ENSENADA. Hasta antes de la pandemia (febrero de 2020) podía uno, con certeza relativa, plantearse un conjunto de utopías (quizá todas irrealizables, pero ello no importaba) porque el ambiente en que uno vivía no se encontraba tan contaminado, como hoy, por la desolación. Es decir, uno podía entonces -hasta antes de la fecha mencionada- dejarse llevar por el optimismo, yéndose con la expectativa de que el futuro seguramente iba a ser mejor. Si no en lo social, al menos en lo individual el pensamiento jugaba sin restricciones con la idea de que, a la vuelta de la esquina, podía existir otro mundo, mucho más alentador que el del presente. Hoy, la desolación ha cancelado esa expectativa.
Frente a esa desolación, ¿qué hacer hoy? Hablar con el pesimismo de los filósofos de la contemporaneidad (Chul Han, Zizek, Castoriades, Bauman, entre otros varios) sólo nos conduce a reconocer que, en efecto, lo que hoy sucede nos ilustra sobre el proceso de cómo la sociedad individualista y basada en el consumo desenfrenado descrita por Lipovestky, a lo único que condujo fue a la sociedad de la desgracia y la desolación que hoy predomina y de la cual, aparentemente, aún no sabemos cómo escapar ni en lo individual, mucho menos en lo colectivo.
Dar ese paso, de lo individual a lo colectivo, que es profundamente político y complejo puede ser, sin duda, una de las características destacadas del Antropoceno, este nuevo ciclo vital que desde años atrás estamos tramontando, en el cual las pesadumbres de la vida diaria parecen ser el nuevo paradigma, que afecta tanto desde lo individual a lo colectivo y en donde la única visualización de esperanza radica en el hecho de la capacidad de pensar en la pesadumbre y cansancio existencial y en que, para salir de ello, se requiere de un conjunto de transformaciones políticas profundas que conmuevan y cambien tanto la esfera social como la individual, para que ambas esferas, una vez transformadas, se dediquen a construir en conjunto las nuevas utopías.
Así, las tesis aquí propuestas en estas notas tienen esas características. Parten, sí, de un pesimismo profundo, herencia única y deleznable del sistema social (económico, político, ideológico) hegemónico desde la Edad Media a nuestros días -el capitalismo-, que nada digno de mencionarse le ha redituado a un género humano, cada vez más cansado y agüitado, y, mucho menos, a un planeta que tiene al borde del término final, por la manera desmedida, irracional y salvaje con que ha explotado sus recursos y lo sigue haciendo, sin que nadie (o demasiado pocos) tomemos conciencia, aparentemente, de ese ecocidio.
Vivir al borde del precipicio, insisto, pareciera ser la característica central del Antropoceno (“El término Antropoceno se ha creado para designar las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad tanto la rápida acumulación de gases de efecto de invernadero como los daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos naturales”, subraya la ONU al definirlo), etapa en la cual la característica central de ella, en términos filosóficos, es que la utopía ha sido vencida por el pesimismo, toda vez que el género humano terminará su existencia…, antes de que él termine con el planeta tierra.
*Sólo estructurador de historias cotidianas
Profesor jubilado de la UPN/Ensenada.
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