Encontronazo: del Papalote al Yancuic,
de Chapultepec a Iztapalapa

Papalote Museo del Niño en Chapultepec y el Museo Infantil y Juvenil Yancuic en Iztapalapa. (Fotos: Papalote Museo del Niño / Gobierno de la CDMX).

 

Poco se habla de las infancias en este país y, menos aún, de los efectos del confinamiento en sus vidas. ¿Qué extrañan, qué aprenden y qué desean? Lo cierto es que en las semanas recientes la prensa cultural dio cuenta de la posible pérdida de un museo emblemático para la niñez en México: Papalote Museo del Niño en Chapultepec. Y de la irrupción de uno nuevo, gigantesco, en el oriente de la capital: Yancuic, operado por el gobierno de la Ciudad de México.

A continuación, algo sobre la historia de Papalote.

Para cuando Cecilia Occeli, la entonces esposa del presidente Carlos Salinas, decidió impulsar la creación de un museo interactivo para niños, sólo en Estados Unidos ya existían 350 así; los había también en Asia, en Europa y en países de Latinoamérica como Brasil, Colombia y Venezuela. En México el único y muy digno ejemplo existente era el Universum de la UNAM. De ella fue la idea, lo demás fue la suma de esfuerzos entre gobiernos, iniciativa privada y sociedad civil.

Los museos interactivos nacieron en 1961 cuando Michael Spock se hizo cargo del Museo de los Niños en Boston, Massachussets. Su idea era ofrecer un ambiente propicio para el aprendizaje a través del juego y la experimentación. El educador sostenía que los niños recibían suficiente instrucción en la escuela. Y que interacciones significativas con objetos reales potenciarían el interés genuino y el gozo del juego infantil, como la mejor manera de promover la educación dentro del museo. Por primera vez, los más pequeños eran invitados a tocar los espacios museísticos sagrados y a darle vida, experimentar y compartir con otros la experiencia lúdica del conocimiento.

Durante un par de años, los automovilistas que pasaban a un lado de la que fuera Fábrica Nacional de Vidrio sobre avenida Constituyentes, y miles de paseantes en Chapultepec, se preguntaban qué era ese edificio de azulejos con una chimenea rosa y una gran esfera. Pocos sabían que se trataba de un museo que recibiría a sus visitantes a través de un túnel con sensores de luz que producirían rayos láser de colores cada vez que una persona lo cruzara; menos aún imaginaban que allá dentro se montaban exposiciones interactivas, grandes tinas para producir burbujas gigantes, un biplano que los niños podrían manejar a control remoto, un globo aerostático que levantaría el vuelo, un equipo completo de computación, instrumentos musicales, un árbol gigantesco al que habría que subir para conocer el proceso de fotosíntesis y las especies que lo habitan para después descender por una resbaladilla… Dos mil juguetes tradicionales mexicanos, una calavera Catrina lista para bailar y así mostrar el sistema óseo del cuerpo humano y hasta un “Monstruo come pesadillas” al que los niños acudirían para no tenerlas más. Y que ya se preparaban “cuates”, facilitadores o guías educativos capacitados para acompañarlos.

El museo abría con una Megapantalla Imax, que para entonces era vanguardia tecnológica, además de un teatro al aire libre, una biblioteca viva, sala de exposiciones temporales, tienda y cafetería. Después llegaría el domo digital con sus 23 metros de diámetro con cupo para 275 espectadores listos para una experiencia inmersiva.

 

(Izq.) Desde su creación hace 27 años, el Papalote Museo del Niño ha atendido a tres generaciones y 23 millones de asistentes. (Der.) Dolores Beistegui, Directora del Museo desde agosto de 2011. (Foto: Cortesía de Papalote Museo del Niño).

 

Ambiciones cumplidas

El Papalote se pensó como un espacio incluyente. Si bien hay que pagar una entrada o adquirir uno de sus paquetes, se creó un programa especial mediante el cual empresas privadas patrocinan la asistencia de decenas de miles de niños de escuelas públicas, incluyendo transporte y entradas. Antes de abrirse, ya tenían asegurada y pagada la visita de 130 mil niños que accederían sin costo.

Se constituyó como Museo Interactivo Infantil A.C, con un patronato integrado por Carlos Autrey (Presidente), María Elena Servitje, Manuel Arango y 14 empresarios más. Luego de una intensa campaña de recaudación de fondos, finalmente se concluyó la obra con una inversión privada de 40 millones 600 mil dólares y donativos en especie; además contó con apoyo y asesoría de la Secretaria de Educación Pública y el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Entre sus fundadores, donantes, benefactores y amigos el museo contó con artistas como Juan Gabriel, Luis Miguel, Sebastián y decenas de industrias como la automotriz, la alimenticia, la de la construcción y también la banca.

Papalote Museo del Niño es una asociación civil sin fines de lucro, concesionaria del gobierno de la ciudad de México, que se ha convertido en una institución modelo de sostenibilidad basada en ingresos autogenerados que se reinvierten en proyectos educativos y exposiciones. En 2019, antes de la irrupción del Covid-19 en el mundo, ingresaron 656 mil 767 visitantes, 840 escuelas (53 por ciento públicas y 47 por ciento privadas), 101 mil 624 alumnos y 8 mil 887 maestros. Papalote para Todos IAP, su programa de responsabilidad social, destinado a la atención de escolares de zonas marginadas del Valle de México y niños con alguna discapacidad física, intelectual o emocional, hizo posible la visita de 22 mil 313 niñas y niños que viven en condiciones vulnerables.

Iba muy bien, con números negros y salud financiera, entre mil 500 y 2000 visitantes diarios y un promedio de 680 mil al año, cuando llegó la pandemia del coronavirus, el confinamiento obligatorio y una crisis que lo tiene al borde del cierre definitivo.

Uno de los elementos clave de Papalote Museo del Niño es el diseño realizado por Ricardo Legorreta. El arquitecto consideraba este proyecto como un “reto tremebundo” por su ubicación en Chapultepec y por estar dirigido a los niños quienes, para él, debían de adueñarse del espacio desde el primer contacto visual. De ahí los colores vibrantes y las grandes formas geométricas primarias identificables desde cualquier punto de vista. Su localización en la segunda sección del bosque se distingue por su gran escala y la relación con el arte y la estética que se inicia con la obra hidráulica en la que participó Diego Rivera, lo que alimentó el concepto de hacer del museo un conjunto escultórico monumental. El uso de azulejos para recubrir los edificios responde no solo a lo alegre de su aspecto, sino a toda una tradición mexicana en el uso de estos materiales y a que facilita su mantenimiento. Los azulejos y la piedra braza, además, también están presentes en la fuente de “Tlaloc” realizada por Rivera en la misma sección de Chapultepec.

El proyecto, que compitió con el que presentaron a concurso Teodoro González de León por un lado y Enrique Norten por el otro, se ejecutó en 22 meses, de manera que Papalote se inauguró el 5 de noviembre de 1993 y abrió sus puertas al público tres días después. Solo el primer año recibió más de un millón de visitantes.

La distribución del museo rompió con las divisiones arbitrarias y las salas convencionales para dejar el espacio abierto a recorridos libres según los gustos e intereses de los visitantes. Grandes temas relacionados con la ciencia, el medio ambiente, la ciudad, la tecnología y el arte se han abordado en el Papalote y se renuevan de tanto en tanto. Lo que permanece es la idea de despertar la curiosidad, el asombro y la imaginación de los niños y brindarles la oportunidad de aprender jugando y vivir experiencias significativas. En 1998 el museo recibió el Premio Derechos de los Niños de UNICEF y en otro momento, la presea “José Vasconcelos” que otorga la SEP. Se convirtió, pues, en un aliado de la educación en México.

La remodelación más reciente de Papalote se llevó a cabo en 2016. Se hizo énfasis en la implementación de medidas más amigables con el medio ambiente como la eliminación del aire acondicionado para privilegiar la ventilación natural, el aumento de luz natural en interiores, la instalación de plantas recicladoras de agua de lluvia y el aumento de actividades en áreas verdes. Se estrenaron grandes áreas temáticas nuevas: Mi cuerpo, México vivo, Mi hogar y mi familia, Laboratorio de ideas y Mi ciudad.

Luego de 27 años, tres generaciones y 22 millones de visitantes, Papalote Museo del Niño lucha por la supervivencia debido a los estragos del confinamiento. Y también, por la falta de una política pública integral de apoyo a espacios y proyectos culturales en México.

Para un museo interactivo como éste, autónomo, sin subsidio gubernamental, que funciona gracias a los ingresos derivados de la taquilla, la ausencia de público presencial, debido al cierre por la pandemia durante casi todo 2020 y lo que va de 2021, es un reto mayúsculo. Y aunque emprendió su exitoso programa Papalote en Casa, con 700 mil seguidores en línea, se vio obligado, según informa su directora general Dolores Beistegui, a tomar medidas preventivas desde marzo del año pasado. Entonces se redujo en 50 por ciento el salario a los 159 integrantes del equipo. Se cerraron las sedes de Papalote en Monterrey y Cuernavaca. Luego de una breve reapertura en Chapultepec en septiembre, la nueva ola de contagios de Covid-19 y el semáforo rojo, lo tienen hoy en peligro de desparecer.

El pasado 21 de enero Dolores Beistegui hizo pública la situación y anunció la campaña #Salvemos Papalote con gran eco en los medios de comunicación. Se trata de un llamado urgente al gobierno federal, al de la ciudad de México, a la iniciativa privada y a la sociedad civil en busca de apoyo y solidaridad en: www.papaolte.org.mx/donativos Para poder sostenerse mientras reabre sus puertas, conservar el sueldo de sus trabajadores, darle mantenimiento al espacio y cumplir con sus obligaciones fiscales, el museo requiere con urgencia de 50 millones de pesos.

 

Maqueta del Museo Infantil y Juvenil Yancuic en Iztapalapa. Contará con 20 mil metros cuadrados, seis niveles y 31 metros de altura. Se espera atienda a 5 mil usuarios diarios. (Imagen: Gobierno de CDMX).

 

Del otro lado, Yancuic

Mientras la noticia corría como pólvora en los medios y Beistegui invitaba a la sociedad a unirse a la campaña de donativos, de pronto, el 25 de enero, Claudia Sheinbaum ofreció una conferencia de prensa para anunciar los avances de la construcción, en Iztapalapa, del Museo Infantil y Juvenil Yancuic (que significa “lo nuevo” en náhuatl) y su probable apertura en septiembre de este año.

Se trata de una obra, a un costado del Metro Constitución, de 20 mil metros cuadrados, seis niveles y 31 metros de altura destinada a “exposiciones artísticas, culturales, de tecnología e historia”. Podrá recibir, según se informó, hasta 5 mil visitantes diarios. Cabe mencionar que la alcaldía tiene más de un millón 800 mil habitantes.

Los antecedentes son: durante el sexenio pasado, el gobierno de Miguel Ángel Mancera concesionó a la asociación civil Papalote el proyecto de un museo interactivo infantil en Iztapalapa.

Tres años después, cuando la construcción llevaba un avance de 50 por ciento, el nuevo gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum anunció, el 4 de enero de 2019, que se cancelaba la concesión a Papalote para dejar el nuevo museo en manos de la Secretaría de Cultura capitalina con la idea de realizar un proyecto más “acorde a los planteamientos de los habitantes de la alcaldía” y con entradas más accesibles para el público. Informó también que se destinarían 150 millones de pesos para concluir la obra en diciembre de ese año. Y agregó que “estará a la altura de los grandes museos de la Ciudad de México y generará un diálogo de igualdad, cooperación y a favor de los derechos culturales de las y los capitalinos”.

Según informó Sheinbaum, Yancuic estará listo en abril.

¿Por qué se anunció en estos días? ¿Por qué, después de tanto tiempo, se dio a conocer su próxima apertura justo cuando el Papalote hace pública su crisis y su posible cierre?

Que se abra un espacio en Iztapalapa para las infancias es, sin duda, algo positivo. Que sea popular, también. Lo que no se dijo todavía es quién lo dirigirá, cuál es su filosofía y con qué presupuesto contará para sus actividades y para su mantenimiento.

Surge la pregunta: ¿tiene que desaparecer un museo para que exista el otro?

Deseable que coexistan dos museos infantiles en una ciudad y un país donde cada día hay menos espacios seguros para la niñez, donde recreación y aprendizaje van de la mano y se disfruta del espacio público sin tener que resguardarse tras la muralla de los centros comerciales. Con la pandemia y el confinamiento, hay que recordarlo, a la niñez se le arrebató todo: los compañeros de clase, los abuelos, el parque, el deporte, la primavera, el verano, el otoño y el invierno. ¿Se le arrebatará también el Papalote de Chapultepec?

Hay un debate abierto. La infancia está de por medio. Y una de las pocas reservas para la alegría de los niños.

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