Semana del arte ¿negociazo para el SAT?

La legendaria Zona Maco, arremolina lo más decantado del mercado del arte que visita anualmente la Ciudad de México por unos días. (Imagen tomada de codiceinformativo.com).

 

El mercado del arte tiene de todo, como en botica. Mitos, cuentos, dramas, comedias, mentadas, transas, charlatanes, sabios, evasión de impuestos, pleitos robos) entre herederos, relumbrón, cajuelazos, prestigio, artistas que no lo son pero venden, historiadores, ganancias legítimas y dudosas, mar de orgullos, activos pasivos, bodeguitis aguda, heráldicas, incunables de envidia, monstruosidades especulativas, casas de subasta con arreglos, películas fregonas, documentales de denuncia, porcentajes de gane para el vendedor sobre el artista, cuartos oscuros, actos escénicos, bóvedas, ferias de vanidades, mercaderes de los buenos y de los malos, prácticas especulativas, tráfico entubado, galeros van, otros perduran honrosamente y los más, después de cierto tiempo, ni quien se acuerde. La obra de arte es patrimonio dividido: de la humanidad y de un no extenso listado de ricas, ricos y riques.

Hablamos de un catálogo variopinto que en una corriente sofisticada se reduce a una palabra mágica: coleccionistas. Misma que tiene su complemento: coleccionismo. Bueno, contados museos y empresas se pueden jactar de andar de compras por aquí y por allá con el propósito de enriquecer sus acervos que traslucen dólares, euros, libras: caravana con sombrero ajeno (amables donantes vía ¡deducibles!, CEO’s que hacen inversiones patrimoniales para sus accionistas o para lavar dineros). En efecto, en el contexto del sector cultural, se trata de una inigualable red de intereses desde tiempos inmemoriales.

Con los méritos que a cada protagonista le corresponde, febrero loco se convirtió en nicho de la Semana de Arte en la Ciudad de México. Mucha oferta y ¿cuántos compradores? En el reino de la secrecía los miles de dólares y millones de pesos que se ponen a circular en unos días. Eso sí, hay la creencia de que la gente acude, celebra y adquiere piezas para sus casas, oficinas, departamentos, museos, bodegas, galerías y otros sitios propicios para el disfrute y resguardo de esos activos ¿o no es así?

Un negocio que es un banquete para expedir pólizas de seguros, así como para recaudar impuestos por las ventas, creemos, ya que, salvo contados casos, lo que se muestra es carito, no apto para cualquier bolsillo. Además, por la Ley Antilavado, se tienen que reportar operaciones mayores a 350 mil pesos en efectivo o mediante banca digital. Igual la semana alienta gastos por doquier: lo normal cuando se concentran bienes y servicios en un mega evento. Pero el mercado del arte tiene lo suyo.

Entre los muchos negocios que se mueve en la Semana del Arte, está el de embalaje de obra y las pólizas de seguros. ((imagen tomada de jbgaleria.com.mx).

 

Como no se trata de ir a comprar tamalitos y llevárselos en la bolsa, la mitología alimenta un anecdotario que le es propio y detona los recuerdos de situaciones del acontecer que le mueve. Por ejemplo, en una ocasión me hice pasar por ricachón en una feria instalada en el Frontón México (interesados en reír leer https://pasolibre.grecu.mx/de-compras-en-la-feria-de-arte-material-cdmx-2/) gastándome 38 mil dólares en tres horas.

En una de las versiones de Zona Maco, un cuate me propuso una experiencia de compras. Hicimos una lista de estands con sus acervos; cada uno por su cuenta preguntaría por ciertas obras y las condiciones de venta. Vemos los precios (US la mayoría), hay terminal de cobro y materiales de empaque. Así obtuvimos variaciones distintas en los precios, lo que es normal. También en el arreglo para la entrega, lo cual habría la posibilidad de pactar un modo de facturación. Sostenerse en una oferta con promesa de pago al otro día o al cierre de la feria. En fin, lo que corresponde a un mercado especulativo y caprichoso.

La festejada Semana del Arte también me recordó que no todo lo que brilla es oro en el circuito formal y sobre todo informal. Algunos prefieren adquirir sus piezas en Liverpool, en ventas de garaje, con conocidos o en tianguis. No faltan los que gustan de copias muy bien hechas de un Rivera o un Botero. Recuerdo que, durante una visita a Bogotá para una retrospectiva de su obra, el querido José Luis Cuevas fue requerido por una persona pidiéndole autenticar un grabado. No se me olvida el gesto lleno de furia de Cuevas: “Eso no es mío”, como tampoco el rostro lleno de tristeza del señor.

Cuanta cosa, pues. En una ocasión vi una suerte de tapete de Francisco Toledo ¡en la recepción de un edificio de departamentos en Polanco! Me gusta imaginar las fortunas concentradas en las casas de ciertas familias en calles de Coyoacán, Tlalpan o Cuauhtémoc.

Cuánto dinero hay en el mercado del arte que no se ve. Y cuánto show.

Los dineros. La lupa del SAT también fija condiciones en la venta de obra. (Imagen tomada de sat.gob.mx).

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