2020, el año de la distopía

(Imagen: Wattpad/Pinterest).

Este año ha sido especialmente complicado para los habitantes del planeta, sin importar latitudes, formas de gobierno, edad o nivel socioeconómico. La pandemia se extendió a lo largo del orbe, evidenciando sin lugar a duda, el carácter “democrático” que tiene la muerte.

No fueron los derechos económicos, sociales, culturales o ambientales, tampoco los objetivos de desarrollo sustentable, tampoco fue la renta básica universal lo que se democratizó. En los albores del nuevo milenio fue la enfermedad y las dificultades de un sistema colapsado, el que en mayor o menor medida provocó afectaciones en todas las dimensiones de la vida humana. Organismos internacionales encabezados principalmente por la Organización Mundial de la Salud, alertan sobre los escenarios posibles en los próximos años, y no son visiones halagüeñas.

En noviembre de 2018, la Universidad Nacional Autónoma de México dedicó su revista número 842 a las “Utopías y Distopías”, un número del todo interesante, en sus hojas podemos visitar las posibilidades de nuestros mundos imaginarios, desde los políticos, hasta los literarios. La construcción cultural humana no tiene límite. Es muy conocida la frase de Eduardo Galeano, sobre la posibilidad esperanzadora de la utopía: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Es el derecho a soñar, a imaginar, a construir el mundo, los mundos, las posibilidades.

Sin embargo, parece ser que ante la gran y reveladora crisis que inaugura el presente mileno, ha llegado una especie de hora cero; el desempleo, la pobreza, la desigualdad, se acrecientan ante el panorama actual, y lo que impera es la incertidumbre. En México, uno de los peores escenarios anunciados (60,000 muertes aproximadamente) se rebasó más menos a mediados de año, ante la imposibilidad de aislarse totalmente (ya sea por trabajo y por cuestiones de salud mental que devienen del aislamiento prolongado), los habitantes han comenzado a relajar medidas sanitarias, lo que puede propiciar un final de año mortífero.

El panorama actual, nos confronta a todos a tomar consciencia, responsabilidad y acciones ante la crisis, comenzando por el autocuidado personal y el cuidado del otro. La desigualdad social, la crisis del Estado, han provocado a lo largo de los años un aterrador desgaste social; por ello el 2019 fue un año de grandes estallidos sociales que continuaron a inicio del presente año. La falta de credibilidad a los gobiernos actuales, provoca una serie de especulaciones, teorías conspiranóicas, disidencia ante la evidencia. Somos pobladores del siglo XXI con mentalidad del medievo.

No es el año 2020 una maldición, es el síntoma, fruto y consecuencia de errores grandes a nivel social, de omisiones podría decirse “imperdonables” en la política pública de los países del globo, pero también de su ciudadanía.

El presente se aparece distópico (anti utópico) es decir, indeseable en sí mismo. La realidad supera la ficción. Sí en palabras de Galeano la utopía sirve para andar, la distopía debe entonces frenar los pasos, no debemos continuar hacia el abismo. La pandemia no es una llamada de atención, es ya la vivencia terrible de lo inhumano, lo inimaginable en distintos niveles. El invierno más crudo que vive la humanidad toda, el miedo del otro en sí mismo.

Quizá es en la distopía donde la utopía deja de ser un sueño, para convertirse en atisbos de realidad; así puede la vivencia utópica y personal del día a día construir mundos, abrir puertas, hacer mirar horizontes de lo probable. Nos toca resistir en nuestros propios senderos de la construcción, es menester seguir soñando y aferrarse a que un mundo mejor siempre es posible. En la distopía de lo inhumano toca como resistencia, seguir siendo humano.

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