ENSENADA. Termino hoy con esta serie de escritos en donde he intentado vislumbrar los tiempos contradictorios que vivimos en un lapso, históricamente, muy pequeño: menos de dos años nos bastaron para ver cómo las sociedades que creíamos de la perfección -las del consumo- se vinieron al piso de una manera estrepitosa, una vez que la enfermedad -Covid-19- se impuso entre los humanos como presencia omnímoda a la que, aparente y realmente, hasta hoy, no se le ha podido derrotar (las vacunas, metidas en una olla de grillos, no logran aún asentar su presencia ni mucho menos sus supuestos beneficios masivos).
Pero no es sólo la crisis sanitaria la que aquí interesa resaltar -aunque sí tomo en consideración que ella ocupa el lugar central en esta etapa-, sino, también, hacer ver cómo en todos los campos del quehacer humano -desde lo que sucede en casa, hasta cómo ha impactado a la educación o las actividades artísticas- se vive una crisis de dimensiones enormes, que ha puesto en la cuerda del equilibrista la vida del ser humano. Sí, ello es resultado del régimen de organización social que nos domina -el capitalismo-, pero no se trata sólo de identificar el quién nos domina, sino cómo a partir de las angustias en las que vivimos, vamos a poder, en el futuro inmediato, reconstruir -cuando la enfermedad se haya borrado, si es que se borra- de nuevo nuestra vida con capitalismo o sin él (ojalá). ¿Nos hemos puesto a pensar cómo será ésta? ¿Cuál es el futuro que nos espera?
Comenzar a pensar en lo anterior, en esta etapa aún de crisis aguda sanitaria, puede ser un ejercicio reparador, en donde a partir del dolor podemos comenzar a ver el porvenir, como una especie de ejercicio de gimnasio griego en donde quienes allí asistían reflexionaban sobre cómo alcanzar la virtud para así constituirse en ciudadanos responsables de dirigir a la polis, la ciudad, para convertir a ésta en el territorio en el cual los seres humanos podían, luego del ejercicio productivo y social, convivir tranquilamente con las musas. En ese mundo utópico -muy alejado del caos que hoy se vive-, que nunca, en la práctica, se alcanzó a constituir, los griegos idealizaron sería su vida cotidiana. Lo anterior plantea una duda sistémica: ¿podremos, algún día, vivir los humanos la utopía o nuestro destino manifiesto, por el contrario, será siempre la tragedia cotidiana? Creo que hoy, como nunca, esa duda está allí presente.
¿Cómo, pues, entonces, pensar al futuro más allá de las sociedades del contagio en las que hoy nos encontramos viviendo? ¿Qué quisiéramos que hubiera más allá del presente que nos agobia?
Esta serie de notas, recuerdo, comenzó con las imágenes trágicas de los menores de edad sacrificados en las calles céntricas de la ciudad de México. Imágenes deleznables, mórbidas, pútridas, horrorosas… ¿Podremos, en el futuro, borrar ese presente, para imponer otro más amable, menos vinculado a la perversión y a la enfermedad? ¿Tenemos respuesta para ello?
*Sólo estructurador de historias cotidianas
Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx