Vista de un paisaje que en el actual régimen presidencial ha sido una constante. (Imagen tomada de regeneracion.mx).

 

El recorrido comenzaba con un desayuno en la Casa de los Azulejos, de ahí detenerse en la Librería Madero para saludar al ameno curador de libros viejos, Enrique Fuentes. La caminata continuaba a lo largo de 5 de Mayo con una breve escala en Motolinía, para mostrarle a mis amigos o familiares que visitaban la Ciudad de México, el edificio donde despachó mi abuelo durante décadas.

La ruta continuaba hasta llegar a la plancha del zócalo, donde se alza el mástil sosteniendo la enorme tela tricolor. A unos pasos al Norte, correspondía visitar la Catedral Metropolitana, edificada a partir del siglo XVI encima de Tenochtitlán, como exégesis de la Conquista. Al salir del templo nos topábamos a disfrutar a los gloriosos organilleros, para luego continuar andando al Antiguo Colegio de San Ildefonso, alguna vez sede de la Escuela Nacional Preparatoria, cuyos airados patios habrán servido de inspiración para las intervenciones al fresco de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y Fernando Castro Leal.

Tocaba el momento de encontrarse con la cultura mexica, otrora dueña y señora de aquellos lares en la sima del Valle; para ello se requería, no sin antes husmear en los aparadores de la Librería Porrúa, cruzar la calle de Argentina y visitar el Templo Mayor, develado en 1978 durante las excavaciones de las obras del Metro.

La mitad de la jornada había concluido; era momento de tomar una cerveza en alguna cantina aledaña; anteriormente la visita era en El Nivel, que tuvo la primera barra para la venta de licores en la Ciudad de México, cuyos bancos al borde de la barra topaban con unos canales que servían para descargar la orina, en los tiempos en que se les excluía la entrada a las mujeres. Recobrada la energía, era momento de adentrarse al Palacio Nacional, para profundizar en el conocimiento de los últimos 500 años de nuestra historia, pero ante todo del México Independiente.

El regreso era por Madero para visitar, aunque fuera brevemente, alguna de las magníficas exposiciones organizadas por Fomento Cultural Banamex en el Palacio de Iturbide y continuar el recorrido hasta el edificio de Correos; de ahí bastaba atravesar Lázaro Cárdenas para rematar en el Palacio de Bellas Artes, inmueble edificado por Adamo Boari durante el porfiriato. El periplo terminaba con un riguroso tequila, acompañado de caldo de pollo, ajos en escabeche y embutidos en el Bar Gante.

En aquellas ocho horas se difrutaba el ambiente del Centro Histórico a través de sus olores, sabores y colores; pero en particular era la oportunidad de inmiscuirse en las tres etapas de nuestra civilización: la prehispánica, la colonial y el México moderno, reunidas en unas cuadras. Era la ocasión de regalarnos frutos sustanciales para reflexionar sobre los desafíos que pasamos como nación.

La gloriosa avenida Madero, resistente a todo embate. (Imagen tomada de infobae.com).

 

Hoy el paseo queda trunco, pues la posibilidad de ingresar al Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo de la Federación, pero también parte fundamental de la construcción de la nación, es restringida. El inmueble ha quedado inexpugnable ante unas obscenas vallas que contaminan la armonía del paisaje que antes maravillaba. Se dificulta ahora subir los peldaños de la escalera monumental acompañados de los grupos escolares, para contemplar el mural Epopeya del pueblo mexicano, uno de los monumentos artísticos más simbólicos del país, pintado con maestría por Diego Rivera. Al guanajuastense le fueron concedidos otros once páneles para que representara la historia de las culturas mesoamericanas.

Incluídos los de Rivera, son 17 murales los que hay en Palacio Nacional. Además, ahí se ubica el Recinto de Homenaje a don Benito Juárez, que emula la que fuera la residencia del Benemérito. También el Salón Francisco I. Madero, que evoca la habitación que ocupó el presidente hasta la noche del 22 de febrero de 1913, cuando fue extraído junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, para trasladarlos a la Ciudadela, donde fueron ejecutados por órdenes de Victoriano Huerta.

El inmueble también alberga una recreación del recinto del Poder Legislativo de 1829 a 1872, cuando fue destruido por un incendio; fue ahí donde se redactó la emblemática Constitución liberal de 1857. Dos patios, el Mariano y el Central, sedes de actos protocolarios, antes podían ser visitados abiertamente; además del Jardín Botánico fundado en 1972, los fragmentos de ventanas arqueológicas que corresponden a las casas de Moctezuma y la Antigua Fragua de la Casa de Moneda. En Palacio también se encuentra la Biblioteca del Recinto de Homenaje a don Benito Juárez, especializada en la historia del siglo XIX, el Fondo Histórico de Hacienda Antonio Ortiz Mena y el Fondo Histórico Francisco I. Madero, además del Salón Guillermo Prieto, antigua Tesorería.

A cambio tenemos un sitio de menor relevancia histórica, que durante las últimas décadas sirvió como residencia presidencial y espacio para oficinas del gobierno. Los Pinos tiene grandes salones que servían para actos públicos y en el complejo se hallaban algunas obras artísticas que no están a la vista. Hoy alberga dos museos: la residencia del presidente Lázaro Cárdenas y otro en honor del maíz; en esencia el complejo está destinado a actividades culturales y de esparcimiento, que si bien funcionales, resultan incomparables a la grandeza y significancia del Palacio Nacional.

México no puede entenderse sin los sitios que han marcado nuestra historia, como tampoco sin conocer a los protagonistas de la misma. El patrimonio cultural es un bien público y como tal debe ser abierto y accesible al aludido pueblo. Recorrer los pasillos que se conectan como venas al interior de los espacios históricos, es también ser parte de la sangre que recorre por el cuerpo de nuestra patria.

Dichosos aquellos que pudieron disfrutar de tan famosa cantina. (Imagen tomada de mxcity.mx).

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