Esta colaboración podría llevar también como título “Los marcianos llegaron ya”, y es que hace unos días nos despertamos con la noticia de que exmilitares de Estados Unidos reconocieron bajo juramento ante instancias parlamentarias de ese país, la existencia de material biológico y naves extraterrestres. Lo que sospechábamos se vuelve presumiblemente cierto, pues las declaraciones falsas bajo juramento se consideran delitos en nuestro vecino país del Norte y los oficiales hablarían sobre hechos que en teoría les constan.
Además de testificar sobre la presencia de alienígenas y naves extraterrestres, los exmilitares también reconocieron que el ejército estadounidense se ha visto en la necesidad de derribar algunos ovnis por cuestiones de seguridad nacional, doce de los cuales obran en poder de los militares. No obstante, también hay señales de entendimiento, pues declararon que el Pentágono ha tenido algún tipo de interacción con los extraterrestres.
Esta situación nos lleva a plantearnos la sempiterna pregunta de cuál es el devenir que tendremos como especie y qué representamos en el infinito. Desde luego que somos insignificantes en el orden universal. Jorge Luis Borges, sugería que pudiéramos repetirnos en alguna parte del Universo, pues éste es tan inmenso que cabe la posibilidad de la existencia de muchos mundos, en alguno de los cuales podemos “encontrarnos con nosotros mismos”, como se encontró él con Jorge Luis Borges en el fabuloso cuento “El otro”.
Me parece que aunado a nuestra ínfima presencia en el Universo, también debemos valorar nuestro propio paso por el planeta azul. Para los miles de millones de años que tiene la Tierra, nuestra generación representa apenas un suspiro; sin embargo, ha sido la más destructiva del medio ambiente. Se teme que si continuamos con ese proceso de contaminación y el consecuente daño a la naturaleza, el cambio climático será tan vertiginoso que la especie humana se podría encontrar ante su propia hecatombe.
Tenemos, pues, un doble reto. Por un lado dejar de contribuir a la expansión de la huella de carbono, tanto desde el ámbito de la inversión pública y el desarrollo industrial, como en los propios hábitos que tenemos en lo social e individual. En tal sentido se vuelve imperativo detener el procesamiento de energías no renovables. Junto con la extracción del petróleo, el consumo desproporcionado del plástico, entre otros materiales, representa un suicidio para la humanidad. Los gobiernos y los sectores industriales, deben replantearse sus modelos de desarrollo para usar políticas y métodos realmente sustentables, que no impliquen un daño ambiental y procuren la posibilidad de acercar bienes de manera limpia y horizontal a la sociedad. Desde el ámbito privado, también se pueden cambiar muchos hábitos, como la separación de basura, el consumo moderado de electricidad, la elaboración de composta y la siembra de huertos propios, entre otras conductas que puedan evitar la emisión de gases de efecto invernadero y así disminuir la propensión de la huella de carbono. Si la temperatura de la Tierra sube sólo 2oC más, la especie humana se verá en vías de desaparecer.
El otro gran reto al que nos enfrentamos, es la amenaza ante el advenimiento de la inteligencia artificial (IA). Así como la imprenta en el siglo XV, la electricidad y las telecomunicaciones en el XIX o el Internet en el XX, la IA se presenta en los albores del XXI para no irse. La IA ocupa de manera muy desarrollada la lógica artificial para imitar la lógica humana y así funcionar como una mente. Aunque su presencia nos enfrenta a un debate de carácter moral, se vislumbra más como un desafío holístico, pues se presume un cambio significativo en prácticamente todos los ámbitos humanos: científicos y técnicos, sociales y culturales, económicos y políticos.
En el aspecto educativo la IA vendrá a cambiar incluso la esfera del desarrollo profesional; nos preguntaremos, por ejemplo, por qué he de estudiar contabilidad, si la IA podrá cuidar los libros de una empresa; por qué economía, si con ésta se podrán diseñar modelos; por qué he de ser médico, si mis posibles pacientes podrán recibir una valoración a través de la IA, o por qué ingeniería, si a través de este desarrollo mis potenciales clientes podrán realizar los cálculos estructurales necesarios.
Se avecinan cambios insospechados para las nuevas generaciones, donde la inteligencia artificial tenderá a ser cada vez más “consciente” y con la que tendrán no sólo que convivir, sino competir. Vivirán en un planeta donde los climas extremos amenazarán su subsistencia; donde habrá una lucha por los recursos naturales entre los países; donde las olas de violencia podrían ser permanentes, no sólo a partir de la omnipresencia del crimen organizado, sino ante las crecientes olas migratorias y los odios que estas generan.
A pesar del panorama tan catastrófico que se avecina, también las áreas de oportunidad están presentes. Algunos países desarrollados han entendido la preocupación de la subsistencia del ser humano y desde hace décadas se han dado a la tarea de llevar a cabo investigaciones y expediciones al espacio, para analizar la posibilidad de colonizarlo. La instauración de una base espacial internacional es una muestra de la solidaridad de varias naciones para llevar a cabo dichas labores. El programa “Space X Mars”, patrocinado por Elon Musk, se está preparando para llevar a cabo en el 2030 la primera expedición y comenzar los preparativos para una posible colonización en el planeta rojo.
Hace poco leía que Katya Echazarreta se convirtió en la primera mexicana en ir al espacio. Quizás como país debemos estar pensando en preparar algunos niños que como Katya puedan explorar otras posibilidades más allá de los propios obstáculos que enfrentarán ante la pobreza que sucumbe y las garras del crimen organizado por coptarlos. La educación debe ser un instrumento de cambio ante los retos que como sociedad enfrentamos. No se trata necesariamente de preparar astronautas ni programadores, sino de ciudadanos que entiendan que vivirán en un mundo amenazado por desaparecer y que sus posibilidades de desarrollo profesional también se verán amenazadas por la competencia, la inteligencia artificial y el crimen organizado. Ante ello, nos toca procurar generar conciencia en la niñez a través de programas educativos que promuevan el conocimiento científico, el pensamiento crítico, la responsabilidad social y la conciencia ecológica.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.