ENSENADA. Desde luego, no es la primera vez que sucede y desde luego, también, pienso, será la última. El domingo 18 de octubre, en La Jornada, Rolando Cordera Campos publicó una crítica acerada a AMLO por la cancelación de los fideicomisos a la que califica, entre otras cosas, como medida absurda y vinculada sólo al poder que emana del Ejecutivo, que puede hacer y deshacer a su antojo, pues el Legislativo, al menos, se encuentra sometido a él y es incapaz de enmendarle la plana.
En mi caso, desde luego, no me quiero meter al terreno económico en las críticas planteadas por Cordera, sino en algo que a mí sí me toca más directamente: el problema del poder omnímodo y cómo se manifiesta en la actualidad (Alberto Fernández, en Argentina, presidiendo al país y hoy, también, al Partido Justicialista, es decir al peronismo, que allá es el todo del todo).
Pero, váyase por partes y piénsese en qué es el poder y cómo es que él, quizá desde los orígenes del homo sapiens, se ha manifestado y nos acompaña desde entonces en nuestros quehaceres cotidianos. Es decir, los orígenes del poder entre los humanos tienen que ver, mucho, con la capacidad de pensar entre nosotros y cómo, esa capacidad de pensar, es la que se encarga de diferenciar el quién detenta el poder en las sociedades humanas. No trataré aquí, claro, in extenso, esas cuestiones que han sido una de mis pasiones hermenéuticas desde tiempo atrás, sino sólo mencionar como antecedente de las razones de por qué hoy en México se concentra, casi de manera absurda, todo el poder (al menos el del gobierno) en una sola persona y cómo y por qué es el Presidente de la República el que decide qué es lo que se hace y no se hace entre nosotros, opacando así, de manera absurda, cualquier otro poder subalterno (el gabinete, por ejemplo).
¿Propio, lo anterior, de la política, o sólo una característica necesaria de regímenes de gobiernos de transición, acosados continuamente por sus enemigos de clases? Es decir, ¿por qué los gobiernos de transición en el sistema capitalista tienden a ser caudillistas y populistas, como una manera de defender y proteger así los cambios sociales que tanta dificultad les cuesta llevar a cabo? ¿Por qué ese temor a perder la hegemonía de sectores de población gelatinosos, que ante la opción de elegir uno nunca tiene la certeza de hacia dónde se van a inclinar sus preferencias a la hora de emitir el voto?
Finalmente, lo que queda planteado en esta especie de mesa de discusión es interrogarse qué conviene más a los regímenes de transición en sistemas capitalistas: ¿optar por concentrar unipersonalmente el poder u optar mejor por gobiernos colegiados (desde el Ejecutivo) que, de manera corresponsable, se encarguen de tomar las decisiones?
Lo dejo como tarea, para quien quiera pensar sobre las temáticas aquí planteadas.
*Hacedor de noticias culturales y políticas
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