Logípolis: Las enfermedades del gobierno

La inseguridad pública y la corrupción, acompañan el desarrollo de la humanidad, como enfermedades sin remedio. (Imagen:puntoedu.pucp.edu.pe).

ENSENADA. Puede que suene raro, extraño, referirse así a las afecciones que aquejan al accionar continuado de ejercer el gobierno. Pero tal mención metafórica se ejerce aquí con la finalidad de referirse, por un lado, a los malestares que registra esa acción gubernamental y por el otro, al cómo surgen y se reproducen ¿ineludiblemente? tales malestares. Es decir, hoy, desde después de la Edad Media, la acción de gobernar (una vez que las gens se asientan en un territorio y se dan reglas así para convivir en las polis de aquel entonces, que es bastante antes del Medioevo) tiende a reproducir una serie de enfermedades malignas de las que aún hoy, en la actualidad, no logra erradicar. ¿Por qué hoy, por ejemplo, la inseguridad pública o la corrupción siguen siendo enfermedades tan comunes, virtualmente en todas las sociedades contemporáneas? ¿No hay vacunas aún contra eso? ¿Por qué ha fallado tan lamentablemente la administración pública para erradicar esos males sociales?

Y no es que uno hable en abstracto, ¿pero por qué hoy, en el caso de México, lo prioritario, como política de gobierno, se convirtió en lucha contra la corrupción (en lugar de ir más a fondo, en términos sociales, para cambiar de verdad el régimen capitalista dominante)? Era prioritario, sí, pero si esa política se analiza en términos de resultados, tiene hoy, entre nosotros, al menos dos debilidades. Una, en la relación de pérdidas y recuperación de bienes, la balanza, con mucho, favorece a lo primero, lo que quiere decir que mucho del dinero traficado por la corrupción se evapora, se vuelve evanescente y finalmente nadie sabe, nadie supo qué pasó con ello, mientras los principales involucrados gozan de plena salud (mientras no haya una consulta popular, y no la ley, que los lleve ante los jueces).

Pero no sólo se queda allí el problema. Dos. El problema más fuerte, visto hoy así, muy superficialmente, es que las prácticas corruptas continúan, como si ello fuera una afección inatacable e insuperable, por el hecho de ser, en apariencia, una práctica común a la hora de gobernar: desde gozar de salarios muy por arriba de lo justo y permitido, hasta continuar con prebendas y favores que muy lejos están de la honradez (y yo me refiero sólo a Baja California, en donde, por ejemplo, de un día para otro un concesionario de radio resulta dueño de una constructora macro a la que se le asigna una obra de muchos millones de pesos, que luego subcontrata, con precios castigados, con los constructores de la entidad, y lo mismo sucede, me comentan, en Sonora, Baja California Sur y Jalisco, por poner algunos ejemplos. ¿Es pues, entonces, la corrupción una afección para la cual no hay vacuna que sirva, por ser consustancial con el acto de gobernar?

¿Cuándo fue que la ley, que supuestamente debe ordenar el funcionamiento de las ciudades (polis) dejó de tener sentido dentro del ejercicio de gobernar? ¿Será que el ejercicio de gobernar es uno y otro muy distinto el ámbito de la ley? Dilemas sobre los cuales hay que meditar, si queremos que algún día las relaciones entre filosofía y política realmente tengan sentido.

 

*Sólo estructurador de historias cotidianas

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