La divertida mascota Phryges. (Imagen tomada de ondacero.es).

 

Aunque por el COVID los juegos Olímpicos de Tokio 2020 se llevaron a cabo hasta el siguiente año, en realidad pasaron desapercibidos, pues el mundo languidecía aún con la catástrofe de la pandemia. La veda olímpica fue de ocho años. La humanidad estaba expectante por volver a disfrutar el que quizás sea su mayor acontecimiento. París fue el escenario perfecto. La ciudad se vistió de estadio con sedes impactantes, sustentables, algunas desmontables y de bajo presupuesto. Nada que ver con infraestructura costosísima como los estadios de la Olimpiada de Beijing. Los franceses optaron, en cambio, por aprovechar la elegancia de los rincones parisinos para albergar las justas deportivas. Por ejemplo, el voleibol de playa se jugó en un estadio desmontable vigilado por la Torre Eiffel; los Jardínes de Versalles se adaptaron para recibir las jornadas hípicas y Tahití, territorio francés en el remoto Pacífico, fue sede del surf.

Si Francia quiso poner en la conversación mundial la organización de las XXXIII Olimpiadas, vaya que lo logró desde la ceremonia inaugural. Rompió el modelo de llevarla a cabo en un estadio por otro, más inclusivo, más democrático, navegando por el Río Sena para resaltar la belleza de París. Se trató de un elocuente repaso por los valores que fundaron la República que dialogaban a la par con los valores olímpicos y varias de las expresiones del mundo contemporáneo. Muchos destellos de la cultura francesa se hicieron presentes: el cabaret, los museos, el cine, el diseño, la moda, la gastronomía y la literatura; también referencias de momentos históricos relevantes, como su Revolución y María Antonieta decapitada por la guillotina. Resaltaron también evocaciones a Víctor Hugo con la llama olímpica escapando, como Jean Valjean, por el otro París, el de los alcantarillados, el de los miserables. No obstante, para mí los dos momentos climáticos fueron la imponente interpretación de la Marsellesa, desde las alturas, por la soprano afrofrancesa Axelle Saint-Cirel, y el fuego olímpico elevándose en un globo aerostático que hizo brillar doblemente a la Ciudad Luz, mientras Céline Dion, desde la Torre Eiffel, inteterpretaba magistralmente “El himno al amor”, haciéndonos recordar a la gran Edith Piaff.

Dos temas me parecen relevantes, uno por su pertinencia y otro por su ausencia. El primero, ¿era necesaria la escena de “La última cena”? A muchos pareció ofensiva; en lo particular no me agradó del todo, aunque entiendo el propósito de celebrar la diversidad. Quizás se pudo resolver con alguna otra obra de arte de carácter profano y no necesariamente acudir a una religiosa. Y el segundo: el gran ausente fue el movimiento impresionista, o al menos no percibí su presencia. El impresionismo representa una de las grandes aportaciones de Francia a la historia del arte; me hubiera gustado ver por ahí alguna imagen bucólica de Van Gogh, algún personaje de Manet o un jardín de Monet.

Póster del ilustrador francés Ugo Gattoni. (Imagen tomada de purodiseño.lat, en fotografía de Fotonoticias).

 

En cuanto a las justas deportivas, me quedo con los deportes callejeros. Para quienes tenían la fijación de que estas expresiones estaban condicionadas a pertenecer a la parte más oscura del urbanismo, expulsados a las faldas de los puentes, donde también hacen de sus hogares las personas en situación de calle, París les dedicó en cambio la Plaza de la Concordia. Los jóvenes atletas mostraron sus propias narrativas con gran destreza. Fue el caso de las bicis BMX, las patinetas y la que más disfruté por su plasticidad, esfuerzo físico, estética y semiótica, el Breaking Dance.

Hubo un detalle que como mexicanos pasamos inadvertido: la familia de Víctor, el B-Boy que obtuvo la medalla de bronce, veía emocionada las batallas del atleta desde su hogar en Florida. Al fondo no colgaban las banderas de las barras y las estrellas, sino las tricolores. Sus 40 primos y tíos vestían playeras con la palabra “México”, mientras su padre brindaba con una cerveza mexicana. Después de la premiación seguro cenarían un buen mole poblano en honor a su lugar de origen. Me pregunto, ¿por qué no festejamos a Víctor como a los otros atletas mexicanos laureados?

Víctor encarna lo que estos juegos nos dieron como lección: la humanidad requiere un nuevo entendimiento que nos abrace, sin limitaciones impuestas por las fronteras o prejuicios raciales. En París se concretó ese ideal. Por ejemplo, en las selecciones francesas de volibol femenil y futbol varonil, reinaban los jugadores negros; o el caso de León, el afrocubano estrella de la selección polaca de volibol, o la ganadora del maratón femenil, la holandesa Sifan Hassan, que recibió la presea durante la ceremonia de clausura cubriéndose el cabello con el hiyab. O la foto que muchos consideran como el cenit de estos juegos, cuando tres gimnastas de color comparten el podio de la prueba de piso; las estadounidenses ganadoras de las medallas de plata y bronce, una de ellas la famosa Simone Bailes, dedican una reverencia a la brasileña ganadora del oro.

Si los Juegos Olímpicos han tenido como principio la hermandad entre las naciones, en esta edición de Paris no sólo se cumplió ese objetivo, sino que se logró de manera contundente enviar un mensaje a la humanidad de que se requieren espacios como estos donde impere el respeto a la diversidad, la fraternidad y el fortalecimiento de un diálogo intercultural. Fue, pues, una bocanada de aire fresco en un mundo cada vez más hostil y dividido.

Los personajes españoles Mortadelo y Filemón, también participaron en las olimpiadas. (Imagen tomada de laorda.com).

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