Pasar en limpio un sistema cultural

La cueva Veryovkina, situada en el macizo de Arabika en la República Rusa de Abjasia, es la cueva más profunda medida en la Tierra hasta la fecha. (Imagen tomada de tiempo.com).

 

Sergio Gómez Montero, al morir, me llevas

En las primeras líneas de Tinísima, Elena Poniatowska pone una sentencia en el pensamiento de la fotógrafa Tina Modotti. La hago mía en el sitio oscuro que me habita. Dice que “Tiene que enfrentarse al simple hecho de seguir viviendo”. Por ello reviso acuciosamente lo que llevo de mi paso en la Tierra. Además, la novela me lanzó un rayo generacional. Cuando una página escrita se enredaba de más, había que pasarla en limpio. Advertí que estaba haciendo lo mismo con el sistema cultural que me acuñó. Aquí solamente entrego unos trazos.

Cuando desperté a la noción de ser parte de un medio cultural, en los setenta, era preparatoriano. El ángulo de visión estaba determinado por el gobierno. El Estado a través de un partido político y de un mandatario. Los opositores eran minimizados, como no pocas veces, reprimidos. La Subsecretaría de Cultura de la SEP era incipiente frente a dos portentos orgullosamente procreados tras “institucionalizarse” la Revolución: el INAH y el INBA (sin L).

Un sueño juvenil era ir al Festival Internacional Cervantino. Guardo la impresionante programación que se alcanzó en el sexenio de López Portillo. Sigue siendo una figura enigmática la de su esposa, Carmen Romano quien, desde su inmenso poder, impulsó la cultura. Uno entendía que, ante el desastre de país hacia 1982, los asuntos de la cultura marchaban bien.

La panorámica se amplió con los estudios universitarios. Esa “vida cultural” creció exponencialmente, convirtiéndose en un caleidoscopio de afanes, voces y escenarios. Lo hizo a contrapelo de una atroz crisis económica. Vi nacer el INEGI, la Ley de Planeación, la intentona de establecer políticas para el “desarrollo cultural”, el impulso a las bibliotecas, de las culturas populares e indígenas, etc. Tras laborar en la UAM y la UNAM (a las que regresaría años después) me enrolé en el Programa Cultural de las Fronteras, de la Subsecretaría de Cultura.

Río Negro, en la cuenca del Amazonas. (Imagen tomada de eltelegrafo.com.ec).

 

Persiste el detalle: hasta septiembre de 1986, solamente me había subido una vez al avión. El programa fronterizo, dotado de un particular aliento vanguardista, me puso a volar incesantemente. La mirada multiplicó el mapa del país y se convirtió en sectorial. En mi andar como responsable de la región norte, llegué a Baja California. Me apasioné por Tijuana. Maravillado por el naciente Centro Cultural Tijuana, se convirtió en un anhelo burocrático. Coseché afectos. Casi 40 años después, llevo un año de estancia en Ensenada.

Con ojos de 27 años, al lado de mi jefe Alejandro Ordorica, transitamos de un sexenio a otro. Se dio forma al Conaculta y al Fonca, con un manto esperanzador. En el ring de la comunidad cultural, Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre las revistas Nexos y Vuelta, se dieron con todo. En la ebullición, el modelo cultural hacía ajustes y uno los navegaba sintiendo pertenencia al destino de la profesión elegida.

En las muchas idas laborales y las revueltas de opinión en el sistema cultural, el ejercicio periodístico ha sido inseparable de mi tránsito. Montones de intervenciones, textos y algunos libros. En los noventa debatimos el intento de modernización del sector cultural, los componentes del TLCAN, la diplomacia cultural, el reencauce cardenista en el Distrito Federal, etc. Crecieron en mi entorno las empresas culturales de todo tipo, las asociaciones civiles, las universidades públicas, como la UdG (con la feria librera), y las privadas, como la IBERO. Al cerrar el siglo XX, afiancé que la visión correspondía a la de un trabajador del sector cultural.

Como muchísimos del medio, he sido empleado, freelancer, pequeñísimo empresario y, no pocas veces, desempleado con deudas. Soy de una camada que no se adhirió a un partido, ni a posiciones ideológicas, ni al culto presidencial y, sí a las complicidades creativas con propósitos, como el GRECU presto a cumplir 16 años. Creí en la construcción de un sistema cultural más allá del PRI, de la alternancia política, de su fracaso, de la reposición priista, del pluripartidismo gatopardista y de la confabulación del reciclaje histórico. En esta edad comparto con quienes optaron por un sitio intermedio en el sistema cultural.

Tras décadas de debatir el enjambre del conocimiento adquirido para arribar a una serie de aspiraciones, circulo rumbo a la vejez. Mucho de lo que fui, ha dejado de tener sentido, sin poder sustituirlo por algo nuevo. Ha colapsado el sistema cultural que me crio, un desastre que no alcanzo a comprender, ni tiene, para pena mía, sustituto. Me invade la certeza una jubilación anticipada por desconexión, así como un cansancio sin inteligencia artificial, ni elevador para subir los pisos que, vociferan, vienen, ni fuerza para salir del sótano por mi propio pie.

Aprender a subir escaleras. (Imagen tomada de fotos-historias.com).

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