Camilo Sesto en el programa Aplauso de TVE. Era octubre de 1978, tenía 32 años y a España y Latinoamérica a sus pies. (Foto: Instagram de @camilosesto_oficial). 

La verdad de Camilo Sesto

Una frase recurrente de Camilo Sesto cuando la prensa caníbal lo acechaba era: “Quien sabe la verdad, soy yo”. Por más que negara enfermedades, cirugías, romances, o estar en la ruina, los medios preferían arriesgarse con un titular morboso, aunque fuera falso.

Parte de esa verdad está en su libro de memorias, Camilo (Plaza & Janés, 1985). Lo firmó con su nombre, Camilo Blanes, pero alguien más lo escribió: “Un señor que estuvo cuatro meses de gira conmigo”. Fiel a su estilo, dijo que muchas cosas de las que aparecían eran ciertas, sin aclarar cuáles no, solo que se relacionaban con personas.

Camilo Blanes Cortés nació en la posguerra española, el 16 de septiembre de 1946, en Alcoy (Alicante), una ciudad de casi sesenta mil habitantes que, en 2018, puso el nombre de Alameda Camilo Sesto a la principal avenida de la ciudad, y ahora proyecta construir en el cementerio municipal un panteón que resguarde sus cenizas.

Era un tiempo de penurias. La guerra civil española había terminado siete años antes y los obreros sindicalizados —en Alcoy los trabajadores de las papeleras— se manifestaban a lo largo del país por mejores condiciones laborales. Huelgas que callaba la prensa de la época y eran reprimidas por la policía franquista.

Fue el hijo menor de Eliseo, electricista, y Joaquina, ama de casa. El sexto Camilo de la familia. Tuvo tres hermanos: Eliseo, Chelo y José; una cuarta, Mari Carmen, murió a los veinte meses, antes de que naciera. Aunque entre Alcoy y la costa alicantina hay 50 kilómetros, una hora de viaje en automóvil, Camilo no conoció el mar hasta los nueve años, cuando la familia se pudo permitir unas vacaciones en la playa.

El cantante creció como un niño mimado que pronto, confiesa, supo aprovechar el efecto que producía en sus profesoras y vecinas la mirada intensa de sus ojos azules. Las fiestas de Moros y Cristianos, con sus orquestas callejeras, y la radio familiar, sintonizada en la emisora local, fueron su “verdadera escuela musical”.

Durante muchos años quiso ser Joselito, el niño cantante y actor conocido como el Pequeño Ruiseñor. Sus tías y las amigas de su madre le pedían que cantara y lo premiaban con alguna propina. “Era siempre el más rico de todos los hermanos y primos”.

“Llevo cantando casi desde el parto”, bromeaba el intérprete. Casi, porque fue a los seis años, en septiembre de 1952, cuando se decidió su destino. “Ni siquiera intencionadamente he logrado nunca desafinar”, escribió. Por eso, aunque intentó zafarse entonando al revés la escala musical, cuando los curas del colegio de los Salesianos lo escucharon lo convirtieron en solista del coro. Cuatro años que le dieron “una formación musical, incompleta si se quiere, pero sólida”.

Detestaba las matemáticas y la asignatura de ciencias, pero gozaba con la literatura, la historia, y también la religión, no por devoto, sino por las tramas bíblicas. Hasta el final se consideró un creyente; esperaba reunirse con sus padres —cuyas alianzas llevaba unidas en uno de sus dedos— en algún cielo. “Yo quiero creerlo. Si un día lo puedo comprobar, se los cuento”.

Tenía aptitudes para el dibujo y se matriculó en la Academia de Bellas Artes, en Alcoy. Se convirtió en artista plástico; vendía sus trabajos a la “factoría de pinturas” del empresario Vicente Cerdá. Obras que cobraba entre 75 y mil pesetas, cuya suma le permitía ayudar a los gastos familiares. Cuando se trasladó a Madrid en busca de una oportunidad en la música, así logró mantenerse: pintaba tres o cuatro cuadros diarios para un marchante, dueño de Marcos y Molduras Caballero, que se firmaban con el nombre colectivo de Campillo.

La combinación de una voz prodigiosa con canciones pop que cantaban a las diversas formas del amor lo convirtieron en la gran figura musical de las décadas de los 70 y 80. (Foto: Instagram de @camilosestoalcoy).

Camilo narra en el libro su ardua búsqueda del éxito, que comenzó en 1961 con la fundación de Los Dayson, el grupo que se convirtió en la “vanguardia musical alcoyana” al interpretar fonéticamente —ninguno sabía inglés— la música de avanzada de los Beatles en bodas y banquetes.

“(…) si con los instrumentos estábamos todavía un poco verdes”, escribe, “la parte vocal de las canciones que interpretábamos —siempre ajenas— resultaba excelente”.

Fueron más de tres años de aprendizaje que les permitieron ser conocidos en la región e incluso concursar en el programa Salto a la fama, que transmitía la principal cadena de Televisión Española (TVE), cuando solo existían dos canales en el país. Todo Alcoy se entusiasmó al verlos en la pantalla. “Éramos indiscutiblemente los número uno, la gloria del pueblo”.

En octubre de 1964, Camilo tenía 18 años, el grupo se trasladó a Madrid. Vivían en una calle sin asfaltar del barrio de La Ventilla, en un piso helado. No conocían a nadie, de modo que acudían a clubes y salas de fiestas a pedir trabajo.

Nadie pensaría, al recordar las sobrias interpretaciones del cantante, que fue su habilidad para bailar el rock and roll lo que permitió a Los Dayson ganarse el respeto de la peligrosa banda local de los Ojos Negros. Eso les granjeó un contrato para presentarse en un antro frecuentado por los jóvenes: The Boys.

Las dificultades económicas provocaron la desintegración de Los Dayson y, en la primavera de 1965, Camilo se convirtió en el solista de Los Botines. Con este grupo participó en la película Hamelin (1967), protagonizada por Miguel Ríos.

Tras una nueva disolución, conformó una variante del grupo: Camilo y Los Botines. Fueron los teloneros del dúo Juan y Junior hasta que, en 1968, el cantante tuvo que cumplir el servicio militar en el campamento almeriense de Viator.

Concluida la mili, trabajó con el productor Juan Pardo —que iniciaba una nueva empresa tras romperse su dúo con Junior—, e hizo coros para los intérpretes de la época: Marisol, Peret, Luis Gardey…

En enero de 1970, con 24 años, salió a la venta su primer sencillo, firmado como Camilo Sexto, con dos temas de Pardo: “Llegará el verano” y “Sin dirección”, que según el crítico Julián Molero de La Fonoteca permiten ya advertir su calidad como cantante, “pues se saca una buena interpretación de donde hay muy poquito que interpretar”.

El propio Camilo criticó la producción, que se había pensado inicialmente para otro solista, porque sonaba como “uno más” del grupo de Pardo. “Se vendieron algunos discos, de todas maneras. Los que compré yo para regalar a los amigos”.

Tres meses después llegó una nueva oportunidad. Grabó bajo el sello de Ariola un sencillo con “Buenas noches” en la cara A, una adaptación de la “Canción de cuna” de Brahms hecha también por Pardo, y en la B su primer tema como autor, “Esa paloma”.

“Modulaciones y exigencias vocales en los arreglos de la melodía al alcance de pocos cantantes pop”, escribe Molero sobre “Buenas noches”, un tema que permitió a Camilo competir en un famoso programa de la época: Canción 1971.

“Esa sí puedo considerarla mi primera canción, porque ya era una canción de amor cantada a mi manera, con mi estilo”.

Otro tema de su autoría, “Ay, ay, Rosseta”, le permitió ese mismo año sonar en muchas emisoras y ser invitado con frecuencia al programa A todo ritmo, lo que comenzó a convertirlo en un rostro popular. En La Fonoteca, Molero destaca “Amor, amar”, con música de Camilo y letra de Lucía Bosé, como el tema que permitió el despegue de su carrera: “Una balada intimista cargada de recursos vocales en una interpretación que evidencia la riqueza de agudos del cantante”. Tres semanas estuvo en el número 1 de ventas de sencillos, consigna.

Pero fue la aparición en 1972 del LP Algo de mí lo que determinó, con 25 años, su carrera. “Estaba claro ya que no era un roquero. Y que mi argumento esencial a la hora de escribir una canción era el amor. No he sido infiel a esos principios”.

“Algo de mí”, la canción que da título al disco, es definida por el crítico de La Fonoteca como “una de las mejores baladas de la historia de la música española, con una exquisita instrumentación y una interpretación vocal memorable”. Durante un año encabezó todas las listas, escribe el intérprete.

En 2016, cuando se editó el álbum recopilatorio Camilo 70 con 60 canciones que conmemoraban su 70 aniversario, afirmó que sus composiciones permitirían hacer, por lo menos, “tres CD más”. Habría escrito entonces cerca de 250 canciones.

Otros números de su trayectoria: más de 40 producciones discográficas, 100 millones de discos vendidos —sin contar los pirata—, dos mil conciertos, 52 canciones que llegaron al número uno, y 18 sencillos liderando la lista de Los 40 Principales. 

No le gustaba componer “a saco”, sino a medida. Podía corregir una canción cientos de veces hasta quedar satisfecho. Admitía las críticas, pero pedía también respetar sus obsesiones de creador: “Soy esencialmente un autor de canciones amorosas”.

En cada una de esas composiciones, aseguró, “mi vida queda expuesta como una foto polaroid”. Surgían de un recuerdo, o de la observación de los otros: “(Las canciones) tienen que tener carne, sentimiento, fuerza. Ser una explosión, un atrevimiento, un reto”.

La ópera rock Jesucristo Superstar significó un hito en la historia de los musicales en España. Camilo se ganó el respeto de quienes hasta entonces lo consideraban un cantante guaperas. (Foto: Instagram de @camilosesto_oficial).

Le gustaban las plantas, los perros, los espejos y la soledad. El whisky y la paella. Detestaba el dulce y nunca se prestó a vender su vida a los programas del corazón. Era obsesivo, un gran anfitrión, un hombre de humor ácido. También era discreto, organizado, a ratos caprichoso, poco dado al dramatismo, cauto, leal, rebelde, introvertido, generoso y elegante. Le cantaba al amor, pero no lo sufría. Su relación con las mujeres era complicada, y no tenía problema en querer a varias al mismo tiempo. Debía reírse cuando lo tachaban de enigmático por responder solo lo que le convenía.

A su casa de Madrid llegó en 2014 Marta García Sarabia, quien para graduarse en la carrera de Historia y Ciencias de la Música en la Universidad de Oviedo decidió dedicar su tesis al montaje de Jesucristo Superstar, un parteaguas en la carrera del cantante.

“Camilo era un hombre de alma transparente. Un hombre de corazón noble. Siempre llevaré en mi memoria las tardes en su casa revisando fotografías, documentos, videos de la obra… Para mí fue todo un honor poder reconstruir una obra que marcó su carrera artística”.

La obsesión del cantante por llevar a escena la ópera rock de Andrew Lloyd Webber lo llevó a invertir 12 millones de pesetas —el pasado diciembre declaró a El País que en realidad costó el triple— en la producción. No contó con subvenciones, sponsors ni patrocinadores.

Fue una apuesta arriesgada, señala la musicóloga. El montaje, dirigido por Jaime Azpilicueta, enfrentó la censura y las amenazas del grupo de ultraderecha Guerrilleros de Cristo Rey. Su estreno fue en el teatro Alcalá Palace de Madrid el 6 de noviembre de 1975, dos semanas antes de la muerte del dictador Francisco Franco.

Jesucristo Superstar es una ópera rock que ha marcado un punto de inflexión en la historia musical. En España fue la primera macroproduccion traída de Broadway. Resulta único como musical porque rompió la brecha conservadora en que vivía la sociedad española. Su lenguaje roquero, la falta de divinidad del personaje de Jesucristo, el movimiento hippie marcado en el vestuario, lo han hecho trascender en la historia”, considera García Sarabia.

En el proceso de investigación fueron varios sus hallazgos. “El más importante fue descubrir todos los entresijos y tramitaciones previas a su puesta en escena. Por otro lado, el mensaje musical que se esconde entre las notas de la ópera rock. El uso del leitmotiv es fundamental para que el público identifique personajes, estados de ánimo y escenas. Jesucristo Superstar es la unión de la música clásica y el lenguaje roquero”.

Le fue muy bien en taquilla durante los cuatro meses de la temporada, pero debido al costo era imposible recuperar la inversión, aseguraba Camilo. “Después me fui por el mundo cantando también esos temas. Era la única manera de sacar partido”. Su interpretación de Getsemaní se convirtió en un clásico.

Tras publicar en 2016 el libro Jesucristo Superstar. Ópera rock. La pasión de Camilo Sesto (Editorial Milenio, 2016), García Sarabia realizó el documental Jesucristo Superstar: Un hito en la historia del musical español, estrenado en junio del año pasado, que continúa exhibiéndose en festivales nacionales e internacionales, tras obtener el Premio Gava 2019 en Gijón y la Biznaga de Plata Mujer en escena en el Festival de Cine de Málaga, ambos al mejor documental. 

El intérprete durante un concierto en el City Center de Rosario, Argentina, en 2017, cuando organizó la gira de despedida Camilo 70. Ese año se puso también a la venta un álbum recopilatorio con 60 canciones, que incluían grandes éxitos y versiones en directo inéditas. (Foto: Instagram de @camilosestoalcoy).
Miguel Ángel Martínez (abajo), presidente del Club Social Camilistas de Chile, viajó con su hermano Christian David a Alcoy en 2016, para acompañar a Camilo en el acto en el que recibió la medalla de oro de la ciudad y el nombramiento de Hijo Predilecto. (Foto: Cortesía Miguel Ángel Martínez). 

“¿Bello yo?”, respondía con gracia cuando le decían que era un hombre hermoso. “No, soy cómodo de ver”. Los rumores sobre su presunta homosexualidad nunca afectaron a sus millones de admiradoras, que lo persiguieron por medio mundo.

Esa belleza acabó jugando en su contra, cuando a medida que envejecía se convirtió en una especie de Dorian Gray a la inversa. Aceptaba haberse hecho injertos de pelo, pero cuando le insistían sobre sus cirugías en el rostro, siempre lo negaba. A pesar de su imagen poco natural, los adolescentes que soñaron a su lado seguían amándolo.

Camilo dedica en su libro páginas a sus amores: Laura Casale, Rosseta Arbex, Marcia Bell, Lucía Bosé, Andrea Bronston y la cantante y actriz puertorriqueña Nydia Caro, la única —confiesa— con la que llegó a pensar en casarse. La lista permaneció prácticamente inmutable en las décadas siguientes.

Publicó sus memorias dos años antes de tomar la decisión de retirarse un tiempo para dedicarse a su hijo Camilo, hoy de 35 años; aunque su prestigio se mantuvo intacto, no logró tras su vuelta a los escenarios igualar sus primeros éxitos.   

Nunca fue, asegura, “un novio profesional”. Y siempre antepuso la amistad a un amor eterno que dudaba que existiera. “Mi verdadero amor, mi pasión más constante y duradera, ha sido la música. Es la que me ha impedido perder la cabeza de modo absoluto por una mujer”.

Desliza también en su libro cierto cansancio por la constante persecución de las fans. Para evitar empujones, tirones, patadas, agarrones, golpes, mordiscos, optó por desplazarse con un equipo de seguridad. “Por todo el cuerpo”, escribió, “tengo señales de arañazos, dentelladas y heridas más serias”, producto del frenesí colectivo.

Narra que se vio obligado a huir de Colombia a Panamá después de haberse negado a actuar ante un “conocido” narcotraficante, y cómo tuvo que presentarse en la discoteca, réplica de la famosa Studio 54 de Nueva York, que ordenó construir Arturo “el Negro” Durazo, jefe de la Policía capitalina durante el sexenio lopezportillista, en El Partenón de Zihuatanejo. Cuenta también su rechazo a actuar en los palenques de México: “allí el artista es solo una disculpa legal para las apuestas”.

Pero Camilo estaba lejos de ser un misántropo. Le gustaba oír frases como: “Usted es la banda sonora de mi vida”, o “Mi mujer y yo nos casamos con usted”. “¿Y cómo nos fue?”, respondía.

Sus admiradores llenaron de Camilos y Melinas sus ciudades, e incluso en Perú bautizaron a una niña como Fresa Salvaje. En su libro manifiesta “un afecto profundo y una admiración sin límites” por los integrantes de sus clubes de fans.

Miguel Ángel Martínez, presidente del Club Social Camilistas de Chile, reconoce en el cantante a un “artista completo”: compositor, músico, productor, arreglista, pintor, intérprete con una voz privilegiada.

“Esa sensibilidad que solo tienen los genios se transmite y hace la diferencia con el resto de sus colegas. Sus canciones son atemporales; por eso, aunque pasen los años, seguirán sonando en las radios, y nuestros hijos y nietos continuarán comprando sus discos. Camilo es un adelantado a su tiempo”.

A pesar de su grandeza artística, siempre fue generoso y solidario, cercano a sus admiradores, asegura Martínez. Otra de sus fieles fans, Rosario Torres Garay, presidenta del Club Camilo Sesto del Perú, recuerda su mirada y su risa, y los nervios que le produjo su cercanía.

“Camilo se hace querer por sus hermosas canciones que llegan al corazón, por su belleza física también. Se distingue por su carisma, su sencillez. Sus canciones enamoran, sé de muchas parejas que se han casado por sus temas. Y seguirán vigentes por sus letras, porque dicen lo que sientes y vives”.

Es difícil cuando la vida te regala tantos dones no enloquecer de soberbia. El cantante parecía consciente de los peligros de sentirse un ser superior.

“En el fondo”, escribe, “la jovencita que se desmaya o se extasía o se pone histérica u oye mil veces la misma canción en su casa, es porque eso que oye es lo que ella ha sentido o siente. Las notas y las palabras se dirigen a ella, son suyas. Reside ahí, creo yo, la verdadera razón de mi éxito”.

silviaisabel.grecu@gmail.com

13 de septiembre de 2019.

Otras fuentes: La noche abierta, entrevista con Pedro Ruiz (2002); Bayly, entrevista con Jaime Bayly (2011); Herrera en COPE, entrevista con Carlos Herrera (2016); programas Tómbola (2000), DEC (2010) y Deberías saber de mí (2012); Los años del miedo, Juan Eslava Galán (Planeta, 2008).

Share the Post: