Es momento de escribir unos pensamientos que me han rondado en las últimas semanas acerca del llamado Proyecto Chapultepec, aunque desde que me enteré de la propuesta hace ya algún tiempo, estaba yo casi segura que sería “puesto en espera”, una vez que comenzó la pandemia y todo lo que ha venido con ésta, en especial, debido al factor económico.
Me voy a enfocar exclusivamente en este proyecto, sin dejar de pensar que también otros megaproyectos ya deben dejar de ser prioritarios, porque es lo que conozco, y puedo decir que, a fondo, debido a que el Bosque ha sido parte de mi vida, en el más amplio sentido del dicho, en los últimos cincuenta años. Y no quiero remontarme a mi ya muy lejana infancia, pues no viene al caso, pero sí dejo claro que fue parte esencial de ella, ya que mis padres nos llevaban con frecuencia.
No quiero ahondar en ejemplos de lo que menciono, pero sí comentar, por ejemplo, que, criando a mis hijos, lo convertí en nuestro propio jardín; vivíamos muy cerca, y quizá fui la iniciadora al celebrar las fiestas de cumpleaños en sus pastos, que posteriormente se convirtieron en algo muy común y, hasta donde entiendo, se llegó a reglamentar su uso, en cuestiones de sitios que se podían utilizar, de horarios, y llegó a tener costo.
Vivíamos en la calle de Zamora, colonia Condesa, a pocas cuadras de la entrada al Bosque, conocido como Las Flores, en un bastante pequeño departamento, por lo que un día se me ocurrió hacer un picnic con pastel para celebrar el cumpleaños de la mayor de mis hijas, en 1967, invitando a no recuerdo cuántos niños, con sus papás, sirviendo deliciosa comida, y el pastel, pero sin piñata; a cambio, organizamos todos los juegos que cada quien recordaba. Y todo mundo lo pasó muy bien, con un final: recoger hasta el último palillo. Me gustó la idea, y seguí convocando a los amigos para celebrar las fiestecitas de los demás hijos. Pero no puedo omitir que el padre de mis hijos, Héctor Xavier, antes de conocerlo, se había pasado todo un año dibujando a los animales del Parque Zoológico, por lo que me llevaba a ver a “sus animales”, a sus amigos: el director del Zoológico, los cuidadores de los animales y los médicos veterinarios, con quienes había construido una familia. Esto sucedía antes de ser mamá.
Asimismo, y como era “nuestro jardín” muchos fines de semana o días de descanso, nos íbamos a un espacio que había mandado construir la señora Echeverría, justo muy cerca del muro que colindaba con Los Pinos, en el Parque de la Hormiga, que consistía en un enorme arenero, unos troncos que lo circundaban, un elemento en forma piramidal, también construido con troncos de árbol y cuerdas, donde los niños se subían y bajaban sin cesar. Allí, muy cerca alquilaban bicicletas, donde mis hijos aprendieron a utilizarlas, y allí transcurría el día entero. A veces caminábamos hacia el otro lado: hacia el Paseo de la Reforma, donde visitábamos el Museo de Arte Moderno, pero también el Centro de Convivencia Infantil, también realizado por órdenes de la señora Echeverría, donde nos encontrábamos con una gran jaula de pájaros, un pequeño espacio donde entraban sólo los menores a familiarizarse con conejos, chivitos, y otros animalitos de corral. Pero también había talleres, como el de cerámica y, el más “socorrido”, una pista para conocer las reglas de tránsito para vehículos: se trataba de una pista con semáforos, bien señalizada; era exclusiva para niños que tuvieran el tamaño para utilizar un triciclo: no menores de 6 y no mayores de 10 a 11 años.
Terminó ese sexenio, y se terminó ese Centro de Convivencia, así como también el arenero…
Esto lo pongo como ejemplo, porque en Chapultepec hemos visto no sé cuántos cambios. Cosas que aparecían y que, pasado el sexenio, desaparecían, apareciendo otras, en otros sitios. Y sólo me refiero a la Primera Sección, como se le ha denominado y conocido desde tiempos inmemoriales. Hemos visto –y padecido– cambios, cerrar ciertas áreas, mover esculturas o fuentes para instalarlas en otro lugar. Cada sexenio, otros cambios, otras renovaciones, siendo una por demás importante, la realizada en el Zoológico, que no había sido “puesto al día”, en cuanto a todos los requerimientos de sanidad y de cuidado a los animales.
En el año de 2006 vimos aparecer un nuevo espacio en el que había sido aquel ya lejano Centro de Convivencia Infantil, mismo que estuvo en el abandono muchos años… Un Jardín Botánico. Fue un convenio que se firmó entre la UNAM –su maravilloso Jardín Botánico– y el Gobierno de la Ciudad de México, siendo Alejandro Encinas, Jefe de Gobierno. Se trataba de mostrar de una manera hermosa, una gran cantidad de cactáceas, principalmente. Todas con sus nombres botánicos y con el que se les conocen. Al fondo, un sinigual pabellón que se convirtió en un espacio para plantas tropicales, con su clima particular, en que floreaban no sé cuántas orquídeas y muchas otras plantas. Este Jardín carecía de suficientes visitantes, pues no tuvo la promoción adecuada.
El Bosque seguía renovándose: se creó el Fideicomiso Pro Bosque de Chapultepec, que trabajó incesantemente en la mejoría de las áreas. Entre muchas otras cosas, cabe mencionar la señalización que apareció en toda el área del Bosque: clara, amable, precisa.
En lo personal, me ha tocado ser convocada de manera profesional, en tres ocasiones, lo que para mí constituyó un privilegio.
Fui invitada por la entonces directora del Museo de Historia Natural, Guadalupe Fragoso, para coordinar la exposición conmemorativa de los 50 años del Museo. Trabajamos junto con su equipo de investigadores y museógrafos durante casi un año, y se logró realizar una muestra que estuvo a la altura de las circunstancias, con un presupuesto limitado. En la inauguración, la Secretaria de Medio Ambiente, Tanya Müller, informó que en breve comenzaría la renovación de todo el Museo, y se logró en una buena parte de él, a los cincuenta años de su inauguración convirtiéndolo en un museo de historia natural, a la altura de los mejores del mundo.
También fui invitada junto con la doctora Lily Kassner –quien fue la instigadora del proyecto– para restaurar la gran escultura urbana de Mathias Goeritz titulada Energía, del año 1982, que se encuentra en el Jardín escultórico del espacio convertido posteriormente en el Jardín para la Tercera Edad, y con motivo de la celebración del Centenario de tan ilustre maestro y escultor. Este proyecto se trabajó en conjunto con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y las autoridades del Bosque de Chapultepec. La escultura se encontraba muy deteriorada debido al paso del tiempo, y por encontrarse al exterior; se le hizo una restauración profunda, avalada y supervisada por el Centro Nacional de Conservación del INBAL. Aprovecharon, además para mejorar toda esa área que colinda con la parte trasera del Parque Zoológico.
Y por último, a finales del sexenio pasado, fui convocada por el Fideicomiso Pro Bosque de Chapultepec, en calidad de “testigo de la Sociedad Civil”, para la implementación del pequeño Museo de Sitio que se instaló en lo que fue la puerta de entrada a la Escuela Militar, previamente restaurada para recibir este espacio museal. Las reuniones se llevaban a cabo en las instalaciones del Fideicomiso, en las que se revisaban y se discutían los avances de la museografía para el futuro museo. Al final de las reuniones aproveché para visitar, para pasear en el Jardín Botánico, que había sido renovado, ahora invitando a diversos talleres de arquitectos y diseñadores, a quienes se les asignó una parcela o grupo determinado de plantas, a que le dieran un “hábitat” especial, luciendo más bello aún.
El Bosque de Chapultepec es un lugar vivo, activo, que sí, efectivamente, requiere de atención constante, en términos de su salud, de la mejora de sus tan diversos contenidos: principalmente, flora, fauna, esculturas, construcciones diversas, fuentes, sitios patrimoniales, y otros, no solo por su edad sino debido a la cantidad de visitantes que atrae, de todos los confines de la propia ciudad, de distintas partes de la República y de visitantes extranjeros.
Pero lo que no requiere, es una RECONVERSIÓN. No hay que hacerlo. Y sólo me refiero a la Primera Sección, que he caminado y que amo, y que conozco, y de la que nos hemos servido mi familia y yo, puedo decir, casi toda mi vida, ya que también por mi trabajo profesional –y por ende, por gusto personal, naturalmente– he tenido que visitar constantemente los museos nacionales, a los que llegaba en múltiples ocasiones, cruzando el Bosque a pie, por mi cercanía.
El dinero asignado, que es un monto bastante considerable, debería ser restituido a la Secretaria de Cultura a efecto de proporcionar dignos presupuestos a los museos que tanto lo necesitan. Son otras instituciones que conozco a fondo por haber trabajado en varios de ellos y, por supuesto que también, a los distintos menesteres culturales que han sido golpeados de manera brutal tanto por la pandemia, como por los recortes presupuestales que sufrieron todas las áreas culturales, no sólo en Ciudad de México, sino también a lo largo y ancho de nuestro país. Creo que el momento es el menos apropiado para pensar en una reconversión de los espacios del Bosque, dejando inermes las instancias existentes. Aludiendo al dicho popular “desvestir a un santo para vestir a otro” que no puede ser más representativo.
Y otro factor del que me gustaría comentar es acerca de varios proyectos que en los últimos cuarenta años se iban a realizar y que, gracias a la insistencia y pruebas de toda índole, presentadas por investigadores -sobre todo- pero en general por la propia la ciudadanía, no se llevaron a cabo, sólo para mencionar unos cuantos.
Cuando cerró la cárcel de Lecumberri, no se cumplía una semana de su cierre, y ya estaban a punto de tirarlo aduciendo que era el lugar más negro (El Palacio Negro), lleno de los peores recuerdos, etc. Al intervenir los historiadores, principalmente, pero también la sociedad civil, enviando escritos para fundamentar y justificar su permanencia, y la realización de algunas manifestaciones, se salvó, convirtiéndose en el hoy Archivo General de la Nación.
Otro fue la inminente construcción de la línea 8 del Metro, que se pretendía pasara un tramo por la lateral poniente de la Catedral Metropolitana… Recuerdo que ya estaba tapiada la zona. Pero volvieron a levantarse voces de los investigadores, historiadores, conservadores, acompañados por los ciudadanos, y se modificó su trayecto, quedando en Eje Central.
No tiene nada de malo repensar los proyectos, escuchar las voces de otras personas, evaluar sus costos-beneficios, tomar en cuenta los pros y contras, sobre todo en estos aciagos momentos en los que hay que establecer prioridades: mejorar lo que hay, protegerlo, permitir que se realicen las actividades culturales con dignidad, con calidad; es decir: APOYAR LAS INSTANCIAS CULTURALES DE TODO EL PAÍS, que tanto lo requieren, con ese presupuesto dedicado a un de por sí bellísimo Bosque de Chapultepec que necesitará presupuesto para su protección, mejoramiento de sus áreas, renovación de ciertos árboles, pero NADA MÁS.
Miriam Kaiser
Trabajó diez años en la Galería de Arte Mexicano, fue directora del Museo del Palacio de Bellas Artes, subdirectora técnica del Museo Nacional de Arte en su fundación, directora de la Sala de Arte Público Siqueiros y del Polyforum Siqueiros; directora de Exposiciones Internacionales y de Difusión Cultural Internacional del Conaculta, y directora de Exposiciones Nacionales e Internacionales del INAH. Ha realizado curadurías de exposiciones, las más recientes son Colores y texturas en las obras de Álvaro Blancarte (Museo José Luis Cuevas, 2018), Ricardo Martínez, a 100 años de su nacimiento (Museo del Palacio de Bellas Artes, 2018) Ricardo Martínez y la figura humana (exposición itinerante en las casas señoriales de Fomento Cultural Banamex, 2018), y Un paseo por las artes visuales en la colección Carlos Monsiváis (Museo del Estanquillo, 2019). En 2005 recibió el Reconocimiento ICOM México por su destacada labor en el ámbito museístico de México.