El Bolero en dos de sus mejores hacedores: José José y Agustín Lara. (Imágenes tomadas de facebook.com y mexicodesconocido.com.mx).

 

Pertenezco a una generación que disfrutaba de las noches bohemias al sabor de la guitarra. Visitar las peñas los fines de semana se volvía un ritual. Las reuniones en casa con los amigos tenían como epílogo el rasgueo de las seis cuerdas, todos cantando al unísono aquellas variantes musicales que disfrutábamos entonces: desde la trova cubana, particularmente las piezas de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, pasando por los poetas de la Generación del 29 española que Joan Manuel Serrat convirtió en melodías; las baladas de Roberto Cantoral, Armando Manzanero y Juan Carlos Calderón, la versatilidad musical de Juan Gabriel y hasta las desgarradoras piezas de José Alfredo Jiménez. No obstante para mí, el bolero ha sido desde entonces el género que más disfruto.

Me alegra mucho que la UNESCO haya aprobado la inscripción del “Bolero” en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) de la Humanidad. Según se lee en la nota emitida por dicho organismo, el reconocimiento a esta práctica cultural se le otorga a Cuba y México, cuyas autoridades conjuntamente presentaron la propuesta, misma que fue elaborada por el Instituto Bolero México. Sin embargo, esta manifestación musical no es exclusiva de ambos países, sino que se extiende a prácticamente toda la zona caribeña.

La inscripción en la lista representativa de PCI es, por un lado, un reconocimiento al sólido sentido de identidad colectiva, que “promueve la transmisión de saberes, desde lo instrumental y musical hasta lo lírico y dancístico” y, por otro lado, obliga a las naciones beneficiadas a llevar a cabo planes y acciones específicas para garantizar la sobrevivencia del bolero; es decir, de alguna manera se les impone tomar acciones para preservar esta manifestación cultural. De acuerdo con la UNESCO, el Plan de Salvaguardia se divide en tres ejes temáticos: educación y formación del bolero; identificación y visibilización, y fortalecimiento de las capacidades de portadores para la autogestión y reconocimiento.

El género del bolero nació en Cuba a finales del siglo XIX, bajo la raíz antillana y con influencia de la música española y africana y se extendió a México a través de la penísula de Yucatán. A lo largo de sus cerca de 150 años de vida, han sido muchos los compositores e intérpretes de este género musical. Como intérpretes, la época romántica de los tríos ha sido quizás la más relevante; “Los Panchos” los que más he disfrutado. Aquellos tríos tan emblemáticos se hacían acompañar de fabulosos requintos que lograban que la guitarra hablara, Chamín Correa, uno de “Los tres caballeros”, es el que más recuerdo.

No obstante, a mi gusto el mejor intérprete, gracias a esa voz potente pero a la vez sublime que podía alcanzar cualquier tonalidad y color, ha sido José José; en particular me gustaba cuando daba voz a las piezas de Álvaro Carrillo. Después de “El príncipe de la canción”, tengo como favorita a Natalia Lafourcade y sus bellas interpretaciones de Agustín Lara y a Luis Miguel, quien además de su inigualable voz y capacidades histriónicas, ha de reconocerse que logró preservar el gusto por los boleros entre las generaciones posteriores a las de la época romántica.

 

De Cuba y México el Bolero y su lugar en el patrimonio mundial. (Imagen tomada de culturacubana.net).

 

No he tenido la fortuna de ver alguno de ellos en concierto, aunque mantengo la esperanza de acudir a un concierto de Natalia Lafourcade o de Luis Miguel. A quien sí tuve la oportunidad de conocer brevemente fue a José José. Era 1994 y daba mis primeros pasos de gestor como responsable del área de cultura de la entonces delegación Azcapotzalco. Mi querido jefe y mentor, el entonces delegado Luis Martínez, me encomendó participar en la organización de un homenaje al vecino distinguido de la colonia Clavería. En el atrio del suntuoso Convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, contiguo a la Casa de la Cultura, se llevó a cabo el emotivo acto que los chintolos le rindieron a su coterráneo. José José sólo cantó una pieza y lo hizo con tanta energía que logró vibrar a la audiencia. Pero quizás la interpretación que más he disfrutado en mi vida, fue cuando escuché de la voz tenor de Fernando de la Mora, “Júrame”, de María Grever, en el teatro más bello que he pisado, el Macedonio Alcalá, en Oaxaca.

Como compositores son dos mis favoritos: mi paisano Álvaro Carrillo y “El flaco de oro”, Agustín Lara. Si bien como músico el segundo fue más versátil, pues incursionó en otros géneros, ambos me generan similar empatía. De Carrillo, mi bolero preferido es “Orgullo”, de Lara “Azul”. Me parece que ambos representan los extremos del bolero, pues mientras el oaxaqueño es el apasionado y derrotado en el amor, el veracruzano es el bienaventurado y “conquistador”. Aquél doliente, éste victorioso. El ingeniero agrónomo compone para los sufridos, mientras que “El músico poeta” lo hace para los que ven la vida “de color de cielo, de color de mar”. El guitarrista es el que se acongoja por el desprecio de una mujer, el pianista el que se ufana de sus cortejos.

Todas aquellas experiencias me han dado momentos de suma alegría; incluso tuve afición por la guitarra y llegué a tocarla, aunque torpemente. Mi madre y mi esposa gozan de buena voz y osaba a acompañarlas en las fiestas familiares. Podría tocar ahora un par de aquellas piezas que alguna vez supe, entre ellas “Solamente una vez”.

Mi más reciente acercamiento al género ha sido por mi gran amigo y excelente canta autor yucateco Jorge Gamboa, pero poco sé de los nuevos compositores, aunque entiendo que hay una nueva generación motivada por esta expresión musical que ojalá coadyuve a preservar el reto que la UNESCO nos ha conferido. Mientras tanto yo, por lo pronto, “seguiré mi viaje”.

Y tan campantes. (Imagen tomada de spotify.com).

 

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