Trabajar o no trabajar, es el dilema

Los tránsitos del ser humano… (Imagen tomada de organizartemagazine.com).

 

Hace unos días escuchamos un mensaje desde una de las campañas por la presidencia de la República que generó reacciones críticas. La candidata del partido oficial veladamente manifestó la postura de que el trabajo no es necesariamente una herramienta para lograr el bienestar. Este mensaje pone en entredicho una visión del desarrollo humano que pensábamos superado.

Lo que el país está viviendo, más allá de la aspiración de instaurar un régimen distinto al que se construyó en México durante las últimas décadas, es la propensión por trascender el ámbito público a través de incidir en los valores culturales de la sociedad. Se trata, pues, de una pretenciosa revolución cultural que busca definir un rumbo diferente para la nación. Es un llamado que debe ponernos en alerta, pues las transiciones de carácter cultural generan crisis entre dos sistemas de valores que al contraponerse uno con otro, pueden implicar rupturas, lejos de encontrar afinidades.

Nos encontramos ante dos posiciones axiológicas que entran en discordia. Por un lado, la que está a favor del trabajo y la productividad como elementos esenciales para el desarrollo humano y otra con una base paternalista, donde el bienestar se concibe de una manera distinta al de la acumulación de la riqueza. Si bien categóricamente no se puede concluir que una es mejor que otra, puesto que los valores son subjetivos y por lo tanto corresponden a visiones y voluntades autónomas, lo que es inaceptable es tratar de imponer una visión sobre la otra. Ello supone un riesgo, particularmente cuando se ocupan los medios del Estado para esos fines. Desde la palestra pública somos testigos de la construcción de una narrativa a favor de un régimen paternalista y vertical, donde puede presumirse que se aboga por el conformismo y el valor del trabajo se ve socavado.

Un modelo que pudiera ayudar a observar el desafío que enfrentamos, es el diseñado por el catedrático de la Universidad de Buenos Aires, Mariano Grondona, en su ensayo “A Cultural Typology of Economic Development”, en Culture Matters: How Values Shape Human Progress, editado por Lawrence E. Harrison y Samuel P. Huntington. Si bien este análisis pudiera considerarse extremo, es elocuente para comprender la coyuntura que vivimos. Grondona parte de sostener que el desarrollo económico es un proceso cultural; es decir, se trata de una conducta que se presenta en algunas sociedades donde el trabajo y la productividad son esenciales para el desarrollo humano. Visto así, la paradoja del desarrollo económico es que depende de los valores culturales de determinadas sociedades.

Grondona hace una fuerte crítica a lo que él considera sociedades resistentes al desarrollo económico, contrastándolas con aquellas donde éste no juega un rol prioritario. Para ello diseña una tipología axiológica de ambas posturas. Cabe aclarar que estos dos parámetros son deliberadamente hipotéticos, pues no existen sociedades con sistemas de valores puros; en todo caso imperan los matices. Según Gordona, cuando en una sociedad las necesidades básicas están relativamente satisfechas puede existir la inclinación a trabajar menos y, en lugar de reinvertir en proyectos productivos e innovar, los recursos se destinan al gasto no necesariamente productivo.

Trabajo, bienestar, productividad, precariedad latente. (Imagen tomada de enlinea.santotomas.cl).

 

Dentro de la tipología axiológica descrita por el autor argentino, se encuentra la confianza en el individuo. Ésta, la confianza, tiene un vínculo muy estrecho con los valores relacionados a la productividad, mientras que la desconfianza implica establecer controles que la inhiben. Este razonamiento conduce al concepto de “capital social”, desarrollado por Francis Fukuyama; esto es, en la medida en que la conducta de los individuos sea predecible, los controles se mitigan. Por ejemplo, algunas ciudades instalan topes en las calles, pues se teme que no se respeten los límites de velocidad; estos controles generan costos adicionales que la propia sociedad deberá asumir.

En las sociedades proclives al desarrollo, según Grondona, el poder reside en la ley y se encuentra disperso entre varios sectores para garantizar los equilibrios, mientras que en las tradicionales, el poder recae en la autoridad y es absoluto. Asimismo, en las sociedades proclives, la competencia es central para el éxito de las empresas, profesionistas, intelectuales y políticos. Se mira más hacia el ahorro para el futuro que poner énfasis al gasto presente. El valor del trabajo es de suma importancia y es más valorado el resultado que los procesos y las formalidades. La educación crítica es una herramienta fundamental para la innovación en las culturas proclives, mientras que en las resistentes la educación se basa en conocimientos dogmáticos.

De acuerdo con el modelo de Grondona, las naciones afines a la productividad son prácticas: el futuro puede planearse y controlarse a través del trabajo y el esfuerzo; en cambio, en las otras, persisten dogmas cosmogónicos, la exaltación del pasado o el futuro distante y escatológico. Se trata, en las primeras, de alcanzar el progreso lentamente mediante las creaciones y esfuerzos individuales, donde impera la planeación y la racionalidad. En las segundas, los proyectos pueden basarse en creencias, más que en evidencias; se construyen utopías en el imaginario que por su propia definición generalmente resultan inalcanzables. El mundo, pues, es irredimible; el cambio depende de factores exógenos, como Dios, el diablo, fuerzas imperialistas o conspiraciones.

Según la noción paternalista el bienestar puede alcanzarse a través de los apoyos económicos que se dan por medio del gobierno y, consecuentemente, el valor del trabajo deja de ser prioritario; en las propensas al desarrollo, el trabajo es un valor intrínseco a la sociedad, es decir, se trata de una manifestación cultural que la gente defiende para su propio desarrollo humano. He ahí el dilema.

Estereotipos como el que se ve han rondado por décadas el imaginario de capas sociales en distintos países sobre el mexicano. (Imagen tomada de univision.com).

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