Pandemia y desinterés biocultural, la dopamina (y 3) Apuntes del (des)confinamiento

De colores también se visten las cápsulas de la cultura digital. (Imagen tomada de lifeder.com).

 

La economía de la atención es inevitable: algunas firmas tecnológicas estaban desesperadas por un nuevo modelo de negocio; se dieron cuenta de que tenían que captar la atención de la gente. Fue un gran cambio en la historia del capitalismo cuando algunas de las más importantes se decantaron por ese modelo. Todo iba a ser gratis. Había llegado un nuevo tipo de economía. Hoy día, todo consiste en hacer que la gente quiera cosas y en lidiar con el hecho de que tenemos una capacidad de atención limitada. Quien se adentre en la mente de la gente gana… y los demás pierden”, explicó en entrevista el abogado estadounidense Tim Wu, especialista en la neutralidad de la Internet.

En otro escenario, James Williams, extrabajador de uno de los buscadores o navegadores más posicionados en la Internet, advirtió: “Muchas compañías se percataron de que existía ese recurso natural a su alrededor: la atención de la gente; si les das cosas gratis, puedes captar su atención y después vender más. Pero a nadie le importa mucho el tiempo que pasa usando una aplicación o en una página web, o los clics que genera. Hay un gran desajuste entre los objetivos de esa economía de la atención emergente y los objetivos que tenemos nosotros mismos como humanos”.

Todos nos quedamos debiendo antes de la pandemia y actualmente para este generalizado desinterés biocultural; tanto los diferentes niveles y poderes de gobierno como las empresas e iniciativa privada; los medios de comunicación e información; la sociedad civil organizada y no; las comunidades y familias; tú y yo; nosotros y, por supuesto, las “nuevas tecnologías”. Todos hemos desatendido, desperdiciado y, quizás, abusado y explotado sin ética la diversidad biocultural junto con sus recursos energéticos. Como dicta la historia de la humanidad y las “civilizaciones”, no dejamos de dispararnos en el pie al desaprovechar y no valorar el poder de transformación de la conciencia y profundo humanismo, no antropocentrismo, que guardan y brindan las bioculturas que nosotros mismos hacemos, ignoramos y destruimos. Somos biocultura y somos nuestros propios enemigos.

Este eufemismo pueril de la economía de la atención o economía del cinismo para la manipulación psicológica y generar la dependencia adictiva como cualquier droga, el nuevo opio del pueblo, con el fin de obsequiar nuestro tiempo, supinamente dar nuestra atención permaneciendo conectados y regalando nuestros datos ¡nuestra privacidad! Hacerlo para que terceros lucren con nuestra persona, acumulen poder y control sobre nosotros, a través de la distorsión de nuestras emociones y ánimos al servicio de intereses privados, políticos y culturales, dando el premio de la zanahoria para sentirse y pensarse libre con el consumo o democrático obedeciendo o ciudadano digno en esta neo esclavitud como resultado primordial y global de estas tecnologías, donde el cinismo sin límites de secuestrar nuestra atención se engalana con los cipayos de la “ciencia de datos” o traficantes de algoritmos.

 

Remedios para crear no pocos males, abundante el catálogo de lesiones sociales en la era tecnológica. (Imagen tomada de medycsa.files.wordpress.com).

 

Desgraciadamente estas tecnologías no han logrado ser un facilitador real que fomente las sociedades de conocimiento ni para abatir la pobreza ni para hacernos más humanos(istas) ni tampoco para favorecer contundentemente a las industrias bioculturales y no industrializables, porque todo se reduce a la mercadotecnia anodina, a la monetización total de la vida y al desgaste anímico que potencia una oligofrenia de sedación y apatía extrema. Salvo muchas y honrosas excepciones del uso tecnológico son sólo oasis positivos ante un desbordante frenesí por permanecer conectados y así, creer que ya existes negando el baluarte de la diversidad y la otredad.

“Además, que el hecho de navegar por la gran Red no es sinónimo de leer ni de comprender ni de pensar sea cual sea el motivo y/o contenidos que estemos ‘leyendo’. La Internet no hace ni fomenta lectores sino navegantes o consumidores en una vorágine de productos y servicios que incluyen la información, pero no asegura que se lean los contenidos ni mucho menos que se comprendan, solo es un medio de comunicación social explotado sustancialmente para el comercio, el mercado financiero, las tendencias de moda y el sensacionalismo. Aún no logra ser una herramienta total para las sociedades de conocimiento, sino en su mayoría un instrumento o intermediario a favor de los agentes económicos-políticos dominantes y sus algoritmos voraces”. Compartía en Leer es igual a ser libres, porque también la lectura es un desinterés biocultural, incluso, en la pandemia, porque pese a la industria del libro electrónico no es sinónimo de que se lean a comparación de otras lecturas o las “exitosas” redes sociodigitales o el desbordante mundo del entretenimiento que nos tiene encerrados, aislados, divididos, gobernados, apáticos y muy enganchados; transculturizados pero bien globalizados y harto modernos. En verdad ¿somos ciudadanos del mundo? o ¿somos consumidores del mundo unilateral y asimétrico? ¿Somos conscientes?…

Estamos anclados, atados y sometidos a las aplicaciones, a una supuesta “interacción” simulando la vida y la existencia mientras nos abrimos totalmente y nos despojamos de toda nuestra intimidad del ser. Estas tecnologías captan tu atención para monetizarla de forma omnipresente hasta convertirnos solo en transacciones financieras y de poder ¿Qué es lo primero que haces al despertar y lo último al dormir?…

 

El toque de todos los días… (Imagen tomada de ecoosfera.com).

 

En este sentido de poder y dinero, como mencioné en la entrega anterior: “En el caso de México, el sello de casa ha sido un neoliberalismo brutalmente corrupto que acumula excesos de injusticia e impunidad, pero si lo analizamos a fondo, la corrupción es consustancial al neoliberalismo en sí; porque es ahí y solo así es como puede operar y enriquecer; porque democráticamente resultaría imposible su funcionamiento sin el abuso de los poderes locales, regionales y globales económicos, políticos y culturales que se imponen autoritaria y totalitariamente con una afinada maquinaria de corrupción y manipulación social, así como financiera y de mercados”. Considero que el chiste se cuenta sólo.

Los principios de la economía de la atención son los fundamentos psicológicos para la explotación de las vulnerabilidades humanas, la soberbia y el placer principalmente: la dopamina necesaria para mantenerte conectado o consumiendo productos, órdenes y moldes sociales a conveniencia o, mejor dicho, prejuicios, donde terminas perdiendo el control y abandonando tu autonomía para encajar en el estereotipo.

Nos reafirmamos como hiperbioculturas-analfabetas-tecnológicas, mutilando la diversidad y entregados a una homogénea alienación que sostenga un neoliberalismo de algoritmos salvajes en detrimento de la multiculturalidad y la biodiversidad junto con sus recursos energéticos. El aprovechamiento de estas tecnologías en su mayoría ha sido una droga que anestesia lo que nos define como especie, como seres humanos. Me permito paradójica e irónicamente ponerlo en la mesa con la dopamina insuficiente para que dejes la pantalla y, quizás, lograr que te ocupes de tu vida no virtual. La vida en sí es y va más allá del cristal: “espejito, espejito, quién es…” Sigo insistiendo antes que sea demasiado tarde para ti, para mí y para un nosotros…

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