José Vasconcelos (1882-1959), el legado imborrable. (Imagen tomada de humanidades.cosdac.sems.gob.mx).

 

Nació en la Verde Antequera. Su padre, agente aduanero, cambiaba de plaza periódicamente y en peregrinaje llevaba consigo a la familia; primero, de Oaxaca a Piedras Negras; de ahí a Toluca y, finalmente, a Campeche. Fue así que el joven José, quien a la postre se convertiría en una de los más grandes pensadores mexicanos, recorrió los ejes cardinales del país para conocerlo desde sus entrañas. Vasconcelos vivió una época azarosa de la patria, el umbral del siglo XX, que se debatía para definir su futuro, quizás de ahí derivan las propias contradicciones que lo definieron como todo genio.

El Ulises Criollo es de las más bellas autobiografías que se han escrito en la literatura mexicana. Lo leí hará 30 años, pero recuerdo pasajes que me macaron: el choque cultural que vivió en Piedras Negras, donde a pie cruzaba la frontera todas las mañanas para presentarse a la escuela en Eagle Pass; de aquellas jornadas nació quizás su desprecio por la cultura yanqui, que se vio encarnizada cuando se lió a golpes en el puente fronterizo con aquel “pecoso” compañero de escuela.

De su pasión por la vida recuerdo la dramática despedida de su madre, a quien quiso profundamente. Doña Carmen, grave, debe ir a tratarse a la Ciudad de México; José aparece en la estación de tren, no se atreve a acercársele, pues le duele; sin que ella perciba su presencia, José se despide de lejos y de lejos ve su partida que no tendrá regreso. También recuerdo el retrato del joven íntegro, sano en cuerpo y mente. Abocado en Campeche a la lectura, se regalaba tiempo para el ejercicio físico, de cuyos resultados presumía sus voluptuosos bíceps.

Si bien su vida política requiere otro espacio, pues marcó un hito como opositor al maximato, es su paso como filósofo y educador lo que trasciende en los anales de la historia. Vasconcelos formó parte del Ateneo de la Juventud, una de las pléyades de intelectuales más grandiosa que ha dado México, integrada, entre otros, por Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes. Esta generación que nace en el umbral de la Revolución Mexicana, buscaba el acercamiento al conocimiento universal y fue significativa en el ideario del nacionalismo revolucionario, que vendría a institucionalizarse por casi todo el siglo XX.

Las más de tres décadas que duró el porfiriato habían tenido como principio el positivismo. Fue su mayor exponente Gabino Barreda, el “Augusto Comte mexicano” y ejercido en el ámbito público por los “científicos”. De acuerdo con dicho pensamiento, la historia de México había pasado por un proceso evolutivo que tendría su consumación en el porfiriato, donde el “orden y progreso” se lograría a través del pensamiento científico.

Las luchas vasconcelianas. (Imagen tomada de dgcs.unam.mx).

La escuela positivista se concentraba en el estudio exclusivo de la ciencia y dejaba a un lado la filosofía y el humanismo. El vasconcelismo genera una ruptura con el cientificismo y trata de sustentar una base más humanista para el desarrollo del país, pero sin olvidar el programa científico. La ciencia será una de las bases de la enseñanza, pero ésta deberá estar al servicio de las humanidades. Para Vasconcelos era necesario la búsqueda del desarrollo espiritual del hombre en contraposición a la visión pragmática del positivismo.

México había sufrido una lesión muy grave durante el porfiriato, que si bien había generado un progreso económico, dejó fuera a grupos como campesinos, trabajadores y las comunidades originarias. Era momento de la reconciliación. De ahí que el imperativo sería la integración de todas las partes de la nación en una sola, donde no cupieran distinciones de raza y clase. Vasconcelos coincide con otro ideólogo de la Revolución, Andrés Molina Enríquez, en buscar la cohesión de la nacionalidad mexicana a través del mestizaje.

En La raza cósmica está expuesto el pensamiento del asimilacionismo. Vasconcelos sostuvo que la humanidad había estado integrada por cuatro razas y por el predominio hegemónico de cada una a través de distintas etapas de la Historia: la negra, la amarilla, la blanca y la de bronce. El futuro de la humanidad se vería consumado por las cuatro, “la raza cósmica” que tomaría lo mejor de cada una. Vasconcelos asume que la raza cósmica surgiría en Brasil y Argentina por sus condiciones históricas y geográficas, pues en esa zona se habrían sumado a las culturas de bronce los inmigrantes de Asia, África y Europa.

Como educador puso en marcha su filosofía asimilacionista como ministro de Educación Pública del gobierno posrevolucionario de Álvaro Obregón. Primero procuró la reconciliación del pasado histórico que se vio expresado por la apertura de las paredes de los edificios públicos a los muralistas como José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Se dice que el maestro no era tan devoto al muralismo, pero no por ello dejó de darle cabida a los pinceles que dibujaron la historia de México y la exégesis de la reconciliación. En tal sentido la Revolución representaba el signo de la reconciliación histórica; el pasado había que superarlo, pero no olvidarlo. Cierto que los muralistas tenían una carga ideológica cominista, pero aun así se encargaron de dejar perenne en los muros de los edificios públicos la historia de México.

La reconciliación suponía el abrazo fraternal de todos los miembros de la sociedad mexicana y para ello el terreno cultural y educativo eran fundamentales. Para Vasconcelos había que redimir a aquellos lacerados y, consecuentemente, había que llevar la educación a todos los rincones del país, a través de la apertura de escuelas y bibliotecas. Diseñó dos programas que marcarían su modelo: por un lado, las misiones culturales, representadas por caravanas de maestros que extenderían el acceso a la educación para darle cumplimiento a lo estipulado en el artículo 3º constitucional; y, por otro, la publicación de obras emblemáticas de la literatura universal en aquellas icónicas ediciones conocidas como los “pericos”, por su pasta verde. Recuerdo haber leído La Ilíada y La Odisea en las primeras ediciones de los pericos que mi abuelo conservaba con recelo en su imponente biblioteca.

La educación sería el motor que generaría conciencia y un enclave para la igualdad social. Para ello era necesario que todos los mexicanos aprendieran español, pues carecer de una lengua común dejaría excluidos nuevamente a varios. Vasconcelos no niega el afán científico del positivismo, en cambio rescata el estudio humanístico que aquel había rechazado. La educación debía basarse en integrar la ciencia y la técnica con valores estéticos, pues la belleza es la forma más alta de la verdad y el acceso a la cultura su forma de alcanzarla. Es así que a través de la educación los mexicanos tomarían conciencia de sus propios problemas y propondrían soluciones concretas; se trataba de educar para socavar la ignorancia, alcanzar la verdad y la redención del espíritu; ello llevaría al mexicano a su realización integral. Como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Vasconcelos es el creador del lema: “Por mi raza hablará el espíritu” que representa la síntesis de su pensamiento.

La política educativa vasconcelista ha sido quizá la más sustentada y estructurada en México, aunque se le culpe de no haber considerado la diversidad lingüística. Dicho modelo aún está vigente en varios aspectos; no obstante, merece una revisión que responda a nuevos desafíos que el país ha enfrentado posterior a su implementación, como el ascenso a un régimen democrático, la mencionada pluriculturalidad y la preservación de la diversidad, las nuevas tecnologías y la globalización, entre otros. Hace un siglo que Vasconcelos diseñó su modelo educativo y aún nos debatimos por construir uno nuevo que tome en consideración los nuevos retos a los que nos enfrentamos como sociedad.

La obra de Vasconcelos ha generado innumerables representaciones simbólicas. Aquí un mural. La fuente, el blog
La obra de Vasconcelos ha generado innumerables representaciones simbólicas. Aquí un mural. La fuente, el blog El Catoblepas, en artículo de Raúl Trejo Villalobos, no dice dónde se ubica. (Imagen tomada de nodulo.org).

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