Detalle del Plano del ejido de Chapultepeque Perteneciente a esta N. C. de México, formado por el Alferes Don Idelfonso Yniesta Vejarano… Fechado el 23 de febrero de 1774. Fuente: Biblioteca Orozco y Berra. Reproducción tomada de Fernández, 1988: 77. (Imagen tomada de El pueblo de indios de San Miguel Chapultepec, un pueblo olvidado, de María de Lourdes López Camacho, Museo Nacional de Historia, INAH, s/f).

 

Sábado. Por fortuna aún es posible caminar por varias de las maravillosas colonias de la Ciudad de México acompañados por las mismas jacarandas que dieron sombra a los paseos de nuestros abuelos. Los colores, sabores y aromas de esta ciudad representan una experiencia como la de asomarse a una olla de barro, mientras se cuecen las viandas con todos aquellos ingredientes que se mezclan para llenar de placeres nuestros sentidos.

El fin de semana emprendí un recorrido con parte de mi familia que nos permitió disfrutar la grandeza de nuestra cultura. Mi hermana, su hija y uno de mis hijos iniciamos la jornada el sábado por la mañana para almorzar en las quesadillas de Plateros, donde hemos acudido alrededor de 40 años. El lugar comenzó como un puesto que atendía una familia que cada mañana llegaba desde Toluca con los guisados del día. El esfuerzo de varias generaciones trascendió el tiempo y el espacio, pues adquirieron parte del inmueble frente al que se instalaban para convertirlo en una pequeña fonda.

Puestas las energías nos dirigimos a nuestro primer destino en la San Miguel Chapultepec: una exposición de editoriales independientes provenientes de varias partes del mundo en la Galería Kurimanzutto, misma que representa a varios de los artistas contemporáneos más reconocidos de nuestro país. Algunas de las curiosidades que llamaron nuestra atención fueron las reproducciones a escala de unos mapas de diversos elementos de la cultura mexicana dibujados por Miguel Covarrubias; se trata de la representación de unos murales que Covarrubias pintó en San Francisco y que no han podido ser rescatados.

Detalle de la Casa Luis Barragán. (Imagen tomada de casaluisbarragan.org).

 

El recuerdo de Covarrubias nos conectó al siguiente destino: a diez minutos andando se encuentra la Casa Estudio Luis Barragán, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO; se trata de un respiro lleno de magia enclavado en aquel nudo de la ciudad donde vivió el único premio Pritzker mexicano. Barragán y Covarrubias tuvieron una muy estrecha amistad, tanto que el arquitecto fue el heredero del artista. Mientras caminaba por aquellos patios aireados y las intrincadas escaleras sin barandales que recuerdan las subidas a la Pirámide del Sol; mientras topaba con su habitación cuya simpleza destella elegancia; mientras me perdía en esos pasillos como laberintos diseñados con estricta geometría y sentido de perspectiva, fui recordando mi primera visita a dicho monumento artístico que como un péndulo se mueve entre lo moderno y lo vernáculo.

A finales de los ochenta mi abuela materna recibió inesperadamente una llamada por parte de Barragán, quien la citaba porque quería entregarle algo. Recién capacitado para conducir, la costumbre consistía en que la llevara a hacer los mandados. Juntos acudimos a la cita. El jalisciense, en el ocaso de su vida, nos esperaba en silla de ruedas con un objeto en su regazo cubierto por una tela. Saludó con amabilidad mientras desvelaba la tela. La sorpresa de mi abuela fue mayúscula al ver que se trataba de un retrato que Covarrubias haría de ella, pero que no pudo concluir. “Esto le corresponde”, le dijo el arquitecto. Mi abuela lo recibió con los ojos enjugados y amplio agradecimiento. El contorno de su cara y sus rasgos estaban trazados perfectamente; sus ojos denotaban ya su mirada y el retoque de un listón rojo atado en la cabeza, como se lleva en el Istmo de Tehuantepec, era lo único que Covarrubias había terminado. “No hay obra inconclusa, aún así se aprecia la genialidad del artista”, le dijo mi abuelo cuando regresamos a casa con el retrato en sus manos.

Una vista al interior de la Galería Kurimanzutto. (Imagen tomada de galeriasmx.com).

 

La San Miguel Chapultepec me resulta muy familiar. Días antes había concluído el bello libro de Rafael Pérez Gay, Todo lo de cristal, e influenciado por la nostalgia de la ciudad en que creció, realicé mi recorrido bajo similar mirada. En la calle de Gelati vivió muchos años mi querido jefe y mentor, Luis Martínez por quien pasaba cada mañana para nuestra habitual caminata. En el hospital Mocel pasé con mi padre largas jornadas ante su inminente partida, mientras luchaba contra el cáncer. Ahí también vivía Alí Chumacero; cada domingo acompañaba a mi abuelo visitar a su mejor amigo; aquellos encuentros que duraron lustros, los esperaba con ansiedad durante la semana, pues ser testigo de dos poetas dominando el albur y divirtiéndose como adolescentes mientras saboreaban un vaso de whisky, era un deleite que tocaba el surrealismo.

La colonia sigue manteniendo su encanto y ha incorporado al paisaje tiendas de curiosidades, pequeños restaurantes y atractivos cafés, en uno de los cuales hicimos una pausa. De regreso pasamos por el Complejo Cultural Los Pinos. Los patios se encontraban ocupados por puestos de artesanías y productos provenientes de Jalisco, en uno de los cuales me detuve para comprar una botella de “raicilla”, un mezcal extraído de un agave endémico del estado que no conocía. Un grupo de danza afromexicano se presentaba en el jardín; mientras continuamos el recorrido hacia la residencia, accedimos al primer piso, pues el segundo estaba cerrado. El espacio me pareció frío y distante; sólo algunas obras de artistas mexicanos del siglo XX colgaban en las paredes. Recordé que en muchas ocasiones acudí a muestras similares en el Centro Nacional de las Artes, que recibían artesanos, cocineras comunitarias y grupos artísticos provenientes de las entidades federativas, las cuales, creo, ya no se llevan a cabo.

La jornada llegaba a su fin. Emprendimos camino a casa de mi otra hermana, donde nos aguardaban unas deliciosas garnachas del Istmo. Bebimos la raicilla mientras circulaban las garnachas, para al final, como desde niños, hiciéramos el recuento de cuántas había comido cada uno, pues como dice Pérez Gay “nadie puede vivir sin el niño que fuimos dentro del alma”.

Dos grandes amigos y escritores, Andrés Henestrosa y Alí Chumacero. (Imágenes tomadas de poemas-del-alma.com y poeticous.com).

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