(Imagen: somoselmedio.com).

 

Ya entrado el mes de octubre, la actividad escénica en nuestro país apenas empieza su reapertura. Algunos teatros han abierto con el 30 por ciento de su capacidad y con las medidas sanitarias necesarias. Los teatros de instituciones públicas de difusión de la cultura (INBAL, Secretaría de Cultura y universidades) esperan el semáforo verde, pero no han dejado de hacer propuestas en el terreno digital. Agrupaciones artísticas han pasado por el empleo de diversos instrumentos: plataformas digitales, obras a la distancia, transmisión de acervos grabados hasta llegar poco a poco a formas de reapertura con streaming de obras en directo pero aún sin público. Así las artes escénicas no se han detenido como muestra de su vitalidad aunque enfrentando la difícil etiqueta de la esencialidad.

La clasificación de actividades esenciales o no, se ha empleado para definir la reactivación. Se ha usado primero como un criterio de salud pero también económico. Su aplicación trajo consigo poca reflexión y sí golpes muy duros a la confianza. De pronto que te digan que la actividad a las que has dedicado años en educación y desarrollo profesional no es esencial, te obliguen a detenerla y que pases difíciles momentos de subsistencia desde luego acarrea consecuencias. Más aún cuando se suponía que la contingencia sería temporal y que tras su prolongación ahonda las dificultades.

El sector escénico en nuestro país no es homogéneo pero en general vive un momento difícil. Sin duda no tiene que ver por el hecho de que no es una actividad no esencial. La declaración en este sentido la veo precipitada. El dilema no es entre lo esencial y no. Es necesaria una reflexión al respecto. Las actividades artísticas, las escénicas en particular, tardarán en reanudarse por las características en que se realizan aunadas a la forma de transmisión del COVID 19, lo que aumenta las posibilidades de contagio. Una actividad que tiene como fundamento la convivencia colectiva en espacios cerrados tiene una mayor probabilidad de contagio, no porque no sea esencial.

Sin duda, los políticos tienen su mirada puesta en otro lugar. Sobre todo en conservar el poder y hacer cálculos electorales para conservarlo. En esto ven que las artes escénicas les reditúa poco, así en los presupuestos aplicados a la difusión de la cultura no les preocupa establecer prioridades. Aquí habría entonces una prueba de que el arte no es esencial. Estamos hablando de varios niveles que definen el sector cultural: los profesionales de artes escénicas, las instituciones culturales, los políticos y los ciudadanos. En todos ellos habría que medir el grado de esencial de una actividad. Y por supuesto el grado de compromiso en el desarrollo de las artes escénicas que permitiría también un mayor grado de incidencia, beneficios y valoración de la actividad.

Lo que aquí escribo sólo plantea la necesidad de una argumentación más profunda al respecto. No es un llamado idealista ante un sistema que niega la importancia de una actividad que ha acompañado al ser humano durante toda su historia y que desaparecerá cuando él se vaya. Desde luego hay que tener reflexiones sobre el valor de las artes escénicas que parte de lo inherente y que toquen aspectos que a veces no queremos tocar como son los sociales y económicos pero que sin duda existen y les dan su carácter esencial.

 

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