El museo es el mensaje;
Apuntes del (des)confinamiento

 

Museos y exposiciones para comunicar mensajes con todos los gustos, aunque algunas sean sujetas a debate. En 2017, la Fundación Canal, en Madrid, presentó la muestra Barbie, más allá de las muñecas. (Imagen tomada de crianzapositiva.es).

 

Los museos un medio de comunicación social y yendo más allá, de comunicación biocultural. La relación simbiótica del museo-mensaje igual a emisor se traduce en que el museo en sí mismo es el mensaje, no solo por sus contenidos, patrimonios o exposiciones. Desde que se ingresa al museo y todo lo que implica, vivenciar nuestra estancia o visita al mismo, en su conjunto todo el museo es el mensaje, que gracias al visitante, públicos o usuarios que son el receptor permite o provoca el acto comunicativo. También, dependiendo de lo que ofrece el museo y sus actividades, se puede lograr una interacción comunicativa o bien, el hecho mismo de conocer y explorar el museo, así como al salir de sus salas de exposición o del museo mismo, el acto de comunicación es y continúa vivo en la medida que la persona siga generando y apropiándose de la simbiosis que el museo es el mensaje, hasta lograr, quizás, digamos el espíritu o mística de transformación que produce en los seres humanos si el mensaje es accesible y asequible. Una acción cultural.

La impronta del museo queda temporal o permanentemente según quien lo visite logre junto con el espacio uno de los objetivos principales de los museos: ser agentes de inclusión y reflexión sociocultural y medioambiental. En sí, valores civilizatorios y atributos de convivencia que pueden mitigar la amnesia y la aporofobia individual y colectiva, social, que son detonadores de temores, ignorancia y violencia.

Si el museo es el mensaje, seguro es un facilitador que potencia nuestras habilidades, expande nuestros sentidos y nuestra capacidad de percibirnos a nosotros mismos y el entorno. Dicha alteración intrínseca que tienen todos los medios de comunicación social, véase la Internet y su uso, por dar un ejemplo contemporáneo que, como los museos, independientemente del tipo de museo, sus patrimonios, contenidos y servicios, así como de la persona que hace uso de éstos y del espacio, de por sí ya afecta la forma de vida y la visión de la persona; modifica su conciencia y concepción de sí misma y del mundo.

Dicha capacidad no es sólo inherente a los museos, sino de las industrias culturales y la biodiversidad, por tan sólo estar ahí, ser un consumidor de éstas. No en el estricto sentido comercial, subrayo, más allá del mercado nos conducen a ver al otro, a vernos en el otro, a perder el temor e ignorancia por la otredad. Los museos hacen de las diferencias y la diversidad un principio que compartir.

Quizás, resulte imposible que las personas les otorguen algún valor a los museos, sea cual sea este valor, si el museo mismo no determina su valor, si la gran red de museos en México no lo hace ni las industrias culturales ni quiénes las administran y financian. Es decir; sin abundar por ahora en temas de transculturación, globalización y libre comercio, uno de los tantos motivos porque ha penetrado y modificado perfectamente a la sociedad mexicana los patrones o paradigmas de vida estadounidense, lejos de que si valen la pena o no, es por el valor que se le han dado a sus industrias culturales y que, a partir de la idea de la aldea global ha quedado muy claro que ya no es necesario que le otorguen más valor a lo que difunden y exportan, sino porque México y el mundo ya aprendió a darle un valor trascendental e indispensable para su propio desarrollo. Un ejemplo muy evidente, es la gran cantidad de anglicismos en nuestro lenguaje que, además de comunicarnos, resultan un signo de identidad porque así se ha reforzado a través de sus industrias culturales que permean de forma amplia y profunda a la diversidad cultural. You know?.

 

Los universos de los mensajes. Entre diciembre de 2017 y abril de 2018, multitudes pagaron por ver la muestra El mundo de Tim Burton, en el Museo Franz Mayer, de la Ciudad de México, un bello recinto del siglo XVI. (Imagen tomada de es.foursquare.com).

 

Industrias bioculturales

El impacto económico ha sido y seguirá siendo lo que indica que algo vale la pena para ofrecerlo y ser consumido, sólo sí y sólo sí genera ganancias y utilidades tiene valor. De lo contrario, no es importante para ser valorado ni resulta una inversión, sino puro gasto y pérdidas. Así se tasa hoy día las actividades humanas, lo que se produce, a las personas y las sociedades mismas, porque si no es negocio y no hay un beneficio monetizado no hay valor al no existir una transacción comercial. Esta sujeción sistémica denominó lo que hoy conocemos como industrias culturales y generó un sometimiento de las mismas al mercado para justificar su razón de ser y pertinencia en la vida social, las políticas públicas y el interés privado. De igual forma y mayor aún es con el medio ambiente porque implica una economía muy rentable, el negocio verde primero que el beneficio de los ecosistemas. En esta estructura hemos sobre explotado y sistematizado lo que se entiende por “civilización” o consumo, pero no como sociedades de conocimiento. Es ahí donde los museos junto con las industrias bioculturales, debaten su existencia presente y futura para ser marcas reconocidas y consumidas, refiriéndome en el claro sentido mercadológico. Triste y alarmante equivoca o carente valoración de los museos, las artes, las culturas, la biodiversidad y la historia se redujeron en el valor monetario para poder aspirar a ser importantes y lograr permanencia.

Espero equivocarme, pero la realidad indica que, ante el pretexto de la persistente epidemia, serán estas actividades humanas las de mayor desinterés nacional y mundial, a menos que como industrias bioculturales sean de interés económico, pero ¿será el camino correcto transformar, en este caso los museos, en productos comerciales sujetos al mercado como lo son muchas expresiones artísticas? O ¿quizás, se tenga que abandonar el concepto industrial por un sentido más prístino de la creatividad humana? El ímpetu por crear no debe estar sometido por el ímpetu de vender, darle la vuelta a la forma de valorar los museos como agentes que nos ayuden a evolucionar más allá de las leyes del mercado y el intercambio comercial, así como de los avatares tecnológicos.

 

Encuentros y contrastes museológicos nos brindan los recintos comunitarios. La vista es del Museo Shan Dany en Santana del Valle, Oaxaca, con 35 años de persistir en sus tareas. (Imagen tomada de Google).

 

El museo como show

La industria del espectáculo por sí misma está correlacionada con el comercio y el mercado, sin demeritarla, pienso que es la faceta o la producción artístico-cultural intrínseca del sistema económico y el poder político desde la antigüedad que, debido a sus propios lenguajes y medios creativos que emplea, corresponden a su propia definición básica como una función o diversión pública en algún espacio físico o lugar determinado en que se congrega la gente para presenciar el acto del entretenimiento. Donde el cine, la televisión, la radio y la Internet han sido agentes o medios que han amplificado su publicidad otorgándole un matiz de glamur a través de la gente del espectáculo o la denominación de “famosos” o personas conocidas y sobre dimensionadas al gozar de los reflectores a partir de una estrategia de mercadotecnia de la misma industria del espectáculo. Así es dicha industria y así funciona respondiendo a un principio de negocio y poder simbólico.

Por su parte, el museo como espectáculo puede y ha resultado una fórmula muy tentadora por diversos motivos, un tanto por recaudación de fondos y otro tanto por difusión, incluso, el museo como centro comercial y el museo en el centro comercial responden a una lógica de entretenimiento, de espectáculo como prioridad a la lógica natural de un museo en sí. Implica la adaptación del museo en un entramado de consumo comercial y estatus financiero que permite explotar el glamur como bien artístico y cultural, donde la pertinencia social del museo se conduce como una moda más para estar ad hoc con el paradigma y estereotipo de vida del sistema económico imperante. El museo entra para ser un activo más en el inventario del escaparate aspiracional y de consumo de la vida comercial que permita ser alguien reconocido y como parte, aunque sea ilusoria, de las sociedades privilegiadas en el shopping que permita pertenecer y ser competente para destacar sobre los demás.

¿Tendrán que recurrir los museos a estas fórmulas del espectáculo para sobrevivir a la ya inminente realidad de pérdida de financiamiento por no ser negocios rentables o por no ser prioridad de la visión de desarrollo y crecimiento, tanto pública como privada y social? ¿Tendrán qué convertirse las industrias o expresiones bioculturales en espectáculo para que puedan ser valoradas por quiénes las administran y financian, así como por las personas y las sociedades en sí? El museo como espectáculo ¿será ya una realidad homogénea para continuar existiendo?

El panorama resulta muy retador para los museos y las industrias o expresiones bioculturales, porque no las valoramos del todo y porque la sociedad de consumo se impuso a las sociedades de conocimiento. Porque la desigualdad e inequidad social extrema que impera en México, con décadas o lustros de rezagos en materia de básicos para el sostenimiento de la vida de las familias y los derechos humanos que, incluye, precisamente los derechos bioculturales como los museos, sumando el tiro de gracias de la epidemia actual; son el marco perfecto para dispararnos en el pie y dejar a la deriva al principio humano que nos hace civilización: la biodiversidad y la diversidad cultural.

 

Los museos, su fenómeno comunicativo, así como sus mensajes, tienen medios de última generación. En 2018, abrió sus puertas El Palacio de la Música, en Mérida, Yucatán. (Imagen tomada de archdaily.mx. Fotografía de Onnis Luque).

 

Transformación que se ¿avecina?

Sin lugar a dudas, en este caso los museos, tendrán que generar una suerte de auto sustentabilidad difícil o compleja de visualizar el cómo, porque el interés social por las actividades y expresiones artístico-culturales y la biodiversidad no les otorgamos el valor suficiente para que sean prioridades, no demandamos como sociedad su continuidad, salvo los sectores directamente afectados, pareciera no importar en comparación del peligro hipotético que pudiera desaparecer una marca, un centro comercial o un estadio de futbol, que seguro causaría una identidad común de protesta social para demandar su permanencia. Si como personas y pueblo no valoramos los museos será imposible que, por lo menos, puedan ser auto sustentables más allá del interés como activo turístico, que no es incorrecto, pero los museos son más que un producto del turismo cultural o una estrategia de mercado. Los museos son las casas del pueblo, de todo el pueblo, son la cocina de un hogar, son puntos de encuentro donde no caben ni el racismo ni la discriminación. Los museos son, deben y tienen que ser espacios o lugares físicos y digitales de inclusión donde quepamos todos, donde todos nos desarrollemos y evolucionemos. Los museos no pueden estar sujetos a esta carrera y competencia demencial sin fines ni límites del consumo, del valor monetizado, del deterioro cultural y la destrucción ambiental.

El principio de transformación de los museos parte de una transformación biocultural en sí mismos que provoque la transformación biocultural de los posibles públicos, es decir; todos nosotros. La valoración de los museos es corresponsabilidad del emisor y el receptor, subrayando que, si el museo es el mensaje, tenemos que empezar en casa, en los museos.

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