Sobre la cultura en Nuevo León (2 y última)

En la administración trunca del gobernador Sócrates Rizzo García (1991-1996), se creó el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte, 1995). En imagen de 1994, al lado del legendario historiador Israel Cavazos Garza (1923-2016). (Fotografía tomada de elregio.com).

 

MONTERREY. La covidictadura en Nuevo León cobró su factura.

El Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte), al consentir el cierre por casi un año de todos los espacios culturales, ha orillado a los artistas y creativos a engrosar las cifras del desempleo.

Sé de casos de suicidio por no tolerar tanto tiempo en confinamiento; los que tuvieron mejor suerte, se buscaron otra profesión que le proporcione el sustento para sus familias, porque el derecho constitucional al trabajo cultural y creativo está cancelado, el Estado ha clausurado esas puertas con cintas de color amarillo y negro que dicen: “Actividad no esencial”.

Y eso no es todo. Lo peor es privar al estado de la luz creativa de los talentos.

Quienes cincelan la cultura en el estado no están pidiendo trabajo, lo están ofreciendo: ofrecen reflexión, referentes, experiencias y atmósferas en sus obras teatrales, musicales, literarias, pictóricas, dancísticas, fotográficas y cinematográficas.

Lo mejor de la humanidad tiene su esencia, su síntesis, en la cultura, no en la economía. Como bien plantea la poeta, dramaturga y actriz colombiana Patricia Ariza: “Tenemos que recuperar el valor del arte como experiencia libertaria, sacarla de su valor mercantil y regresarla al lugar de la libertad humana, al espacio de la sensibilidad y de la indagación de mundos posibles”.

Por otro lado, en esta administración del presidente de Conarte, Ricardo Marcos, promovió con un albazo la eliminación de los recursos equitativos que tenían los gremios artísticos por más de quince años, bajo el argumento de eliminar las “ocurrencias” y abogar por la “calidad” de los proyectos artísticos, calidad que se define ahora en decisiones discrecionales y verticales.

El mismo titular del organismo ha admitido que parte de los recursos que son bajados a través del Conarte son producto de decisiones políticas y de otra índole, y no necesariamente es una decisión del consejo, justificando con estas palabras lo injustificable: “Así es la naturaleza del ejercicio público”.

Esto acabó por eliminar la voz de los creativos y redujo las ricas posibilidades de las propuestas culturales a un programa rígido e inamovible de convocatorias, sumergidas en el abismo de los argumentos deficientes de jueces y criterios cuestionables.

Quien esto escribe jamás hubiera promovido la ciencia ficción (género en el que muchos me encasillan), la poesía erótica, la literatura juvenil e infantil y la poesía visual, si me hubiera atenido sólo a las convocatorias. Esto se logró gracias a la viabilidad técnica de estos proyectos que evaluaron los vocales y la comisión de literatura, nunca eran decisiones discrecionales.

 

Integrantes del consejo de Conarte, para el período 2019-2022, del que forma parte Fernando Galaviz.

 

La lógica de Ricardo Marcos es que sus decisiones son buenas porque así lo vota el consejo. Pero realmente el dicho modelo está agotado (como el sexenio mismo), es disfuncional, se mayoritean las votaciones en complacencia a los dictados de su Presidente y Secretaria Técnica, quienes con maniobras de lenguaje, cristalizan la gran preocupación que tenía George Orwell al afirmar que el pensamiento corrompe al lenguaje, y el lenguaje puede corromper al pensamiento.

Las decisiones institucionales ya no tienen prácticamente ningún contrapeso ni consenso, y el organismo disfraza conducirse como una secretaría, prototipo de dependencia del Poder Ejecutivo donde prevalece la verticalidad en las decisiones.

Me ha tocado ver incluso una solicitud al pleno, de un compañero Vocal, donde reunió 250 firmas para recomendar una votación en el consejo y le fue negado ese derecho por Ricardo Marcos y Melissa Segura. Y así le hubiera sido negado, incluso, con 2500 firmas, el derecho que le correspondía por el marco jurídico, por el simple hecho de ser Vocal.

Al centro de la crítica

En lo que perfilo no estoy acusando a mis compañeros consejeros, no es culpa de ellos, es del sistema. Los integrantes del consejo hemos sido reducidos a ser prácticamente sólo “receptores de información” de los actos de autoridad de su Presidente y la Secretaría Técnica, en lugar de que el consejo revise y autorice esos proyectos ANTES de que se ejecuten.

Los proyectos, agrego, no son respaldados por un diagnóstico público, ni mucho menos consensuado por la comunidad artística y cultural. Los ejemplos más dramáticos son las Esferas Culturales y el LabNL. Temas que abordaré a detalle y por separado, en su momento.

Varios artistas me han comentado, y coincido con ello, que estamos ante la peor administración en la historia de Conarte.

En esa perspectiva, indico que se contraviene la visión que sobre el organismo cultural tuvo el gobernador Sócrates Rizzo al crearlo: “Este Consejo no será un consejo más, o un grupo de gente que va a opinar, sino que de ahí se formarán las decisiones y ejercer el presupuesto en materia cultural”.

Sin embargo, esas decisiones se toman a puerta cerrada. Por ejemplo, en 2020 Conarte tuvo una reducción en su presupuesto de poco más de 23 millones de pesos para sumarlos a los fondos para enfrentar la contingencia en el estado por la Covid. A quienes integramos el conejo no se nos informó de ese monto. Tampoco se nos dice de los recursos recibidos y otorgados por concepto de donativos.

Al mismo tiempo se le da el tiro de gracia a la ya, de por sí, poca confianza de los artistas hacia la institución, que se vanagloriaba de ser un modelo ejemplar a nivel nacional como consejo ciudadano, descentralizado, democrático e incluyente.

Ahora los artistas son indiferentes, apáticos hacia las convocatorias para participar como vocales de sus propios gremios, situación que aprovecha la directiva de Conarte para designar por invitación directa a los candidatos cuando hay ausencia de éstos por parte de la comunidad artística. Práctica que debería estar prohibida, porque se está tejiendo un consejo “a modo” de la institución, caldo de cultivo para el nepotismo, el conflicto de interés y tráfico de influencias.

 

Con otro sexenio en Nuevo León en 2021, vendrá el cambio de gestión en Conarte. Los regiomontanos elegirán nuevo gobernador el 6 de junio entre siete candidatos de los cuales Clara Luz Flores, Adrián de la Garza, Fernando Larrazábal y Samuel García son a los que se les concede la mayor atención. (Imagen tomada de política.expansion.mx)

 

El desdén de las comunidades artísticas es comprensible, ya no ven en Conarte ningún beneficio para sus gremios, no existen incentivos para que los artistas se postulen a vocales por tres años, en los cuales no pueden participar en ninguna convocatoria, ni recibir ningún apoyo, violándose constitucionalmente sus derechos culturales. Es un tiempo en el que deben dedicarle a la vez atención a los asuntos de sus gremios, lapso en el que Conarte no les paga ni el camión, por tratarse de un puesto honorario.

Lo anterior se agrava si el Vocal queda desempleado. No olvidemos que ser artista es un trabajo de gran precariedad, problema que no tienen los consejeros electos por el gobernador, que son por lo general funcionarios o promotores culturales de gran alcurnia, de la gran esfera elitista.

En un dossier sobre el futuro de Conarte, elaborado por Xavier Araiza, vienen las siguientes palabras de Eduardo Rubio Elosúa, ex secretario Técnico del organismo: “lo mejor sería desaparecer el Consejo para la Cultura de Nuevo León dado que se trata de una utopía en un país de personas sumisas. En su lugar propondría crear la Secretaría de Cultura que es como ha venido operando realmente Conarte para que sigan con sus prácticas antidemocráticas, su toma de decisiones verticales, sus manejos sin ninguna transparencia y operando dentro de esa mediocridad que tanto les gusta a los políticos. Esto sería a todas luces más honesto y se evitaría con ello que los consejeros pierdan inútilmente su valioso tiempo y se ahorraría el trabajo y el sueldo de un Secretario Técnico al menos”.

Y aunque el investigador y dramaturgo Mario Cantú Toscano proponía en 2015 la creación de un Instituto de Arte y Cultura en Nuevo León, sí incluía en su estructura un Consejo Consultivo, no lo desaparecía.

Estoy más a favor de la creación de un Consejo Participativo, un órgano ciudadano asesor que tendría por cometidos asesorar respecto a las acciones a seguir en las políticas sociales de cultura, brindando espacios de debate, discusión, concertación y promoviendo la transparencia, rendición de cuentas y participación ciudadana, en el aspecto presupuestal, administrativo y de gestión. Las sesiones serían abiertas, los artistas tendrían voz en el pleno, que hoy, como hemos visto, no la tienen.

Una vez, un artista agremiado al padrón de Conarte me preguntó si podía asistir a la sesión de consejo como oyente o si es eran sesiones privadas. En ese momento recibí la siguiente respuesta del coordinador oficina de enlace de la Secretaría Técnica: “(…) parte del protocolo del Consejo no se permite la presencia de personas que previamente no se haya revisado el motivo de su presencia o se le haya invitado. El recinto además es muy reducido… Todos los ciudadanos pueden seguir la junta en tiempo real por Facebook de CONARTE”.

Cabe agregar que las juntas ordinarias y extraordinarias del consejo, las reuniones con los gremios y las distintas comisiones, suelen ser en horarios de oficina para comodidad de la burocracia de Conarte, pero muchas veces difíciles para quienes, siendo vocales, trabajamos en empresas que, por lo general, suelen ser intolerantes para autorizar constantes permisos y, menos, para cuestiones “culturales”.

Así las cosas, se está cristalizando proféticamente la gran preocupación del sociólogo Felipe de Jesús Rodríguez Vértiz quien, en febrero de 1995, en vísperas de la creación de Conarte, sentenció: “Qué infeliz ocurrencia si el CONARTE significara la consagración de cacicazgos culturales, la feudalización de la producción cultural, la entronización de gurús en cenáculos cerrados y la privatización de la cultura”.

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