El general Servando Canales ante un cadáver

El general tamaulipeco Servando Canales, marcó la historia local del siglo XIX (Imagen proporcionada por el autor).

 

CIUDAD VICTORIA. En febrero de 1876 falleció en Ciudad Victoria doña María del Refugio Molano, madre del general Servando Canales Molano (1830-1881), gobernador de Tamaulipas. Ese año se unió al Plan de Tuxtepec, un movimiento militar acaudillado por el oaxaqueño Porfirio Díaz con el propósito de destituir al presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Como era de esperarse, el sepelio de la distinguida dama en el cementerio municipal del Cero Morelos, conmocionó a su familia y toda la sociedad.

Desde muy joven, Canales se granjeó el respeto de los liberales al declararse del bando republicano. En cambio, mientras gobernaba sus enemigos lo acusaron de mantener el control a cualquier precio, ser un político oportunista, déspota, convenenciero y miembro de varios partidos. Portaba en su cintura una monumental daga, y por ello lo apodaron El Tigre de la Frontera y El Azote de Tamaulipas, ya que comandaba a Los Canaleños, un grupo de fieles soldados rifleros y civiles. Por su parte el gremio de jornaleros agrícolas que votó por él durante las elecciones, le decía de cariño El Tío Servando.

Ni don Benito Juárez, menos el general Díaz fueron capaces de controlar las ambiciones caciquiles de aquel personaje pintoresco que vestía prendas estrafalarias. Se ostentaba defensor de los intereses del pueblo, bajo el lema “Todo para Tamaulipas, todo para los tamaulipecos”. Políticamente, era lo que en términos vulgares actualmente se califica como “Un pez enjabonado o un catán de recodo”.

Desde sus tiempos juveniles, cuando acompañó a su padre en la frontera durante la lucha contra la intervención norteamericana, se caracterizó por su audacia y valentía. Como buen hijo, siempre mostró especial afecto hacia su madre de quien se comentaba: “… era una mujer adorada de bellas y relevantes cualidades. Esposa fiel y cariñosa…”. Sobre esta exacerbada devoción, el licenciado Emilio Portes Gil narra en su librito El General y Guerrillero Pedro José Méndez, que a los 19 años de edad descubrió que su padre tenía una amante en Ciudad Victoria. Por tal motivo una desafortunada noche, el ofendido por aquel acto contra la moral pública “… se presentó en la casa de dicha señora, habiéndole causado la muerte”.

Sobre el mismo tema, el periódico El Universal de noviembre de 1849 publicó de manera discreta en las páginas interiores, una breve reseña del fatal acontecimiento: “El día once del mes anterior, un joven hijo de una autoridad respetable de Tamaulipas, mató de un pistoletazo a una señora, que dicen llevaba algunas relaciones con su padre. El asesino se había fugado inmediatamente que perpetuó aquel crimen”.

Otro hecho que puso a prueba su temple y culto extraordinario hacia la autora de sus días, sucedió mientras se encontraba en Tula de Tamaulipas en plena campaña militar contra los lerdistas. Desde Ciudad Victoria, el general Ascensión Gómez le informó sobre un grupo de contrarrevolucionarios que escaparon de prisión y se dirigieron hacia el cementerio, donde extrajeron el féretro y restos mortuorios de doña Refugio.

Una vez logrado su perverso objetivo, pasearon el cajón por las calles de la localidad como si se tratara de un festejo público. Al final abandonaron el ataúd en uno de los callejones, donde algunas almas caritativas lo recogieron trasladándolo de nuevo al panteón. Este agravio inmoral, debió haber indignado al general Servando, al grado de provocarle una furia rabiosa y deseos de venganza.

Al retornar a la capital tamaulipeca, después de triunfar en la Batalla de las Antonias cerca del municipio de Bustamante, inmediatamente ordenó que condujeran ante su presencia a los autores de aquella fechoría sin nombre. Cosas del destino, cuando los presentaron liados de pies y manos en la Casa de Gobierno frente a la Plaza Hidalgo, los generales Ignacio Martínez, Jesús Toledo y varios militares imaginaron que el grupo de maleantes pagarían con su vida, por atreverse a profanar la sagrada tumba de su progenitora. Sin embargo, para sorpresa de todos el general Canales decidió no enviarlos al paredón de fusilamiento: “… les expresó que les perdonaba aquel acto tan vergonzoso, pero como la patria estaba en peligro, procedía desde luego a incorporarlos a sus fuerzas”. Lo mismo hizo con el resto de los prisioneros a quienes concedió amnistía, firmada por su secretario Tarquino Jiménez.

Al conocer que habían salvado su vida, a punto del llanto los prisioneros no daban crédito a las palabras salidas de boca del general. Mientras algunos de ellos se arrodillaban ofreciendo disculpas, otros de manera espontánea “… se lanzaron a abrazarlo y los recibió paternalmente y accedió a la súplica que le hicieron de pertenecer a sus fuerzas, y fueron posteriormente de sus más leales soldados”.

Cuando la gente se enteró de las bondades de Canales, la noticia se divulgó rápidamente por toda la ciudad. Juan Manuel Torrea uno de sus primeros biógrafos, cuenta que la historia terminó cuando el general Toledo que era tartamudo no pudo resistir aquella decisión y dijo a su jefe: “Yo al que proooffannase el caaadaveer de mi maaadre, lo fussillo veeeinte veeeces… eso tú, pero es que olvidas que a Jesucristo le dieron una cachetada y puso el otro carrillo para recibir otra… pues yo que al lado de aquél soy un conejo, los perdono”.

Transcurridos varios años el general y soldado patriota, se retiró a radicar en Matamoros en una mansión del empresario irlandés Patricio Milmo O’Dowd, yerno de Santiago Vidaurri donde falleció el 28 de junio de 1881. Su médico de cabecera le diagnosticó úlcera estomacal que le provocó grandes sufrimientos. Para entonces era gobernador de Tamaulipas su hermano el coronel Antonio Canales, quien temporalmente había trasladado los poderes del estado a la mencionada población fronteriza.

Si bien el general Servando se caracterizó por sus ocurrencias espontáneas y estilo personal de gobernar, también fue un hombre inteligente, pragmático y experimentado estratega ganador de batallas. Como dice El Diario del Hogar (27 de noviembre/1881): “En su vida privada estaba adornado este campeón fronterizo de excelentes cualidades. Cariñoso y buen hijo, inmejorable hermano, fiel amigo, generoso con sus enemigos, logró conquistarse el respeto y admiración de todos”.

 

Cementerio que es patrimonio, el Cero Morelos. El primer entierro se estima ocurrió en 1752, si bien su apertura fue en 1830. (Imagen tomada de reportedirecto.mx).

 


 

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