El acercamiento a los símbolos de la Iglesia católica y la apropiación de algunos de ellos como una manera de legitimar los movimientos políticos en nuestro país, tiene como origen el “patriotismo criollo” surgido en la época de la Independencia. Los ideólogos más reconocidos de este pensamiento fueron fray Servando Teresa de Mier y su discípulo Carlos María de Bustamante, quienes buscaron en los primeros acontecimientos de la Conquista, los argumentos para poner en duda la legitimidad de la Corona española en la Nueva España.
A fines del siglo XVIII España fue derrotada por Inglaterra en la Guerra de Siete Años, cuya crisis llevó a la Corona a replantearse su papel en las colonias, pues de alguna manera debía obtener recursos para reponer sus pérdidas. Ello significó mayores cargas fiscales que asumirían principalmente los criollos, quienes, consecuentemente, buscarán liberarse del lastre español que los humilla. Para ello el criollo debía forjar su propia historia, pero no a partir del pasado colonial, pues éste era obra del peninsular; en cambio, se afanó por encontrar algo que lo definiera y distinguiera de sus padres. Fue así que acude al pasado indígena para generar su narrativa, aunque el indio contemporáneo poco le importara. A la valoración del indio de antaño se le conoce como “indigenismo histórico”.
El patriotismo criollo proviene de la búsqueda de derechos autónomos y expresa los sentimientos de una clase “heredera legítima de la Conquista”, a los que se les negaba el derecho a gobernar el país en el que habían nacido. En su libro Los orígenes del nacionalismo mexicano, David Brading, profesor de la Universidad de Cambridge, hace una puntual disección del patriotismo criollo, tomando la tesis de fray Servando Teresa de Mier. Sus fundamentos serían la exaltación del pasado indígena; el resentimiento xenofóbico en contra de los españoles y la denigración de la Conquista como una maliciosa destrucción de las civilizaciones indígenas. Es, sin embargo, la devoción por la Virgen de Guadalupe, el argumento más eficaz para darle sentido a dicho pensamiento.
Mier justificó la Independencia mediante la “Teoría de la evangelización apostólica de la Nueva España”, según la cual, si la Conquista tuvo como misión la evangelización de los naturales, ésta no se sostenía, pues el catolicismo ya existía antes de 1492 en América. El dominico afirmó que el apóstol del reino indígena fue Santo Tomás, a quien éstos llamaron Quetzalcóatl. La imagen de la Virgen de Guadalupe aparecía en su capa, de tal manera los naturales ya eran cristianos y habían adorado a Guadalupe durante 1750 años en el Tepeyac, donde el apóstol había edificado la Iglesia. El sayal de la Virgen era del siglo I, pero cuando los indios cometieron apostasía, es decir, cuando se apartaron del Evangelio, la imagen fue escondida como castigo divino; posteriormente ésta se le apareció a Juan Diego, un indio que había regresado a la fe católica gracias a la labor de los frailes. De acuerdo con dicha tesis, son los misioneros y no los conquistadores, los verdaderos fundadores de la Nueva España, pues a través de sus obras lograron que los indios reivindicaran al cristianismo.
Esta teoría contrarió a la sociedad colonial y disgustó a la Iglesia, pues si bien había dudas respecto a la similitud entre Santo Tomás y Quetzalcóatl, se creía que el nacimiento de la religión católica en la Nueva España se había dado a partir de la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, como un reconocimiento de la labor de las órdenes mendicantes y no, como sostenía Mier, como un perdón a los naturales por su reencuentro con Dios, luego de haber abandonado el camino del cristianismo.
A pesar de las intenciones que tenían los criollos de diferenciarse del peninsular, basándose en argumentos que lo hacían más cercano al indio, realmente no buscaban compartir un proyecto nacional con éstos; finalmente eran ajenos a su cultura, a pesar de la devoción de ambos a la guadalupana. Por su parte, los indios también se encontraban vulnerados, no sólo por el nivel que tenían en la escala social, sino porque las recién promulgadas reformas borbónicas implicaban la posibilidad de perder las tierras comunales que habían sido reconocidas por los Austria.
Para finales del siglo XVIII la variada mezcla entre mulatos, mestizos, indígenas y demás castas, representaba tres cuartas partes de la población mexicana. El vínculo que sumó esa mezcla, dice Brading, fue el catolicismo más que una conciencia de nacionalidad. A diferencia de los movimientos independentistas en América del Sur, que fueron llevados a cabo por los criollos, en México éstos se ven en la necesidad de convocar a los indios. El guadalupanismo y el simple uso de la palabra “americano”, como hizo Morelos en “Los sentimientos de la nación”, identificaba a todos los nacidos en el continente, apropiándose de su historia. El estandarte de los independentistas fue la Virgen de Guadalupe.
El catolicismo fue la justificación para la Conquista; de tal manera, la Independencia debió tener también una justificación basada en dicha religión; la apropiación de sus símbolos, en particular la guadalupana, fue el argumento perfecto para desmembrar la presencia española. No obstante, México pasó a convertirse en un Estado laico durante la Reforma, aunque el guadalupanismo no se desprendió de nuestras venas. Si bien es un valor con el cual comulgan muchos mexicanos, éste corresponde al ámbito privado; su presencia en el espacio público es cosa del pasado.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.