Cleofe ha tenido la confianza de poner en mis manos una suerte de trazos biográficos. “Aunque se me da teclear, no soy autora y no me interesa una noveleta, vaya, ni un cuentito, ni un informe terapéutico de esos que aprendí rete bien a redactar. Como te dije, blogueador de la red, es el desahogo del corte de caja”.
Le urgía soltar los episodios de su andar. Después de algún tiempo de seguir mis publicaciones, “me convencí que eras de punto intermedio tirándole abajo, un peculiar escribidor con capacidades para hacerme reír. Y ya sabes, es una de mis debilidades con los hombres, aunque en este caso, ni siquiera insinuaciones gramaticales tienen lugar”.
La estructura de las seis entregas en que convertí los mensajes de Cleofe, fue pactada. Esta mezcla entre nota informativa y entrevista, extrayendo las “declaraciones”, ajustando el tono narrativo, con cierta labor de edición a sus dichos.
“Es el acuerdo y cuando termina la serie, lo decimos, Lalín es periodista cuartillero. Ha sido una grata aventura el riesgo consumado entre ambos. Los mensajes por sí solos ¡qué pereza! Ni para un coyotito hubieran dado, yo tan necesitada cada tarde de una siestecita”.
Sigamos los renglones rumbo al cierre.
Los últimos años dedicada, intensivamente, al karate, con la mirada puesta en lograr en cortísimo plazo graduarse de cinta negra, “se convirtió en el salvoconducto a la irreversible vejez. Es canijo, Cruz Vázquez (con doble zeta, pero es más bonito el apellido con la combinación de ese y zeta), pero adelantarme a ciertos escenarios era una acción impostergable, por más dolorosa que para ciertos personajes fuera”.
Se refiere, como la canción, “a esos amantes a la antigua, que inician prestos y aperturistas y terminan queriéndote convertir en madre sustituta, psicoanalista de cabecera, zurcidora de calcetines, financiadora de inspiraciones y, además, meterte un anillo de casamiento en la mano como contraprestación al contentillo”.
El karate le dio más herramientas que la Yoga, disciplina de la cual pudo trasladar ciertas conductas y técnicas para que los oponentes aguantaran el golpeteo de las artes marciales (también para darles consuelo en sesiones privadas). “Si como yoguini abundaban las alumnas, los alumnos y los necesitados de las virtudes de su maestra, como karateca increíblemente más”.
Lo sorpresivo del relato es que “te cuento lo vivido sin calendario ajustado. Dejo a tu imaginación y a la de los 19 lectores de esta serie que fijen en el tiempo mi edad y condición. A lo más unas cuantas inyecciones de botox. Nada de cirugías e intervenciones para reponer lo que no vale la pena fijar a la fuerza”.
Se siente orgullosa de andar tan delgada como cuando niña, con esa flexibilidad de epopeya, con un pensamiento tan juvenil como cualquiera de sus alumnas adolescentes. “Cierto, mis piernas recienten señales, marcas de las venas, el debilitamiento de los tejidos, en fin, lo normal. Al final poco importa cuando se funden los cuerpos”.
Si pudiera representarse para ser interpretada, Cleofe optaría por un rompecabezas. “Imagina tecleador empedernido, una escena de vida en mil partes… Al final, todas mis piezas encajan, con sus defectos y con sus virtudes, con los muertos y los sobrevivientes de mi territorio, con los hijos realizados y el adorado en esta y otra vida, mero mero hijito de mis entrañas, con las descendencias, con ¡todo!”.
“¿Crees que este mural mío es tan visible como para ser descifrada en el cielo de los blogeros?” me pregunta Cleofe.
Me parece que de sobra queda el mural en la pared bloguera, en el lienzo de la red, ¿no lo creen los lectores de estos mensajes?
Entonces le pregunté, en tanto no me quedaba claro, cómo pasa los días de postpandemia y lopezobradorismo extremo.
“Dedicada al disfrute de las conquistas de tan largos procesos y etapas. Las piezas encajan. De las que quedan, unas las tienen los herederos de la estirpe, otras la comunidad de afectos y las restantes, no por ser ni menos, ni más importantes, mis hombres. Diariamente reúno todas las energías para tomarme las suyas. He sido bendecida por seguir siendo tan solicitada”.
Cleofe se va de este espacio. Una vez publicados sus mensajes, me dice, dejará a su suerte lo que generen, lo que se diga, lo que sea.
“No te volveré a buscar, ni a escribir, ni nada. No leeré una línea más tuya. Gracias por este fuego en el ciberespacio. Ojalá tengas suficientes llamas para consumirte, pues renacer de las cenizas es quizá lo mejor de la vida”.
Entregas anteriores aquí:
https://pasolibre.grecu.mx/cleofe-los-mensajes-de-una-karateca-1-saber-provocar/
https://pasolibre.grecu.mx/cleofe-los-mensajes-de-una-karateca-2-la-tierra-es-de-quien-la-trabaja/
https://pasolibre.grecu.mx/cleofe-los-mensajes-de-una-karateca-3-sabores-del-origen/
https://pasolibre.grecu.mx/cleofe-los-mensajes-de-una-karateca-4-de-entrada-por-salida/
https://pasolibre.grecu.mx/cleofe-los-mensajes-de-una-karateca-5los-menesteres-variopintos/
Eduardo Cruz Vázquez
Eduardo Cruz Vázquez periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural. Estudió Comunicación en la UAM Xochimilco, cuenta con una diversidad de obras publicadas entre las que destacan, bajo su coordinación, Diplomacia y cooperación cultural de México. Una aproximación (UANL/Unicach, 2007), Los silencios de la democracia (Planeta, 2008), Sector cultural. Claves de acceso (Editarte/UANL, 2016), ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024 (Editarte, 2017), Antología de la gestión cultural. Episodios de vida (UANL, 2019) y Diplomacia cultural, la vida (UANL, 2020). En 2017 elaboró el estudio Retablo de empresas culturales. Un acercamiento a la realidad empresarial del sector cultural de México.