Para leer, también el periódico, así como Woody Allen hace muchas décadas. (Imagen tomada de Santiponce.es).

 

En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, los aspirantes a la presidencia de la República suelen tener que superar la prueba del ácido, misma que me cuesta trabajo comprender: tener que señalar los tres libros que han marcado su vida, como si ello fuera la muestra que la sociedad les exige para considerarlos personas cultas y dignas de gobernarnos. Entiendo que este juicio se dé por el desliz del entonces aspirante a la preseidencia, Enrique Peña Nieto, quien cuando se presentó en la Feria, a pregunta expresa, titubeó y no pudo elaborar su listado. No obstante, la condición de considerar a una persona culta o humanista, no puede sustraerse a recitar de memoria tres títulos literarios.

La lectura, y el arte en general, forjan al ser humano y lo ideal es que desde temprana edad se pueda tener acceso al mismo: a los libros, a la pintura, al cine, entre otras manifestaciones artísticas. Los libros debieran ser siempre compañeros leales durante toda nuestras vidas y de esa manera irnos marcando; de tal manera, la sensibilidad y el conocimiento que se logra a partir de su lectura, pueden doblegar a una sociedad y particularmente a una clase política por demás muchas veces insensible ante las necesidades humanas.

Quien ha tenido la fortuna de deleitarse con la lectura, no puede reducir su experiencia a nombrar tres libros, aunque bien podría ser lo mínimo que alguien que pretenda gobernarnos pueda expresar. Cada libro llega en su tiempo; de alguna manera marcan una señal en esos momentos y moldean las decidiones que tomamos. La lectura se convierte en parte de nuestra cotidianeidad; los libros se vuelven como la ropa que usamos o la comida que saboreamos en determinado momento.

Son los libros los que nos escogen y no nosotros a ellos; algo así como la varita seleccionadora de los alumnos de Hogwarts en Harry Potter. Recuerdo que cuando leí Crimen y castigo, en mis tempranos veinte años, me cimbró de manera contundente; quizás a esa edad muchos nos sentimos Raskolnikov; no obstante, cuando lo releí dos décadas después, no sentí las mismas vibraciones por la novela de Dostoievsky que en mi juventud. Me pasó lo contrario con La montaña mágica, pues la primera vez que me acerqué a su lectura, no pude concluirla; sin embargo, años más tarde me sentí vinculado a Hans Castorp, el protagonista de la obra de Thomas Mann.

Mujer leyendo, del francés Éduoard Manet (1832-1883). (Imagen tomada de culturainquieta.com).

 

Los libros llegan en su momento, y en ese momento nos forman, nos nutren; nos apropiamos de los personajes; sentimos empatía por algunos y desprecio por otros. Un reflejo de la vida; de una vida paralela a la cual accedemos a través de vernos inmersos en sus renglones, pero que al final logra asimilarse con la propia. Hay una difusa línea delgada entre lo que vivimos y lo que leemos, pues la lectura nos genera sentimientos como la propia vida. En la bella película Il Postino, de principios de los noventa, Pablo Neruda le reclama a Mario Ruoppolo, el cartero, haberse apropiado de sus versos para conquistar a su amada, Mario le responde contundente: “la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”.

Uno de mis profesores decía, “hay que leer y leer; lean hasta la Sección amarilla, pero lean”. “No hay libro tan malo que no te deje al menos una lección”, afirmaba un cercano amigo en la universidad. Si nos diéramos tiempo para leer, así como nos lo damos para otras cosas, nuestras vidas serían distintas, habría mayores posibilidades de diálogo y entendimiento, empezando desde el ámbito público.

De acuerdo con el Módulo sobre la lectura (MOLEC) elaborado por INEGI, en el reporte de 2023, los mexicanos leímos un promedio de 3.4 libros durante los últimos doce meses. Y ya que se ha vuelto una moda compararnos con los países nórdicos, de acuerdo con la UNESCO, justo los cinco países que más leen en el mundo se encuentran en esa región: Noruega es el primero, cuyos habitantes leen doce libros en promedio por año, segundo Finlandia con once, Suecia en tercero con diez, en cuarto Islandia con nueve y por último Dinamarca con ocho. El promedio mundial es de 4.7 libros por año; es decir, México se encuentra por debajo de la media. Hay mucho por hacer aún en materia de lectura. Esa debería ser una prioridad como política de Estado; algo que los gobernantes debieran estar mirando como quehacer prioritario.

La lectura, pues, contribuye a construir ciudadanía y a vivir con mayor sensibilidad. Los libros se vuelven parte de nuestro ADN. “Soy los libros que he leído”, afirmaba mi abuelo materno. Dicen que Jorge Luis Borges se sentía más orgulloso de los libros que había leído que de aquellos que había escrito. Y a propósito del escritor austral, su fascinante cuento “Funes el memorioso” trata de un hombre que no sólo ha leído completa la literatura universal, sino que la sabe toda de memoria; no obstante, Funes vive en una isla apartado y bajo las condiciones más precarias en las que un ser humano pudiera subsistir. Quizás, nos preguntaríamos, ¿no sería esa la auténtica sabiduría?

Hay de maratones a maratones. (Imagen tomada de plandelecturaentdf.files.wordpress.com).

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