En menos de un minuto, Israel Santamaría Sánchez (43 años) realiza ‘efectos mágicos’ -como él les llama- en el cruce de las avenidas Everardo Márquez y Javier Rojo Gómez, muy cerca de la Central de Autobuses de Pachuca.

La rutina que hace depende del tiempo que dure el semáforo en rojo: “Tiene que ser algo rápido y práctico para que me dé tiempo de presentarme, hacer el efecto, despedirme y pedir la cooperación o ayuda de la gente”, explica el mago.

A pesar de tener sólo seis meses trabajando en ese lugar, Israel ya es muy conocido por los automovilistas que pasan seguido por ahí, donde también convive fraternalmente con los chicos que limpian parabrisas, vendedores o algunos malabaristas: “Todos somos compañeros de la calle y nos apoyamos mutuamente; incluso, si alguien recibe comida, la comparte con los demás”.

Cuando le va muy bien en el semáforo, consigue hasta 300 pesos en un día, pero regularmente saca la mitad o un poco más, con lo cual debe sostener a su esposa y tres hijos.

“Ante la difícil situación que estamos viviendo, yo entiendo que no todo el mundo está en la disposición de soltar una monedita, pero agradezco a quien nos apoya con un pesito o un donativo más grande. También nos ayudan, a veces, con un poco de agua, un refresco, alguna fruta, una torta u otro tipo de comida”, agrega.

Israel viene de una familia que se dedica a la magia desde hace décadas, cuando su papá, don Francisco Santamaría González, mejor conocido como el mago “Frasman”, llegó a Morelia en 1985, logrando muchos éxitos y el reconocimiento popular.

 

 

A su papá, que falleció hace dos años, lo considera su ídolo y un ejemplo a seguir, igual que sus hermanos, el mago Luis Santamaría y Dan El Ilusionista. Ellos lo apoyan en la preparación de algunas rutinas, porque Israel apenas tiene dos años y medio dedicándose por entero a la magia, ya que antes trabajó en varios circos pero como entrenador de animales, oficio que le permitió viajar por varios países de Centro y Sudamérica.

“En 1995 inicié primero siendo ayudante en el cuidado de delfines y focas en un circo de Colombia; posteriormente, aprendí a entrenarlos y después me tocó adiestrar perros, chivos y caballos”.

Cuando regresó a México, hace casi tres años, no encontró opciones laborales en este campo, debido a la ley que prohibió usar animales en los circos, con la cual no está muy de acuerdo.

“Cuánta gente no llega a conocer a un león, un elefante o un camello gracias a los circos que se meten hasta en los pueblos más chicos y remotos, donde nunca habrá un zoológico para ver estos animalitos…Yo trabajé con animales salvajes en varios circos y siempre la prioridad eran ellos, porque también son artistas como los demás, porque son parte importante de la familia circense”, enfatiza.

“Para mí fue una experiencia y una satisfacción maravillosa, que no la cambio por nada… No me arrepiento de haberla vivido, porque incluso hasta tengo dos hijos venezolanos”.

No es fácil la vida del circo, en ese viaje sempiterno de cambiar de una ciudad a otra, cada mes o cada 20 días, pero “hay personas que a pesar de no tener ninguna relación con los artistas o la empresa, llegan al circo y se enamoran de esta vida errante, quedándose por muchos años”.

Mientras siga la pandemia, que limita muchísimo su trabajo como mago o payaso en fiestas infantiles, seguirá viajando todos los días de Ciudad Sahagún a la capital hidalguense para asombrar a chicos y grandes en el semáforo, con ayuda de su inseparable amigo “El Conejo ito”.

14 de agosto de 2021, Pachuca de Soto, Hidalgo.

Share the Post: