La vida descalza

Adriana Malvido

Pies descalzos: marzo y abril en Cuernavaca. Una nueva cotidianeidad se inventa cada día entre bugambilias y pájaros; qué bien saben el café y el vino en primavera; inicia una especie de viaje con rumbo desconocido, una aventura hacia el silencio y la vida sin zapatos.

Alma descalza: mayo exhibe el duro rostro del coronavirus. Mi piel se hace delgada y lloro, sobre todo con Beethoven. La lectura atrapa y la escritura salva. Descubro el zoom y la vida sin reloj, pero también el poder de la palabra y el gesto, cuando besos y abrazos están en pausa.

Realidad descalza: es noche de luna nueva en junio cuando una banda irrumpe en casa; violenta, despoja y amenaza. Nada saben ellos de la fuerza interior almacenada. Ignoran que la vida siempre se abre camino, igual que los árboles, hacia la luz, así sea en plena pandemia y un mundo a la deriva.

 

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