Luis y Lea Remba con Rufino Tamayo (al centro), preparando una placa de cera para “Dos personajes atacados por perros”,1980. (Foto: Shaye Remba, cortesía de Mixografía).

Mixografía

LOS ÁNGELES. Rufino Tamayo era aficionado al backgammon. Me lo confirma Shaye, hijo de Lea y Luis Remba y uno de sus más osados contendientes. Su padre desarrolló la técnica de la mixografía exclusivamente para él, que consiste en una placa litográfica de una sola impresión en papel algodón hecho a mano. Juntos, Remba y Tamayo, trabajaron en alrededor de 70 obras con la complicidad que el artista y el impresor requieren para saldar las cuentas que deben rendir a la humanidad. Esta técnica fue de las favoritas del oaxaqueño por su delicadeza y el cuidado del color pero sobretodo por la característica única de su relieve tridimensional.

A Tamayo lo vi solo una vez en una cena en Polanco, donde cumplía con la encomienda de satisfacer a mis abuelos para regresarlos a casa. Como en otras ocasiones me sentí un polizón que aprovechaba la oportunidad no solo para el deleite del paladar, sino de las ideas que fluían entre los invitados. Lo recuerdo aferrado en un sillón, un roble acompañado de su esposa Olga; me pareció algo serio, aunque amable con quienes se detenían a saludarlo. A pesar de ser paisanos y que hasta se guardaban afecto, mi abuelo y Tamayo no se frecuentaban; no obstante me siento afortunado con que la vida me haya regalado amigos que convivieron con la pareja y de esa manera me permitieron conocer algo de su historia.

Una de ellas fue la recién fallecida Alicia Pesqueira, quien por años llevó la encomiable labor de custodiar celosamente y sin presupuesto alguno el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo en Oaxaca, espacio donde el maestro depositó una valiosa colección que inspiró buena parte de su obra. Doña Alicia, voluntariosa, dejó su vida en esa casona de cantera verde frente a la Plaza de la Danza, sin pretender algo a cambio.

Lea, Shaye y Luis Remba en Mixografía, Los Ángeles, 2016. (Foto: Eric Minh Swenson, cortesía de Mixografía).

Rufino y Olga no tuvieron descendencia. Rosa María, María Elena y María Eugenia Bermúdez, sus sobrinas, fueron como sus hijas. Las hermanas han llevado a cabo la loable tarea de preservar el legado artístico del maestro y de cultivar la memoria de la pareja. Con María Elena en particular me liga una cercana amistad que nació cuando en la secretaría de Cultura de Oaxaca tuvimos la suerte de publicar Los Tamayo, un cuadro de familia, obra sin precedentes que narra anécdotas, imágenes y testimonios que solo podrían darse por alguien que vivió en el círculo más cercano de esta pareja icónica de la cultura en México.

Me escribe María Elena a mi correo electrónico anunciando su visita a Los Ángeles a propósito de la exposición Dimensions on form: Mixografía and Tamayo, en el Bowers Museum de Santa Ana, que recoge la mayor parte de las piezas del oaxaqueño en el taller de Luis Remba. Acudo a la cita puntual, me toma del brazo y disfrutamos de las obras que iluminan el espacio. Momentos antes, Shaye había ofrecido una conferencia sobre la técnica creada por su padre de la que, fiel heredero, ahora está a cargo. María Elena me platica la historia de algunas de ellas; se detiene ante una piedra espectacular grabada por su tío. “¿Qué ves ahí?”, me pregunta. Vacilo en responder; algo se asoma pero me siento incapaz de descifrarlo. Contigua se yergue la impresión de esa placa en “Dos personajes”. “No son dos, sino tres -me dice- fíjate la maestría con la que hizo aparecer a Dios, imperceptible pero muy presente iluminando a la pareja”. Recordé mi primera visita a Mixografía, en el centro de Los Ángeles y mi sorpresa al ver en un espacio nítido la pieza litográfica que don Luis me presumió como la más grande del mundo, impuesta, perenne, de más de una tonelada, en la cual Tamayo dejó inscrita la placa para la impresión de “Dos personajes atacados por perros”.

Laila Remba, Andrés Webster, María Elena Bermúdez; Lea, Adam, Shaye y Eli Remba en el Bowers Museum, 2019. (Foto: archivo Andrés Webster).

Lea y Luis Remba lucen espectaculares, satisfechos por el trabajo museográfico en el Bowers. Me acerco a ellos y se reafirma la calidez que me demostraron desde nuestros primeros encuentros y que se intensificó hace poco más de un año, cuando ante mi inminente conclusión del cargo de agregado cultural me invitaron a cenar a su casa. En la orfandad que uno siente al estar lejos, aparecen milagrosamente quienes nos hacen sentir en el seno familiar. Así fue aquella velada: me vi mimado, como atendido por mis padres. En la calidez del hogar y conscientes de mi origen, don Luis me sirvió mezcal y doña Lea preparó un exquisito mole negro para la ocasión.

Los Remba han llevado a cabo una labor inusitada para dignificar la cultura mexicana y potenciar sus capacidades hacia otras latitudes. Este mes de noviembre Mixografía cumple 50 años y hace 35 que expandieron sus actividades en Los Ángeles, originalmente para promover a artistas plásticos mexicanos. No obstante, las oportunidades crecieron y creadores de la talla de John Baldessari y Henry Moore han elaborado obras con la técnica de la mixografía.

Quizás muchos artistas no podrían ser entendidos si a su lado no existieran quienes coadyuvan en el proceso de sus obras, muchas veces silencioso pero a la par de valioso. Mixografía ha sido una alternativa para la expresión artística en nuestra época. Tamayo y Remba fueron precursores en esta aventura: generaron un diálogo que logró trascender los límites de la creatividad para obsequiarnos esas exquisitas piezas de arte que, diría León Tolstoi, evocan lo más sublime de la comunicación humana.

 7 de noviembre de 2019.

 

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