemos más de lo que suponemos. Y en cuarentena el valor de algunos objetos y espacios se magnifica para todos: los libros, los audífonos, la televisión, la duela sobre la que leen y juegan los niños, los cargadores de celular, el cable, el espejo del baño, los viejos álbumes de fotos. Detalles que hablan: la cama deshecha, la toalla y la sábana estirada o revuelta, la cortina de baño que es también pañuelo para esconder el llanto, la estufa y el horno, los trastes en la cocina, el comedor, el sofá, la lavadora, la copa de vino o la cerveza, el tapabocas listo…Y algo fundamental que quizá nunca se había valorado tanto como hoy: la ventana. Y las persianas que dejan pasar la luz. O una puerta entreabierta…

 

Mero estar son migajas duras para el ser. Y el tiempo contemplado prolonga la agonía.

Vistas del cautiverio

También hay escenas que son similares en diferentes rincones del mundo y nos hermanan: los pies descalzos, el hombre que barre, pasa aspiradora, juega con los pequeños o cocina. Niños en ropa interior y bebés en pañales haciendo suyo el espacio doméstico y el tiempo de sus padres, niñas brincando en la cama con sus hermanos o leyendo en el suelo, una madre que abraza, otra anda desnuda, el perro en el regazo, el gato de ojos que brillan, la joven triste que encuentra refugio en el baño. Las posturas del tedio: la cabeza colgando de un sillón o de una cama.

Tachó la única luz que quedaba; el grafito del lápiz que sostenía con la mano temblorosa pintaba la suma aritmética de todos los colores.

Las mujeres sin maquillaje, niñas y niños con la cara pintada, un hombre leyendo una revista, una mujer frente a su computadora y otra que abraza a sus hijos tirados en el piso, el señor acostado en boxers y camiseta mirando al techo … Y, otra vez, la ventana. Una, entre las múltiples lecturas de la serie, es que podría tratarse de un tributo secreto a Jan Vermeer, porque nunca tanta gente al mismo tiempo en todo el planeta ha buscado la luz que entra por la ventana. Lo hacen el músico que carga su guitarra con tristeza en los ojos; la mujer que medita y la que amamanta a su bebé en la cama; el hombre que lee; aquél y aquella que fijan su vista hacia afuera sin rumbo fijo y con la incertidumbre a flor de piel, o la infancia llena de sueños que recorre todo el libro.

Ni la desesperación, la angustia, el miedo, la ternura, la soledad, el agotamiento o el amor tienen una representación visual como la que se expresa en el arte. Y en la obra de Carlos Von Heyde hablan la luz y la sombra, el blanco, el negro y el gris, la quietud, el movimiento, el pixel, la textura… Y, desde luego, la mirada, el gesto, las manos, los pies y la mirada de cada persona.

 

Transmutación.

En el estado de ánimo de los retratados, lo que Carlos encontró es revelador:

“Algunos pretendían estar calmados, pero los traicionaba el parpadeo incesante de sus ojos, evidentemente en busca de respuestas. Otros afirmaron que permanecían fuertes, pero con su postura eran incapaces de disfrazar su fragilidad. Había parejas cuyas manos nunca se encontraron. Miradas al espejo que llevaban a ningún lado. Súplicas que no eran escuchadas. Los muy pocos que me permitieron el acceso a sus dudas y a sus peores miedos, irónicamente, transmitían la paz de un capitán de barco sorteando una tormenta. Dicen que la cámara nunca miente”.

Comenzó a contar los días de vidas pasadas.

Carlos nació en Mendoza, Argentina, en 1978. Pero puede decirse que en realidad abrió los ojos por vez primera en noviembre de 2019. Con maestrías en Derecho tanto en España como en la Universidad de Columbia en Nueva York, 20 años de ejercicio en la profesión y 13 de trabajo en uno de los despachos de abogados más prestigiosos del mundo con sede en Wall Street y reconocido en 2018 como “Rising Star” entre los latinos que destacan en el gremio, Carlos se armó de valor y dio un salto al vacío. Renunció a todo ese mundo para dedicarse a su verdadera vocación: la fotografía.

Hasta ese momento hacía fotografía como un plan B, pero dice que cada día la foto demandaba más de su energía interior y que sentía un llamado fuerte hacia el retrato. Documentaba en color y blanco y negro la belleza del paisaje, de la naturaleza, de personajes y ciudades por las que viajaba, como puede apreciarse en Instagram (@carlosvdh.photo), pero en septiembre de 2019 realizó un viaje a Islandia y cuenta que ahí, en ese lugar mágico que parece otra galaxia, a sus 40 años y en frente de la cascada de Skógafoss se preguntó: “¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí?” Y llevó a cabo el funeral del exitoso abogado para entregarse al nacimiento de un fotógrafo. Dos meses después, el 19 de noviembre, salía del despacho para dedicarse al arte sin imaginar lo que pronto vendría: una pandemia planetaria. Cuando Nueva York se convirtió en epicentro de la epidemia en marzo de 2020, sintió que algo tenía que aportar.

¿Y si encontrara lo que no buscaba?

Las virtudes del encierro

Cuando todo cambió nace de la intención de generar un registro de cómo los seres humanos están viviendo el encierro alrededor del mundo. Gente de Buenos Aires, México, Nueva York, Miami, Rio de Janeiro, Persépolis, Barcelona, Londres, Frankfurt, Madrid, París, Milán, Dublín, Moscú, Tokio, Nueva Jersey, Hannover, Tel Aviv, Dubái, Chicago, Dover, Los Ángeles, Melbourne, Johannesburgo, Caracas y países como Bélgica, Líbano, Bolivia, Singapur, Hong Kong, India, Jordania… Un fotógrafo encerrado en casa retrata el encierro de una parte del mundo.

Acerca del proceso, detalla el autor: “Llevé adelante la totalidad del proyecto desde mi departamento en Nueva York a través de videoconferencias con los sujetos retratados. Ya sea por zoom o por skype, fotografío las escenas que transcurren en la pantalla de mi computadora con mi cámara (una Nikon), esa imagen la proyecto en mi laptop y le saco una foto con mi cámara…son seis capas en total que generan en el resultado una textura rugosa, como de fotocopia de los años 60, pero que están cargadas de energía y de luz; busco la belleza de lo no bello, de la rudeza, la energía rota, lastimada, pixeleada”.

Campo cuántico: ausencia.

Continúa: “Y nunca dejé mi habitación. Los mismos dispositivos que aíslan a tantos de la realidad, removiéndolos de las interacciones piel a piel, me permitieron un canal de comunicación honesto con los sujetos. Cada capa digital entre ellos y mis lentes fueron como puentes imaginarios entre mi reclusión y la suya, así como el símbolo de salvaguardas impenetrables previniendo al aparentemente imparable virus que busca la conquista de nuevos territorios. Después de todo peleamos una guerra”.

Asegura el fotógrafo que, aun siendo oscura y etérea, la serie posee un metamensaje optimista al enfocar en las similitudes que nos unen y constituye una profunda reflexión sobre la condición humana en tiempos de caos y cambios sin precedentes en la historia reciente. Además, “el formato y la ejecución del proyecto resaltan la necesidad de reinvención y reformulación de nuestras habilidades creativas durante una crisis y demuestran como la tecnología puede conectarnos y potenciar nuestras capacidades”.

Si el maestro enseña, no pide fe.

En el libro, que tiene forma de laberinto, cada retrato en blanco y negro va de la mano a una imagen abstracta en color. Se trata de texturas, objetos o rincones del lugar de confinamiento que ofrecen a la gente una vía temporal de escape durante el encierro. También hay espacio para el juego de palabras, frases y signos que hacen énfasis en la carga poética y espiritual de todo el libro: Curiosidad, deseo, pensamientos, silencio, punto cero, oportunidad, perdón, metamorfosis, inframundo, energía, …No te preguntes por qué está sucediendo esto…Hago una decisión en cada paso del camino…En este interludio lo femenino creará…

Un retrato de la humanidad en cuarentena de marzo a abril.

¿Conclusión? Para Carlos Von Der Heyde, este momento representa “un colapso de lo normal”, del ego, de todo aquello que está estructurado e institucionalizado desde un lugar de control y manipulación. Es, dice, un momento para deconstruir, desaprender, despertar. Pero, sobre todo, “mi lectura es que todos somos iguales, almas en búsqueda, una comunidad en proceso de evolución. Y lo demás es ruido”.

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