Con la publicación de Vivir del arte, la condición social de los músicos profesionales en México, Rocío Guadarrama Olivera quiso convertir su exhaustiva investigación en una radiografía de la precariedad en la que se realiza el trabajo artístico en México. Pero como todo buen contenido rico en información, ofrece múltiples lecturas, de manera que entre muchas posibilidades podemos convertir su libro en una esfera de cristal para buscar en otros países alternativas hacia una dignificación laboral en el terreno de la cultura. Desde ahí miramos la situación de los trabajadores del arte en México. La inestabilidad, la falta de seguridad social, la contratación temporal sin derecho a una antigüedad, la vulnerabilidad en caso de despido, la inexistencia de seguros médicos o pensiones en la mayoría de los casos: los múltiples rostros de la precarización.
El vaivén de políticas públicas que se reinventan cada sexenio, las preferencias y los gustos de los funcionarios en turno, la heterogeneidad de las profesiones, la multiplicidad de actividades para sobrevivir, los trabajos temporales, la supervivencia entre proyecto y proyecto y la gran diversidad en los modos de inserción en el mercado laboral, son condiciones que dificultan la organización gremial. Por último, vemos a bailarines, actores, escenógrafos y creativos en general llegar a la vejez en la precariedad, sin una pensión o un fondo para el retiro.
¿Es nuevo este panorama?
En entrevista, Rocío Guadarrama responde: “Podemos decir que históricamente hay una desprotección, una vulnerabilidad en el trabajo artístico que llega hasta nuestros días y que coincide con una realidad contemporánea en la que el trabajo en general se ha vuelto cada vez más precario. Ha dejado de ser un trabajo estable, permanente, protegido. Son muy pocos los trabajadores que son reconocidos, que están activos, sindicalizados y con prestaciones. Las tazas de sindicalización han bajado muchísimo en el mundo justamente porque hoy día, en los distintos campos de la ocupación, lo que se impone es un trabajo provisional que se paga por honorarios; un trabajo por cuenta propia que en realidad es un trabajo asalariado enmascarado de freelance”.
La doctora en Ciencia Social con especialidad en Sociología por el Colegio de México, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana Cuajimalpa (que le edita este libro), activa la esfera de cristal y encontramos que hay sindicatos en contextos universitarios como la Orquesta Filarmónica de la UNAM o en la Orquesta Sinfónica Nacional. Más arriba, en Canadá, los músicos de la Orquesta Sinfónica de Montreal están sindicalizados, como en casi toda Europa; no así en Estados Unidos donde todo ese mundo está más privatizado.
La autora de Vivir del arte se detiene en París, Francia, donde se encuentra la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Desde los años 80, el organismo promueve una visión que pone en el centro la condición social del artista en el marco de los derechos humanos, económicos, sociales y culturales. Invita a los gobiernos de todos los países del orbe para que generen las condiciones materiales que faciliten la manifestación del talento creador en un clima propicio para la libertad artística. La propuesta, comenta Rocío, está inspirada en un principio de igualdad según el cual los artistas deben gozar de “los derechos conferidos a un grupo comparable de la población activa por la legislación nacional e internacional en materia de empleo, de condiciones de vida y de trabajo”.
Desde 2015 la Unesco recomienda que todos los artistas cuenten con atención médica básica; una indemnización por accidentes de trabajo; licencia parental o discapacidad; seguro médico; pensiones de jubilación y reconversión profesional.
La esfera de cristal de Rocío sigue en Francia. Porque en esta nación se reconoció un régimen especial para el trabajo artístico. En primer lugar, el Estado hizo un registro de todos los artistas del país que no tienen un trabajo permanente y que laboran hasta un máximo de tantas horas y meses al año. Explica la investigadora que los creadores con un contrato permanente no entran en este directorio porque tienen asegurado un ingreso fijo. Pero un músico que vive de tocar por periodos limitados, y a lo largo del año tiene cinco o seis contratos temporales por decir algo, y al finalizar cada uno tiene lapsos de tres meses sin ingresos, puede darse de alta en este registro.
Claro, en Francia hay un servicio médico universal. Así “los actores autoempleados, artistas de teatro, cine y televisión, en sus periodos sin proyecto gozan de un porcentaje mínimo, se activa el seguro de desempleo y les pagan un 80 por ciento de lo que ganaron en su último trabajo. Mientras, siguen cotizando en la seguridad social y en su fondo de retiro. Bajo este régimen especial cotizan tanto la empresa como la institución que contrata al artista para un proyecto determinado, y también cotiza el trabajador. El programa se sostiene con las contribuciones de artistas, productores, distribuidores, exhibidores, el Estado y otras instituciones públicas. Entonces, ese trabajador de la cultura puede pasarse 30 años bajo este esquema, y al final de su carrera tiene un fondo acumulado de pensión y una protección social mientras está activo o inactivo”. Además cuenta con un paquete de beneficios integrales que incluye cuidados médicos suplementarios, protección por accidentes de trabajo, salario mínimo en caso de enfermedad o discapacidad, capacitación profesional, días de fiesta y vacaciones, pagos por maternidad y plan de pensiones.
La socióloga que se ha especializado en la precarización del trabajo a nivel global cita a Pierre Michel-Menger: “Las profesiones artísticas en general son un laboratorio extraordinario para entender el proceso de precarización del trabajo en el mundo”.
Y en la búsqueda de alternativas, gira la esfera de cristal hacia otro continente. Observa que, en la mayoría de los países desarrollados, los servicios de salud básicos tienen cobertura universal y algunos proveen a los artistas de pensiones básicas o de sistemas de apoyo similares a los que ofrecen a los adultos mayores, incluidos los artistas que han trabajado de forma independiente durante toda su carrera.
Es común que ciertos creadores, como los bailarines, cantantes y músicos tengan periodos de desempleo mientras preparan nuevos proyectos. En países como Bulgaria, durante esos lapsos de ‘inactividad’ estos artistas -incluidos los técnicos de apoyo de los institutos de cultura- continúan recibiendo todos los beneficios sociales a los que tienen derecho los trabajadores en activo, además de un sueldo pagado por el Estado. Por otro lado, observa el caso de Nigeria, donde el acceso al sistema de salud no es abierto, pero sí lo es para los artistas.
De pronto, vemos a Rocío entrevistando a músicos migrantes en Canadá. Son a quienes les tocó vivir los últimos años de las políticas culturales de los países del bloque socialista. Uno de ellos le cuenta que antes de salir del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú ya tenía trabajo asegurado pues en cada pueblo había una orquesta y toda la gente tocaba un instrumento. Tenía claro su futuro porque las instituciones estaban muy vinculadas con el mercado de trabajo. Sin embargo, luego de la crisis económica y política se podía ver a una gran pianista vendiendo ropa en los mercados los fines de semana, y una ola de músicos migrantes que fueron llegando al continente americano.
Rocío señala a México de nuevo para enfocar en la multiplicidad de ocupaciones en este universo. Mira al organillero y al director de orquesta sinfónica, al mariachi y al cuarteto de jazz, al DJ y al rapero; y en las artes plásticas visualiza al diseñador de tatuajes o de espacios virtuales. Observa el contexto familiar, el educativo y la docencia como opción de actividad paralela. Ve a los músicos egresados del Conservatorio Nacional que viven de tocar en bodas y bautizos; a los clarinetistas indígenas que cuando por fin alcanzan su sueño de integrarse a una orquesta de música clásica sufren el recorte presupuestal de un gobierno que ahora los considera fifís. Escritores que enferman en el desamparo y recurren a la solidaridad de sus amigos para poder seguir un tratamiento; bailarines que deben costearse sus cirugías. Museógrafas o investigadores contratados cada tres meses a lo largo de varias décadas por instituciones que de un día para el otro los despiden sin indemnización alguna. Trabajadores del arte, talleristas y proveedores de servicios que participan en programas del gobierno federal o de la ciudad de México, protestando por falta de pago.
Aparecen los colectivos “No vivimos del aplauso” y el Moccam (Movimiento Colectivo por la Cultura y el Arte en México). Para Rocío se trata de “un grito” que dice: “¡Véannos! Somos trabajadores, no nos pueden seguir contratando por 20 años por honorarios, no nos pueden despedir de pronto y esfumarnos. No pueden dejarnos sin pago”.
Les pagarán para que guarden silencio. ¿Y después?
En la esfera de cristal aparecen dos iniciativas de ley para la seguridad social de los artistas (una de 2011 y otra de 2018), guardadas en los cajones del Congreso. Y los discursos de campaña y las promesas de Alejandra Frausto, Secretaria de Cultura, en el lugar de la memoria donde habitan los pendientes.
Rocío concluye Vivir del arte con recomendaciones concretas dirigidas “a quienes deberían comprometerse a formular una propuesta integral sobre la condición social del artista en México”.
En resumen, sugiere:
1) Las políticas públicas deben apoyarse en un enfoque multidimensional de trabajo artístico que considere los postulados de los derechos humanos, laborales y ciudadanos. Como ciudadanos, los artistas tienen derecho a beneficios universales.
2) Dado que las condiciones del trabajo artístico, caracterizadas por la intermitencia y la multiactividad, se extienden cada vez más en el mercado laboral, se recomienda crear un sistema universal de seguridad social para todos los ciudadanos y terminar con los regímenes especiales de seguridad social.
3) Un seguro de desempleo, sostenido con aportaciones tripartitas de trabajadores, empresarios y el Estado, que corresponda a las modalidades de trabajo artístico que combinan periodos de desempleo con trabajo por proyecto. Durante la inactividad, los artistas deberían gozar de un porcentaje mínimo de pago y con beneficios integrales.
También propone incentivar la investigación en los centros de educación superior en torno a las condiciones del trabajo artístico, el creativo y el de gestión cultural. El diseño de una política cultural que incluya todas las fases del proceso de producción. Mecanismos institucionales transversales que hagan compatibles las metas de beneficio de la economía cultural, la producción cultural de calidad, la profesionalización de las actividades culturales y el bienestar social de los artistas, creadores y gestores culturales.
Para la autora “el Estado debe constituirse como el eje de este sistema cultural integral y comprometerse con la protección social de los artistas”. Se trata del 3 por ciento de la población económicamente activa y, al mismo tiempo, del sector que ha crecido más en los últimos años.
En la esfera de Rocío Guadarrama aparece ella durante las presentaciones de su libro en el Conservatorio Nacional, en la Facultad de Música de la UNAM, en el Departamento de Artes de la Universidad de Sonora, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la de Minería el 27 de febrero próximo…Y se escucha el eco de sus palabras: “Las actividades artísticas contienen el germen afectivo y emocional indispensable para el florecimiento humano”.
adriana.neneka@gmail.com
24 de febrero de 2020
Adriana Malvido
Periodista y escritora. Estudió Comunicación en la UIA. Inició en el diario unomásuno en 1979 y en 1984 fue cofundadora de La Jornada donde se especializó en reportajes de investigación en cultura. Ha colaborado en Proceso, Cuartoscuro, la Revista de la Universidad de México y Milenio. Actualmente publica su columna semanal “Cambio y Fuera” en El Universal y colabora en el suplemento Confabulario. Es autora de nueve libros, entre ellos, Nahui Olin, la mujer del sol; Por la vereda digital; Zapata sin bigote; La Reina Roja; Los náufragos de San Blas; El joven Orozco, cartas de amor a una niña y el más reciente: Intimidades, en coautoría con Christa Cowrie. En 2011 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, en 2018, el Premio Pen México a la excelencia periodística y en 2019 fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en la FIL Guadalajara.