Ignacio Manuel Altamirano escribió en 1871 La Navidad en las montañas, una breve y bella novela que evoca los paisajes bucólicos en una comunidad imaginaria, seguro inspirado en las tierras guerrerenses, donde el escritor y político liberal nació en 1834. A través de su lectura topamos con las exultantes imágenes que describen aquel paisaje. Aunque no lo nombra, pues se trata de una quimera, sería quizás Tixtla, su pueblo. A través de esta joya, Altamirano dibuja una comunidad ideal basada en el pensamiento liberal; ejercicio similar al que Tomás Moro desarrolló en Utopía. En La Navidad en las montañas, el escritor de origen chontal detalla la concreción del pensamiento liberal del siglo XIX en aquella comunidad a través de su sistema político, económico, social y cultural.
Al igual que Ignacio Ramírez El Nigromante y Benito Juárez, Altamirano pertenece a la pléyade de la segunda generación del liberalismo decimonónico; son los descendientes ideológicos de José María Luis Mora, Lorenzo de Zavala y Mariano Otero. Además de ser exponentes del pensamiento liberal, estos tres hombres que fueron de bronce en vida y continuaron siéndolo para la eternidad, llegaron a ocupar cargos públicos que permitieron darle vida a la ideología que les inspiraba: el oaxaqueño, presidente del país; el guerrerense, presidente de la Suprema Corte; el guanajuatense, diputado del Congreso Constituyente del 57. Los tres poderes encarnados por hombres a la altura de los retos que la patria enfrentaba.
El pensamiento liberal del XIX pugnaba por la construcción de una república, federal y democrática gobernada por instituciones representativas. Defendía una sociedad libre de la influencia clerical y militar. El crecimiento económico se daría a través del fortalecimiento de la pequeña propiedad, de los campesinos y los maestros artesanales; el objetivo era impulsar el dinamismo de las clases medias a través del acceso al mercado y a la educación.
El liberalismo se basaba en el libre juego del interés individual, inspirado en las ideas de “la mano invisible” de Adam Smith. Consistía en emanciparse de las leyes restrictivas, como la acumulación de la riqueza por parte de la Iglesia. La libertad traería progreso y prosperidad y para ello había que eliminar los obstáculos que impedían el desarrollo de la libre empresa y la circulación de la economía: las grandes propiedades rurales y los bienes en manos muertas de la Iglesia. Quizá uno de los resultados desafortunados de dicha doctrina fue que las propiedades de las comunidades originarias fueron también consideradas “corporaciones” y por lo tanto expuestas a los mismos efectos de los bienes de la Iglesia. Pero ese es un tema que requiere otro espacio.
En La Navidad en las montañas que gira alrededor del idilio entre Carmen y Pablo, acompañada de los pasajes tradicionales de la Navidad en México, como la posada, los villancicos, la plaza de armas llena de puestos de dulces y confituras, la cena navideña y la Misa de Gallo, Altamirano urdió en paralelo los ideales del liberalismo del XIX: un capitán del ejército se topa en su andar por las sinuosas montañas con el cura que le ofrece albergue; al llegar a su pintoresco destino, el capitán conoce al alcalde y al maestro de la escuela. Se congregan así las instituciones más simbólicas y representativas: el militar, pero el que representa a la leva, no el de los mandos privilegiados; el alcalde, electo democráticamente y cercano al pueblo, quien abre las puertas de su casa para ofrecer la cena navideña a sus representados; el maestro, personaje muy querido y respetado, y el cura, pero el parroquiano, no el del alto clero a quien los liberales veían como miembros de una institución que impedía el bienestar social.
En la novela se habla de los sistemas de rotación agrícola para favorecer la economía de los campesinos, de la adopción del molino, de la introducción de especies florales que pudieran ser atractivas en los mercados. El inmueble más imponente y simbólico, no es la iglesia, ni el palacio municipal, tampoco el cuartel militar, sino la escuela, porque es ahí donde la niñez tendrá acceso al conocimiento; un edificio de carácter civil que promoverá la enseñanza laica y la instrucción basada en la práctica.
Especial respeto le merece al ideólogo el Concejo de Ancianos, representada por el “tío Francisco” y su esposa, la “tía Juana”. El tío Francisco es un indígena puro, recto de conciencia, de una instrucción no vulgar cobijada bajo el manto de una “piedad acrisolada”. Era el consultor nato del pueblo; sus decisiones se tenían como inapelables en las cuestiones sometidas a su arbitraje patriarcal, siempre basado en un riguroso principio de justicia, mientras que a la tía Juana el pueblo entero la respetaba como una madre y la joya más preciada.
Ahora que los guerrerenses viven momentos aciagos a causa de las dramáticas consecuencias del huracán Otis, sería oportuno tomar las lecciones de Ignacio Manuel Altamirano, para construir una comunidad armónica; y así, en un futuro, los hijos de los acapulqueños y sus alrededores puedan decir: “¡Dios mío! ¡qué bendita Navidad ésta que me ha hecho encontrar lo que me había parecido un sueño de mi juventud entusiasta”.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.