La Casa Barragán, construida en 1948, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004. (Foto: Montiel Klint Estudio-Cortesía de la FATLB).
La custodia de Luis Barragán, 30 años después
Dice Armando Chávez que la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán (FATLB) necesitaba dar un paso en su proceso civilizatorio y pasar de la oralidad a la escritura. Es decir, hacer un alto en el camino y poner por escrito su trayectoria, dar cuenta de cómo se ha llegado hasta el día de hoy luego de 30 años como custodios de la obra de uno de los creadores más importantes en la historia del arte mexicano: Luis Barragán.
Además de un paso civilizatorio, hay un gesto de resistencia. Porque hoy, cuando todo circula pero casi nada permanece, la fundación decide hacer memoria con un libro impreso; cuando lo usual es el ruido mediático y la exaltación, un puñado de apasionados defiende la serenidad y el silencio que habitan la casa y la obra de Barragán; cuando lo que destaca es el desmantelamiento de proyectos culturales de la sociedad civil, un grupo de personas demuestra que su existencia tiene sentido; frente al exhibicionismo cotidiano, elige la discreción e insiste, como el arquitecto tapatío, en darle un valor extraordinario a la intimidad, a la poesía y a la sobriedad.
Reporte al tapatío, extraño subtítulo del nuevo libro Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, es el guiño inicial con el que se marca el tono lúdico de la edición. Como la foto de Barragán en la portada que, con toda su elegancia a cuestas, aparece recargado en una avioneta, vestido de traje y corbata y con el gorro y los googles clásicos de un piloto. De pronto parece que, recién aterrizado, viene de regreso, luego de una escala en la Alhambra, para saber qué ha sido de su rico legado.
Portada del libro Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán. Reporte al tapatío, que puede adquirirse en la Casa Barragán (General Francisco Ramírez 12-14, colonia Ampliación Daniel Garza).
Y es Juan Palomar, uno de los fundadores de la FATLB, quien rinde el reporte. Su texto, escrito en primera persona, da cuenta de lo público y lo privado, de la relación cercanísima que sostuvo con Barragán y sus contemporáneos, de las amistades, las visitas a su casa y la admiración total de un joven arquitecto que lo escucha con devoción, tanta, que un día le dice el maestro: “No se preocupen tanto por ver lo que Barragán hizo, mejor vean lo que Barragán vio”. En el relato están presentes personajes clave en esta historia, como los familiares herederos o el arquitecto Ignacio Díaz Morales, a quien don Luis encomendó antes de morir crear una institución que se hiciera cargo de su biblioteca. La historia de la fundación, a partir de la muerte del único Premio Pritzker mexicano, está contada con rigor, pero sin solemnidad, con el corazón abierto y un tono desenfadado y coloquial que da su justo lugar a los detalles.
Palomar narra las aventuras, los encuentros y desencuentros, la audacia y el ingenio, la voluntad, la pasión y el esfuerzo que han sido necesarios para conservar el legado de Barragán y mantenerlo vivo; para convertir la casa en museo; para lograr de la Unesco, hace 15 años, su inscripción como Patrimonio de la Humanidad y hacer de la figura del arquitecto un icono intemporal.
El autor no deja fuera capítulos espinosos. Por ejemplo, el día que cruzó la puerta de la casa de Tacubaya Federica Zanco con su marido Rolf Fehlbaum, dueños de Vitra, y el camino que anduvo la pareja hasta Nueva York para adquirir el archivo profesional y los derechos de autor de Barrágan, que hasta hoy en día se conservan en Suiza.
Desde el periodismo, he sido testigo de las batallas de la FATLB y de la Casa Estudio Barragán; las de Catalina Corcuera, su directora; las de los arquitectos Armando Chávez, José Vigil, Andrés Casillas, Juan Palomar… en la defensa del legado de uno de los diez artistas más importantes del mundo en el siglo XX, según la BBC. He atestiguado el delicado y espinoso trato con la Barragan Foundation, que preside Zanco. Supe del regreso de la biblioteca del arquitecto a la Casa Barragán desde Guadalajara y de la escisión de algunos miembros de la fundación por este motivo. Vi a Saramago recorrer el jardín de la Casa Ortega de Barragán —junto a su casa estudio— para decir emocionado: “Este jardín es como si fuera el mundo, como si el mundo se hubiera encerrado aquí, como si no hubiera más mundo”. Me consta la defensa que ha hecho la fundación cuando una obra de Barragán es invadida visualmente o amenazada por alguna construcción. Los vi proteger las Torres de Satélite cuando lograron desviar el Circuito Centenario para que la autopista no arruinara la perspectiva del automovilista hacia esa obra que es emblema de identidad y símbolo de una utopía tan antigua como el hombre: acercarse al cielo.
La biblioteca de Barragán en su casa estudio reúne más de 2 mil 500 títulos. (Foto: Montiel Klint Estudio-Cortesía de la FATLB).
En un momento, Palomar admite: “No han faltado tropiezos y equivocaciones (…) discutidas colaboraciones debidamente sancionadas y vigiladas por nuestro comité de artes. Entre otras, se puede señalar la pasajera polémica a propósito de la pieza de la connotada artista neoyorquina Jill Magid, asunto en el que la fundación marcó perfectamente desde el principio su deslinde público en la parte correspondiente al ya célebre anillo”.
Aunque para muchos, y me incluyo, la profanación de su tumba fue, más que una pasajera polémica, un profundo agravio a la dignidad de Barragán y un homenaje grotesco a la frivolidad, incluir el episodio en Reporte al tapatío es una señal de autocrítica digna de valorarse, aunque sigamos sin entender bien a bien cómo es que logró Magid llegar tan lejos.
Una manera de conservar el patrimonio es darle vida y, en ese sentido, la fundación ha abierto sus puertas a nuevas generaciones, de modo que estudiantes de arquitectura realizan en la Casa Barragán su servicio social y cada año los alumnos de primer ingreso de la carrera en la UNAM recorren sus obras; aquí se realizan conciertos, talleres, seminarios, exposiciones temporales y se admiten intervenciones de artistas contemporáneos. También cuenta la FATLB con un consejo internacional de asesores integrado por arquitectos de la talla de Renzo Piano, Jean Nouvel, Richard Rogers, Norman Foster, Álvaro Siza, Rafael Moneo y Tadao Ando, entre otros.
El programa internacional de exposiciones en asociación con la Fundación FEMSA; la colaboración de la Fundación Alfredo Harp Helú en la catalogación de archivos; el creciente prestigio de Barragán en el mundo, la vigencia de sus propuestas y la vocación y entrega de Catalina Corcuera como directora, han contribuido de tal manera que el número de visitantes a su casa museo se ha duplicado de 10 mil a 20 mil al año. Además, está la remodelación del jardín de enfrente, en General Francisco Ramírez 17, a cargo de Alberto Kalach, y su actual funcionamiento como galería y espacio abierto al público.
A todo eso y al hermoso libro La casa de Luis Barragán: Un valor universal, coeditado con la Fundación Cultural Bancomer y RM, se suma hoy esta publicación con la que la FATLB inicia un nuevo proyecto editorial que dará a luz un libro sobre el arquitecto Andrés Casillas y otro de Luis Barragán para niños.
La FATLB es ejemplo de lo que puede lograrse cuando hay voluntad y pasión, pero también alianzas inteligentes entre iniciativa privada, gobierno, academia, organismos internacionales y comunidad local. Se dice fácil, pero la herencia testamentaria de Barragán era complicada y su destino pudo haber sido muy distinto. Pensemos en el caso de Octavio Paz o el de José Luis Cuevas, y las dificultades y riesgos en los que se encuentran sus legados.
Barragán es el único arquitecto mexicano que ha ganado el Premio Pritzker. En las fotos, dos miradas al interior de su casa estudio. (Foto: Montiel Klint Estudio-Cortesía de la FATLB).
“Antropología de la mirada”, el texto de Alfonso Alfaro, es en el libro todo un viaje a la obra de Barragán. Habla de las aportaciones de su casa en el contexto urbano —tanto internacional como nacional— y de las influencias, de la filosofía y la poética de su obra, pero también nos introduce a sus objetos, a sus libros y finalmente al interior del propio arquitecto para desvelarnos el espíritu y las raíces culturales que lo mueven como artista.
Se pregunta: ¿Cómo es posible crear un arte profundamente mexicano sin la menor referencia a las glorias del pasado prehispánico, un arte altamente refinado a partir de materiales provenientes de la tradición popular, un arte volcado hacia el futuro sin hacer concesiones a las modas del presente?
Según Alfaro, Barragán fue un excéntrico para su época. La fachada de su casa, afirma, es su más grande lección de urbanismo, por su discreción y subordinación a la armonía del barrio; su azotea, una obra maestra del arte contemporáneo; la alberca de la Casa Gilardi, un triunfo del arte abstracto. Barragán representa, dice, una vertiente de la cultura mexicana amorosamente rural pero reconciliada con los rasgos occidentales de su rostro.
El autor de Voces de tinta dormida (Artes de México, 1996), esa joya sobre los secretos de las lecturas de Barragán, dice que, si bien el arquitecto es un creador de espacios serenos, por su biblioteca deambulan fantasmas inquietantes. Es al mismo tiempo un asceta y un dandy, un empresario y un artista, amigo de las madres capuchinas y lector de Baudelaire, devoto de San Francisco y cercano a los muralistas, exquisito y rural; un hombre cuya herencia barroca se expresa en una obra casi zen. Un creador de sobriedad campirana y osadía cosmopolita.
¿Qué podemos hacer ante esa figura inmensa? Alfaro propone el disfrute de su obra; el aprovechamiento de sus lecciones arquitectónicas: la concepción del espacio, el sentido del color, la importancia del firmamento y el manejo de la luz. Y la reconciliación del presente con el pasado.
El investigador Alfonso Alfaro destaca de Barragán la creación de espacios serenos. En la imagen, exterior de la casa ubicada en Tacubaya. (Foto: Montiel Klint Estudio-Cortesía de la FATLB).
Las páginas que siguen integran un ejercicio de arqueología al interior del archivo personal de Barragán, con reproducciones a color de dibujos, fotos en sepia (don Luis de excursión, echándose un clavado, de mosca en un camión con todo y gabardina, en el Nevado de Toluca…), anotaciones con frases propias o prestadas. De su puño y letra, pensamientos sobre arquitectura. Se reproducen libretas telefónicas y agendas sobre las que entintó frases e ideas que después pronunciaría en su célebre discurso al recibir el Premio Pritzker en 1980. Sobre una hoja de agenda aparecen salpicadas en tinta roja, negra y verde las palabras: sensibilidad, sensualidad, armonía, asombro, fantasía, transfiguración, tiempo, belleza, ensueño, infinito, misterio, sueño, nostalgia, añoranza, magia, sortilegio… También hay una colección de postales y, para quienes se preguntan qué música escuchaba Barragán, una selección fotográfica de sus discos LP para que podamos imaginarlo activar su tornamesa y oír a Shostakovich, Stravinsky, Debussy, Dvorak o Ravel, pero también el twist, el piano o la banda de Duke Ellington, el jazz con Eartha Kitt, música folk sudafricana o poemas de Lorca en cante jondo. Fotografías de algunos de sus libros fundamentales como Les Colombières de Ferdinand Bac, uno más de Edward Weston, y de Picasso y de Miró, de Matisse, de Münch y de Orozco, uno más de jardines japoneses, otro de aforismos…
El discurso de aceptación del Pritzker y la lista de otros ganadores del mismo reconocimiento que han viajado de todo el mundo a visitar la Casa Barragán se pasean por este libro junto con la reproducción de obras de su propia colección de arte, en la que encontramos piezas de Chucho Reyes, de Miguel y Rosa Covarrubias, de Adolfo Best Maugard y Josef Albers, de Salas Portugal y de Weston… Para que veamos lo que él veía.
Una foto aérea del polígono, ya protegido, en donde se encuentra el museo, las magníficas fotos de su casa incluyendo, por supuesto, el coche. Y una muy útil línea del tiempo ilustrada de 1987 a 2018 con la relación de bienes pertenecientes a la FATLB, aquellos en copropiedad con el estado de Jalisco y el acervo de Barragán en números, comprenden un documento tan indispensable como bello en sí mismo.
El diseño de David Kimura y Gabriela Varela, y el trabajo de todo el equipo editorial encabezado por Armando Chávez con la coordinación de Isabel Garcés, están a la altura del legado que la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán resguarda.
23 de agosto de 2019.
Adriana Malvido
Periodista y escritora. Estudió Comunicación en la UIA. Inició en el diario unomásuno en 1979 y en 1984 fue cofundadora de La Jornada donde se especializó en reportajes de investigación en cultura. Ha colaborado en Proceso, Cuartoscuro, la Revista de la Universidad de México y Milenio. Actualmente publica su columna semanal “Cambio y Fuera” en El Universal y colabora en el suplemento Confabulario. Es autora de nueve libros, entre ellos, Nahui Olin, la mujer del sol; Por la vereda digital; Zapata sin bigote; La Reina Roja; Los náufragos de San Blas; El joven Orozco, cartas de amor a una niña y el más reciente: Intimidades, en coautoría con Christa Cowrie. En 2011 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, en 2018, el Premio Pen México a la excelencia periodística y en 2019 fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en la FIL Guadalajara.