Logípolis; Sociedad de la desolación: el tufo de la violencia

De siempre, la violencia ha levantado largometrajes y en años recientes, series. Una imagen de Somos. dirigida por James Schamus y producida por Netflix, que aborda una masacre en el fronterizo municipio de Allende, Coahuila, en 2011. (Imagen tomada de jjrosales.com).

 

ENSENADA. Termino, con ésta, la serie de notas que escribí sobre lo que denominé como sociedad de la desolación, no porque los temas sobre ella -la sociedad de la desolación- se hayan agotado (el mundo de tristezas que acumula esa sociedad es, casi, infinito y, por tanto, los temas sobran), sino sólo me tocó mencionar algunos de los que consideré relevantes, como el de hoy, que, en efecto, no es exclusivo de la contemporaneidad, sino que en el pasado también se ha manifestado con brutalidad, en diversas épocas y lugares, y puede que en el futuro (si hay género humano para entonces y planeta tierra) asimismo se manifieste de diversas maneras.

Es decir, la violencia entre humanos nos ha acompañado desde tiempos remotos (el patrón del macho alfa) y ha marcado nuestra existencia de una forma determinante, quizá porque nuestra sobrevivencia implica lucha tanto con el medio en que vivimos (la caza y la agricultura) y eso conduce a la lucha entre los de la misma especie (grupo, manada, gens) para preservar el dominio territorial, como, poco después, para mantener la vigencia del orden en el manejo de la ciudad. Por una u otra razón, ya en la ciudad el monopolio de la violencia fue una facultad propia del Estado, aunque, los enemigos de ese Estado, también con violencia revolucionaria han querido, siempre, imponer un orden diferente al que subsiste en la ciudad y eso es el origen de los diferentes ordenamientos de ésta. Pero, sea como sea, lo que aquí interesa tocar es algo muy concreto: ¿puede olerse la violencia cuando ella se manifiesta?

Es decir, por ejemplo, ¿había algún olor característico en los bosques de Japón cuando los ejércitos de samuráis se enfrentaban entre ellos?, ¿a qué olían los burgos fortificados de la edad media, cuando eran asediados por grupos hostiles enemigos?, ¿qué olor se percibía en las trincheras de la primera guerra mundial, antes de un ataque con cañones, ametralladoras y morteros?, ¿Hiroshima y Nagasaki percibieron algo en el ambiente antes de la explosión de la bomba atómica? Por lo común, en su inicio la violencia implica silencio para concretar el factor sorpresa, aunque los aullidos y alaridos posteriores la hacen muy sensible. Pero entre la quietud del ambiente y el silencio con que se inicia, ¿la violencia podrá olerse? ¿La olieron acaso los pobladores de Aguililla, Reynosa o Valparaíso -en nuestros días, en nuestros poblados- antes de que las hordas de narcotraficantes -ante la ausencia de autoridad en esos lugares- arrasaran indistintamente con habitantes civiles y con otros narcotraficantes del lugar? ¿Aquí, en Ensenada, en la ciudad, cómo olemos la violencia extendida de hoy y que antes no existía, hasta que los comandos negros de la policía o la lucha entre cárteles se hizo presente?

Desde luego, es difícil saberlo (¿a qué huele la violencia?), porque la respuesta, finalmente, quizá sólo los muertos en esos días de violencia podrían darla. A los sobrevivientes sólo nos queda como respuesta decir que el olor de la violencia en las calles de poblados y ciudades de nuestro México de hoy, se identifica a plenitud con la ausencia de autoridad en esos lugares, en esos lares en donde ella, la violencia, establece su presencia.

 

*Sólo estructurador de historias cotidianas

 

Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

 

gomeboka@yahoo.com.mx

 

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