La malhadada “nueva realidad” ante la que nos enfrentamos, me lleva a recurrir a mis lecturas de Filosofía de la Ciencia; particularmente me detengo a revisar nuevamente el texto del filósofo estadounidense de la Universidad de Harvard, Thomas Kunhn, sobre la dinámica a la que se enfrenta la comunidad científica ante fenómenos inéditos e impredecibles como los que vivimos.
Me imagino a la comunidad científica de cabeza, vuelta loca tratando de responder las preguntas que el Covid-19 le ha impuesto. Se dice que podrían tardar hasta dos años para encontrar una cura o vacuna para combatirlo. Nos encontramos ante lo que el filósofo describiría una revolución científica.
La ciencia es un fenómeno cultural que se concreta en explicar y resolver fenómenos naturales desde una perspectiva humana. En dichos esfuerzos las comunidades científicas se abocan a resolver un problema a través de reglas y procedimientos surgidos de la propia ciencia a los que Kuhn en su excelsa obra de 1962, La estructura de las revoluciones científicas, llama un paradigma. Para Kuhn, cuando los esfuerzos no dan los resultados esperados, la ciencia se extravía y se exigen investigaciones extraordinarias que habrán de conducir a un nuevo conjunto de compromisos; es decir, se presenta una revolución científica, que romperá con el paradigma en cuestión y exigirá la presencia de uno nuevo. Ejempos de revoluciones científicas hay varios, como la einsteniana, la darwiniana o la copernicana.
Ante los cuestionamientos que la naturaleza impone a la ciencia, como el surgimiento de este nuevo virus aterrador, la comunidad científica presenta una serie de creencias y opiniones sobre las cuales se requerirán nuevas investigaciones. En ese proceso se demostrará una teoría particular que satisfará, en general, el resto de las creencias o teorías respecto al punto que se discuta. Esa teoría representará la edición de un nuevo paradigma. Pero éste dejará aún cosas no resueltas y el ejercicio científico se concentrará en darle significado y viabilidad al nuevo paradigma, hasta que, otra vez, el nuevo demuestre incapacidad de resolver planteamientos específicos que se presenten en el desarrollo científico y surja otra nueva tesis que lo reemplace.
La ciencia, pues es evolutiva e interminable, aunque, por otro lado logra consensos sociales en la medida en que las discusiones se ventilan en un ambiente público, aunque ello no signifique, necesariamente, que las conclusiones sean objetivas, pues siempre habrá nuevos retos y cuestionamientos. El conocimiento científico, entonces, resulta de un diálogo efectivo y constructivo entre la comunidad científica que facilita la crítica para que los conocimientos se presenten más afinados.
Sin embargo, qué garantiza que los miembros de la comunidad científica no actúen siguiendo sus propios intereses y que muchos de éstos pueden estar incluso alejados del interés de la razón humana. Hay, sin embargo, una lucha al interior de la comunidad científica por posicionar unas teorías sobre otras, quizás por sus propios intereses o quizás, como se cree, siguiendo las presiones de sus estados o grupos de presión. Los miembros de las comunidades científicas, como todo ser humano, presentan contradicciones y persiguen intereses particulares. Las nuevas preguntas, empero, surgen de qué tanto dichas comunidades actúan ante la presión e intereses de los poderes económicos y políticos que dominan la sociedad actual, y qué tan efectivos podrán ser para que los nuevos paradigmas no solo resuelvan los problemas en cuestión, sino respondan a los supuestos intereses que se les imponen.
¿Será que estemos ante la presencia de dichos influjos?
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.