Jaime Nunó, ni mocho ni conservador

El músico y compositor de origen español, Jaime Nunó en los últimos años de su vida. (Imagen tomada de udual.wordpress.com).

 

CIUDAD VICTORIA. En 1854, el gobierno de México anunció el veredicto de los jueces sobre el concurso del himno patrio. Resultaron triunfadores el potosino Francisco González Bocanegra (1824-1861) -letra- y Jaime Nunó (1824-1908) de origen español -música-. Según el periódico El Siglo Diez y Nueve, el canto de guerra o Marcha Marcial, fue interpretado por primera ocasión en público la noche del viernes 15 de septiembre de ese año en el Teatro Nacional o Teatro Santa Anna. Ante la Junta Patriótica y un audiencia notable que no alcanzó a colmar las butacas, el estreno estuvo a cargo de la orquesta de la Gran Compañía de Ópera Italiana dirigida por Juan Bottesini. En el mismo programa participaron bandas de música de varios regimientos, mientras la arenga pública correspondió al poeta Francisco González Bocanegra.

Al día siguiente y el resto del mes, la misma Compañía Lírica lo entonó antes de la presentaciones de la ópera Attila, con una dedicación extraordinaria a Don Antonio López Santa Anna, quien humildemente se hacía llamar Su Alteza Serenísima: “Con este Himno dará principio el espectáculo, por el momento mismo en que S.A.S se presente en el palco”. En la función solemne actuaron los cantantes Claudia Florentini -soprano- y Lorenzo Salví -tenor- (Ancona/1810), mientras los coros eran de las compañías artísticas de René Mason y Pedro Carvajal. El presidente Santa Anna, no pudo asistir al estreno pero se emocionó hasta el llanto al enterarse que en una de las estrofas, hacía referencia a su persona:

 

Del guerrero inmortal de Zempoala,

te defienda el guerrero increíble,

y sostiene en su brazo invencible,

el sagrado pendón tricolor,

el será del feliz mexicano,

en la paz, en la guerra el caudillo,

por que él supo sus armas de brillo,

circundar en los tiempos de honor.

 

Desde entonces, la fama de Nunó se acrecentó notablemente en todo el país y disfrutó a plenitud aquellos momentos fugaces de gloria. Desafortunadamente su Alteza Serenísima, Héroe de Tampico, Defensor de la Patria y Dictador Resplandeciente volvió a caer en desgracia en 1855, después de la firma del Plan de Ayutla apoyado en varias entidades, quienes se oponían a su mandato presidencial, obligándolo a abandonar el país. Dicho acontecimiento afectó directamente los intereses del compositor español. En febrero del año siguiente, después de cumplir un compromiso en el Teatro Nacional abandonó México con su familia y se estableció en Búfalo, Nueva York, para dedicarse a impartir clases de música y canto en una academia de su propiedad.

 

En 1842, con todo el apoyo del presidente Antonio López de Santa Anna, inició la construcción del Teatro Nacional, que funcionó hasta 1901. Aquí una vista del teatro, litografía de Casimiro Castro (1826-1889). (Imagen tomada de relatosehistorias.mx).

 

De vuelta

Su primer retorno a México, coincidió con el gobierno imperial de Maximiliano en noviembre de 1864, probablemente intuyó que las condiciones políticas le eran favorables. Su eventual presencia se asocia con una compañía de ópera italiana en el Teatro Imperial. Durante una corta temporada, Nunó se hizo cargo de la dirección musical de la ópera Masaniello o La Viuda de Portici. En el mismo programa se incluyeron piezas dedicadas a Carlota, esposa del emperador.

Debieron transcurrir 45 años para que nuevamente el autor de la música del Himno Nacional, regresara a México. Para entonces, el catalán originario de Gerona era un anciano casi octogenario. Tenía cabellera, piocha y bigote blanco, apariencia vigorosa, rostro encendido, buenos modales, sombrero, levita y chaleco de fieltro negro. Otras veces se le vio con un puro cubano entre los dedos. Según los testimonios, vivía modestamente en una Casa de Huéspedes de Búfalo, Nueva York, gracias a los ingresos económicos de las clases de música y solfeo.

Mientras algunos amigos y admiradores lo daban por muerto, o como él mismo declaró “cuando estaba con un pie en el sepulcro”, don Jaime llegó a la estación del ferrocarril en septiembre de 1901, atendiendo la invitación del presidente Porfirio Díaz con motivo de las fiestas patrias. Después de disfrutar la cómoda, limpia y bien ventilada habitación del Hotel Sánz, la noche del 15 entre cohetes, ramos de flores y banderitas tricolores, dirigió el Himno Nacional Mexicano con las bandas militares en la Plaza de la Constitución.

Durante casi tres meses, su agenda de actividades estuvo saturada de presentaciones dirigiendo bandas de música y orquestas. Varias ocasiones actuó en serenatas ante el presidente Díaz -a quien compuso la Marcha Heroica Porfirio Díaz-. Lo mismo dedicó conciertos a su esposa Carmelita, a Guillermo Landa y Escandón, gobernador del Distrito Federal y lo más granado de la sociedad porfiriana. Incluso el poeta y periodista Ireneo Paz publicó un soneto en el periódico La Patria:

 

Ancha la frente que besó la musa,

su semblante nimbado por la Gloria,

en sus ojos la luz de la Victoria,

la sonrisa en sus labios una fusa.

Blanco el bigote que con gracia atusa,

triunfador en la vida transitoria,

con derecho a la vida de la Historia,

tal es Jaime Nunó: ¿quién lo rehusa?

 

Si lo miras pasar, vedlo y queredlo,

y salúdale con sombrero en mano,

como a hijo ilustre de la patria vedlo:

que ese ancianito de cabello cano,

es autor si lo ignoras sabedlo,

del Himno Nacional del mexicano.

 

En periódico de la época, los empeños artísticos de Jaime Nunó como director de ópera. (Imagen proporcionada por el autor).

 

Honores y legados

Al calor de su presencia, fueron creadas varias asociaciones civiles con su nombre y el Congreso de la Unión le regaló dos mil pesos oro. Mientras sus paisanos catañulos le ofrecían banquetes, Nunó recibió homenajes durante sus giras por Aguascalientes, León, Gómez Palacio, Puebla, Guadalajara y Orizaba. También actuó en teatros y circos como el Orrín. Según una noticia del periódico Diario del Hogar, en septiembre de 1901 un grupo de quinientos alumnos de una escuela primaria, entonaron el Himno Nacional, dirigido don Jaime y la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música.

En ese momento, la vida artística de la capital del país siguió su curso. A pesar del gran alboroto que ocasionó en México, la presencia del viejecito no afectó la fama de la Reina del Teatro Virginia Fábregas, de la actriz Leonor Delgado, del ilusionista Onofroff, de la soprano Goyzueta y de otros artistas de diversiones públicas, quienes actuaban en escenarios de los teatros Abreu, Principal, Renacimiento y Orrin. Sin embargo, no todos elogiaron la estancia o “marcha triunfal de Nunó por la República”. Por ejemplo el periódico El Fin de Siglo, criticó al filarmónico de aprovecharse de la patriotería nacional para obtener recursos económicos: “(…) se han definido claramente sus condiciones artísticas basadas en el Time is Money que ha aprendido a practicar en Estados Unidos, y le ha venido la seguridad en la creencia de que todo lo merece…”.

Vale recordar que los orígenes de su fama sucedieron casi medio siglo antes, mientras se encontraba en La Habana, Cuba. En esa ciudad conoció al general Antonio López de Santa Anna, quien lo invitó a la capital del país con el nombramiento de Director General de Bandas y Orquestas Militares. El músico, dice una nota de El Siglo Diez y Nueve, arribó a Veracruz en un barco inglés el 28 de septiembre de 1852 con buenas expectativas: “D. Jaime Nunó, así se llama un músico español que ha venido en el último paquete, que toca varios instrumentos, y que, según se dice es una verdadera notabilidad”.

Desde entonces le profesó al político veracruzano una gran estima, respeto y gratitud. Por tal motivo al venirse abajo su gobierno, inmediatamente los enemigos del filarmónico español lo acusaron de mocho y conservador. Ante las intrigas oportunistas, el peligro de un linchamiento social y evitar comentarios burlescos mal intencionados, don Jaime tomó sus instrumentos y abandonó el país.

 

En 1942 el gobierno mexicano trajo al país los restos de Jaime Nunó y reposan al lado de Francisco González Bocanegra en la Rotonda de las Personas Ilustres, en el Panteón de Dolores, en la Ciudad de México. (Imagen tomada de wilkipedia.org).

 

A pesar de los calificativos en su contra, el músico jamás negó su admiración por Santa Anna, argumentando que solamente atendió la convocatoria del concurso, a cambio de quinientos pesos de premio. Incluso declaró a los periódicos que no era mocho ni conservador, sino liberal desde su juventud cuando vivió en Barcelona. Nunó en todo momento reconoció su gratitud y lealtad al controvertido ex presidente. Por eso cuando Juan Sánchez Azcona pronunció en su presencia un discurso en la angelical Puebla, donde “raspaba” al polémico militar y político, el músico se mostró visiblemente molesto: “Nunca esperaba que lo invitaran para insultar a uno de sus amigos y protector incondicional, como lo había sido de él, el Señor Gral. Santa Anna (…) y fue más que suficiente para que disolviera el Comité Directivo del Homenaje a Jaime Nunó”.

A principios del siglo XX, la polarización de la sociedad entre conservadores y liberales estaba en pleno apogeo. Como parte del desagravio a la figura del autor del himno, la respuesta de un sector poblano fue inmediata. Al día siguiente el Diario del Hogar -octubre 8 de 1901-, informó que un grupo de católicos de la más granada sociedad, entre ellos las familias Alatriste, Rivadeneira, Santaella, Toussaint y Gordillo entre otras, lo invitaron a una velada del Casino Católico: “(…) que ahí iba a tratar con personas decentes”.

Con los achaques físicos propios de los años, la carga moral ideológica a cuestas, el recuerdo imborrable de la figura del caudillo Santa Anna satanizado por sus enemigos y mil quinientos dólares en el equipaje, el huésped de honor retornó a su hogar en Búfalo, Nueva York, para continuar su cátedra de música. Antes de su partida durante el mes de noviembre, entregó a los editores la partitura del vals ¡Adiós México! como muestra de gratitud al cariño que sus habitantes le ofrecieron.

En 1904 vino de nuevo al país, al cumplirse cincuenta años de la creación del canto patrio. Prácticamente se trató de una gira de despedida por varias ciudades, entre ellas Matamoros y Ciudad Victoria. Cuatro años después, falleció de agotamiento físico en su casa de campo en Bay Side Port, cerca de Nueva York. En su tranquila morada, durante una entrevista el lustre compositor expresó al corresponsal del periódico El Tiempo que tenía el propósito de regresar a México en 1910. Su propósito era dirigir el Himno Nacional con motivo del centenario de la Independencia de México. Pero el tiempo traidor no perdona: “¡Pobre Nunó! Ha muerto triste, casi olvidado y seguramente sin recursos”.

 


 

Fuentes consultadas

  • El Faro, septiembre 15 de 1901
  • La Gaceta Comercial, 14 de septiembre 1901
  • El Tiempo, octubre 18 de 1901
  • El Tiempo, julio 8 de 1908
  • El Diario, julio 31 de 1905
  • El Siglo Diez y Nueve, septiembre 29 de 1852, septiembre 14 de 1854, septiembre 15 de 1854 y enero 13 de 1856
  • El Fin de Siglo, enero 19 de 1905.

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