Cartel de un evento gratuito en la ciudad de México. (Fotos: Tere Quintanilla, archivo IMASE).
¿Gratis?
¿Qué piensas cuando escuchas la palabra gratis? ¿Cuál es tu reacción y qué tipo de relación entablas con el bien o el servicio que recibes gratuitamente? ¿Qué expectativa tienes ante ellos? Imagino que las respuestas pueden variar dependiendo de las circunstancias y del lugar que ocupes en la cadena de la gratuidad [1].
En el Diccionario Español de México encuentro que gratis significa: “Que se hace o se da sin pago de por medio, sin cobro: un viaje gratis, un paquete gratis, comer gratis, trabajar gratis”. El adjetivo gratuito recibe dos acepciones: 1. Que no requiere pago, que se obtiene sin dar algo a cambio: entrada gratuita, libros gratuitos, atención médica gratuita, un espectáculo gratuito, y 2. Que es arbitrario y sin fundamento: una afirmación gratuita, una agresión gratuita.
Y es en la ambigüedad del uso de la palabra gratis desde donde algo sobre ella me hace sentir incómoda. Es un malestar que ha ido floreciendo paulatinamente y gracias a las circunstancias del no pago oportuno a los artistas por parte de la Secretaría de Cultura, comprendí una posible razón: la incomodidad viene a mí con la idea de que alguien obtiene o recibe sin dar algo a cambio.
México es un país diverso, inundado de culturas ricas en imaginación y en significados. Es un país donde un alto porcentaje de sus ciudadanos comparten su cultura sin pedir nada a cambio porque brota desde la esencia, porque es una forma de vida, porque es tan de nosotros que no la reconocemos como un bien extraordinario y mucho menos un bien para intercambiar.
¿Será por ello que los hacedores culturales no reciben un pago justo por su quehacer? ¿Será que se piensa que es un bien libre [2] y que por ello no es digno de generar un intercambio económico? ¿Será que lo simbólico, profundo e intangible no es meritorio de recibir un valor económico para que sus creadores vivan dignamente de su trabajo?
Me pregunto si es congruente tener acceso a cualquier manifestación cultural por derecho adquirido [3] al nacer, por el simple hecho de existir. ¿Será que para obtenerlo no es necesario considerar que se deba dar algo a cambio? ¿Cómo aprendemos a no darle valor profesional al quehacer cultural? ¿Cómo fue que en nuestra sociedad no aprendimos a reconocer el intercambio del hecho cultural como algo justo, merecido, equitativo y digno?
¿Cuáles son y dónde quedan los derechos de los hacedores de cultura?
Después de los sismos de 2017, en Ecatzingo, Estado de México se realizaron talleres para adolescentes como un proyecto gratuito que desarrolló Telar Social México, organización de la sociedad civil que reunió el financiamiento para cubrir los costos de su ejecución.
Con todo el respeto que me merece el gremio de las trabajadoras del hogar, ya lograron una ley a su favor; ellas ya cuentan con una legislación que las protege contra el abuso laboral. Mientras, los artistas van y vienen en planteamientos, conversaciones y exigencias con legisladores y gobernantes y sus palabras son apenas silbidos y que no fluyen como un ventarrón.
No es posible que se deba el pago a cientos de artistas y que por más que se manifiesten no suceda nada. Pero eso sí, resulta que el programa en el que ellos trabajaron ofrece un resultado que enaltece la “nueva propuesta cultural” de México.
No, la cultura no es gratis. Hay partidas presupuestales asignadas para que las acciones culturales que realiza el gobierno sean pagadas a los artistas, los promotores y los hacedores culturales contratados para llevarlas a cabo. Es claro que estas partidas no son ejercidas a cabalidad, y no es solo tema de esta administración; se ha convertido en un asunto recurrente por décadas mientras los artistas soñábamos que la práctica cambiaría en la tan anunciada Cuarta Transformación.
No, la cultura no es gratis. Las familias de cientos de hacedores culturales no tuvieron cena de fin de año, y la cuesta de enero se convierte hoy en toda una avalancha por sortear.
No, la cultura no es gratis, aunque el acceso a la misma no tenga costo para la población. Hay gente trabajando con pasión y compromiso para que la cultura inunde y beneficie a nuestro gran país pero no: la cultura no es gratis.
¿Cuál es el camino para valorar el quehacer cultural? ¿Cómo hacemos los ciudadanos mexicanos para que el trabajo cultural sea digno y respetado?
Es maravilloso, y así corresponde, que el gobierno desarrolle grandes proyectos sociales para el bien de la población más olvidada y desprotegida. Pero es fundamental que ello no se haga a costa de situar a los artistas en el margen de la precarización y de la pobreza.
Taller de teatro y danza impartido en la Ciudad de Campeche como parte del diplomado “Fortalecimiento de habilidades didácticas para la experimentación artística “, con niñas, niños y adolescentes de las casas de cultura de Campeche. La capacitación gratuita para los participantes se realizó en el 2019 a través del programa Alas y Raíces.
Hace 40 años, en un festival de teatro latinoamericano en Nueva York, un colombiano integrante del grupo La Candelaria me lanzó una frase que hoy resuena en mis entrañas: “No se puede hacer la revolución con el estómago vacío”.
Y así es: no se puede hacer una revolución cultural en México sin los hacedores de cultura; no se puede hacer una revolución cultural en México sin el sueldo digno y a tiempo de quienes con compromiso y conciencia social suben a la sierra y se adentran en comunidades de alta marginación para construir otros imaginarios posibles.
Es fundamental tomar conciencia de que aunque el bien o el servicio cultural que estoy recibiendo no tenga un costo para mí, su realización implica costos para alguien más en la cadena que se construye para hacer posible que esté a mi alcance.
Cuando el gobierno dice que el evento cultural en cuestión es gratis, ¿quién asume el costo humano, material y financiero del producto o servicio que recibo? ¿Será pagado por nuestros impuestos? ¿Será responsabilidad de quien ofrece el servicio? Y en este punto destaco que en la cadena de la gratuidad, el que mayormente asume el costo del evento cultural es el artista, el creador, el artesano, el generador del bien o servicio cultural en cuestión.
Por tanto, considero apremiante que, por el servicio o el producto recibido, se reconozca una manera de brindar algo a cambio ya sea a quien ofrece ese producto o servicio sin costo, ya sea a alguna otra persona que requiera recibir en gratuidad lo que tú tengas para brindar.
¿Quién o quiénes son los responsables de pagar por la cultura? ¿O es acaso un tema nebuloso y de generación espontánea?
terequindac@gmail.com
27 de enero de 2020.
Notas:
[1] En https://definicion.de/gratuidad/ encuentro un abordaje que concuerda con mi forma de pensar. Definen: “La gratuidad alude a la condición de gratuito (de gracia o que carece de fundamento). El uso más habitual del concepto se encuentra en la economía. En este contexto, se alude a la gratuidad de un servicio o de un bien cuando estos se dispensan sin que el beneficiario realice una contraprestación. La gratuidad, por lo tanto, supone que el servicio o el bien no tiene precio y por lo tanto el beneficiario no paga por él (no entrega dinero a cambio). De todos modos es importante destacar que no existe servicio ni bien que sean gratuitos socialmente. Todos los servicios y los productos tienen un costo de producción y acarrean una externalidad (los costos y los beneficios de su producción y/o de su consumo que no se plasman en el precio). Para que el beneficiario no pague por aquello que se le otorga en gratuidad, alguien tiene que asumir previamente los costos. Si el bien en cuestión realmente no tiene costo para nadie, no se trata de un bien económico. En ese caso habría que hablar de un bien libre, que carece de precio y de dueño. El viento, por ejemplo, es un bien libre, no un bien económico que se da en gratuidad”.[2] Los bienes libres son aquellos que no requieren de un proceso de producción o de transformación para ser obtenidos y se encuentran disponibles en cantidades casi ilimitadas. Los bienes libres se contraponen a los bienes económicos en que estos últimos son escasos por lo que tienen un valor económico que puede ser traducido en dinero. Los bienes económicos tienen mercado y para poder acceder a ellos generalmente es necesario pagar un precio (https://economipedia.com/definiciones/bienes-libres.html).[3] El derecho adquirido se puede definir como el acto realizado que introduce un bien, una facultad o un provecho al patrimonio de una persona, y ese hecho no puede afectarse, ni por la voluntad de quienes intervinieron en el acto, ni por disposición legal en contrario (http://diccionariojuridico.mx/definicion/derecho-adquirido/).Tere Quintanilla
Tere Quintanilla D’Acosta impulsora de una nueva perspectiva de relación entre el arte y la educación. Promotora del Pensamiento Imaginativo. Hace 18 años funda el IMASE, OSC a través de la cual tropicaliza a la realidad mexicana la propuesta educativa del Lincoln Center for the Performing Arts. Es licenciada en Actuación y Maestra en Innovación Educativa. Ha dirigido y actuado en teatro y televisión tanto en México como en Estados Unidos. Ha desarrollo múltiples proyectos de inclusión de las artes en entornos escolarizados y no escolarizados. Promotora del trabajo en red entre OSC de diversos ámbitos de incidencia. Conduce en Radio Centro Entretejiendo miradas, en el 1030 de AM.