No molestar, grabado sobre linóleo (2012), de Andrés Webster Cabrera.

LOS ÁNGELES. El términó lo acuñó Giovani Sartori. No tengo a la mano el ejemplar para revisarla con exactitud, pero la tesis de Homo videns. La sociedad teledirigida, consitía en que el proceso cognitivo de las nuevas generaciones se vería afectado por el contacto visual de la imagen impregnada en la televisión y el Internet, en lugar de desarrollar la capacidad de abstracción derivada de la palabra escrita y la lectura.Vivimos en una época de alta exposición a los medios digitales. El homo videns es una especie dominante, aunque no me parece que los resultados que predijo Sartori sean tan dramáticos. Es cierto, por un lado, el reino de la imagen y el Internet han sido devastadores para impedir el fomento del pensamiento crítico y constructivo; autores como Javier Marías han sido muy atinados en exponer la manera en que las masas, a través de las redes, pueden ser inclementes y capaces de devorarse a la razón.

Sin embargo, también es verdad que el Internet ha coadyuvado de forma exponencial a democratizar el conocimiento y el acceso a la información. La sociedad del conocimiento, como bien ha sido bautizada, es también el ejemplo de la evolución del ser humano. Tenemos a la mano datos disponibles y, gracias a la información tecnológica, podemos navegar los océanos en cuestión de segundos y asomarnos a lo que acontece en otras partes del planeta.

Es aterrador, por ejemplo, que ante la invasión del coronavirus pasemos las tardes mirando la televisión o leyendo estadísticas en Internet, para saber cuántos casos nuevos hay en cada rincón del planeta, como si se tratara de otras Olimpiadas, ya que las oficiales de Tokio han sido pospuestas y, en lugar de observar en el tablero las medallas de oro por país, queramos saber el número de muertos en cada uno.

Paradójicamente, en las circunstancias en las que vivimos, el homo virus encerrado, confinado, excluido del contacto físico con su misma especie, ha echado mano del homo videns para estrechar de alguna manera los lazos en sus comunidades y continuar con el proceso de socialización característico del ser humano.

Es curioso, este incidente nos ha devuelto el sentido de la pertenencia y el regreso a nuestros orígenes. Y lo digo porque, por ejemplo, hace un par de domingos conectados todos a través de la pantalla en sus respectivas casas, junto con mis hermanas y mi madre, jugamos nuevamente como cuando éramos niños el “Basta”, esta vez acompañados de la nueva generación ampliada de la familia, constituída por hijos y sobrinos.

No recuerdo la última vez que pasó, pero han sido décadas que no compartía tiempo con ellas recreándonos con éstos y otros juegos que nos entretenían cuando aun éramos inocentes. Me sentí como en aquellos años, con ese anhelo con el que jugábamos a veces convertirnos en adultos. Ahora, al paso de los años y ante el infortunio que vive la humanidad, se ha transformado en lo opuesto, en su antítesis, en la de soñar en volver a nuestra niñez y retornar al seno familiar en el que crecimos.

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