Visto ya el panorama después de la tormenta, parece vislumbrarse una luz tenue y relativamente acariciadora, que puede mantenerse hasta fines del 21, pero que, con seguridad, no será así. Pues ya, por ejemplo, se espera que fluyan por el Tribunal Electoral (TEPJF) las inconformidades tanto de México Libre como de la franquicia de partido de Elba Esther y sus cuates (Redes Sociales Progresistas), para que ya abierto de manera formal el próximo periodo electoral (con el acto cumbre de las elecciones del 21) todo comience fluir con la fuerza atronadora que se espera tenga ese proceso.
De hecho, el del 20-21 será un proceso estrictamente electoral (ojalá y sea uno de los últimos con esas características), por más que el panorama político desde tiempo atrás, como han escrito el subcomandante Marcos y Gustavo Esteva, prefigure, en términos geopolíticos (y de manera obvia nacionales), una guerra de larga duración, hasta en tanto no se defina con claridad relativa cómo es que, finalmente, va a explotar el hoy dominante sistema capitalista, una de cuyas bases es, precisamente, la democracia representativa, sustentada en los fraudulentos procesos electorales de la actualidad (próxima parada: las hoy complejas –con las trampas promovidas por Trump– elecciones de Estados Unidos). Eso es, creo, en lo que debieran centrar su atención estratégica los partidos de “izquierda” que hoy disputan el pastel electoral que está en juego.
Pero también en ello debieran centrar su atención aquellas fuerzas que pretenden modificar de raíz los sistemas sociales hoy vigentes, para lograr que, anuncia AMLO, el 70 por ciento o más de la población logre, con los apoyos emanados del gobierno (4T), superar, así sea en lo mínimo, su estado de desamparo actual. Pero sólo eso… porque ¿qué Estado construir para respaldar esa utopía? Y aún, antes de eso, ¿qué partido político para darle forma y fortaleza al Estado que llevará a cabo esos cambios?
Una tarea difícil, sin duda, la que se plantea, que por lo menos a quienes pensamos desde la izquierda, nos obliga a llevar a cabo una revisión exhaustiva no sólo del marxismo clásico (hay quienes afirman que con eso es más que suficiente), sino también de todos aquellos pensadores que a partir de ahí han incursionado con fuerza diversa para fortalecer las ideas de los clásicos y con las suyas nos permiten ubicarnos en la cada vez más compleja realidad actual que, querámoslo o no, nos reta con el cúmulo de complejidades que la atraviesan y la vuelven líquida, disolvente, evaporada casi, tal y como así lo define Zigmunt Bauman: “Los sucesores de Francisco protegen ahora la ciudad contra las innumerables amenazas que acechan dentro de la ciudad, y que se gestan en la ciudad. Las ciudadelas de seguridad se han convertido con los años en invernaderos o incubadoras de peligros auténticos o putativos, endémicos o planeados. Construidas con la intención de establecer islas de orden dentro de un mar de caos, las ciudades se han convertido en las mayores fuentes de desorden, lo que ha hecho necesarios muros visibles e invisibles, barricadas, torres de control y aspilleras, así como incontables hombres armados”.
¿Cómo, pregunto, actuar políticamente en el interior de esas fortalezas…? Sí, lo dejo como tarea.
*Sólo estructurador de historias cotidianas.
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