Para las culturas mesoamericanas el bastón de mando representaba un símbolo de autoridad legítimo otorgado por la Divinidad y no inexorablemente por el pueblo. El jerarca tenía un estatus divino que justificaba su derecho a gobernar y recibir tributo, tal como sucedía en las culturas católicas, donde la legitimidad del Rey provenía de ser representante de Dios en la Tierra. Si bien existen paralelismos con los cetros usados en Europa, se trata de un arquetipo que resalta en muchas culturas a lo largo de la historia, donde ha existido una élite “elegida” para ejercer el poder que le es delegado por la divinidad.
En la época que fungí como secretario de Cultura de Oaxaca, tuve la oportunidad de conocer a una pareja excpecional. Se trata del profesor emérito del departamento de Arqueología e Historia Latinoamericana de la Universidad de Leiden, en Holanda, Marteen Jansen y su esposa, también profesora de la propia Universidad, Gabina Aurora Pérez Jiménez, ambos expertos en las culturas mesoamericanas, particularmente en la mixteca.
Después de varios años, establezco comunicación con Marteen para que me sugiera alguna lectura sobre el simbolismo del bastón de mando. Nos alegra mutuamente el saludo y me remite a su ensayo “Símbolos de poder en el México Antiguo”.
Entrado en la lectura, devoro el estudio de Jansen: los bastones o varas de mando representan emblemas de responsabilidad gubernamental que se encuentran claramente presentes en los códices mixtecos precoloniales, donde aparecen como símbolos dinásticos junto con Envoltorios Sagrados. Las varas contienen diferentes motivos en los códices que parecen representar nombres o calidades especiales; el más conocido es el “quincunx”, también llamado “signo de Venus” que, entre otros, adorna el bastón de la dinastías de los gobernantes mixtecos en Tilantongo, como fue 8 Venado Garra de Jaguar.
La ideología de la realeza mesoamericana, continúa el nerlandés, estaba fundada en el contacto personal del gobernante con el mundo espiritario de las fuerzas divinas, un contacto que implicaba tanto el culto a los ancestros como experiencias visionarias de los propios gobernantes. El carácter divino de los reyes mismos promueve la “ósmosis” de geografía y cosmovisión, de historia y mito, de lo profano y lo sagrado, hasta que se cierra el círculo; múltiples símbolos remiten a este concepto: las imágenes, los atavíos, la planeación de los centros ceremoniales y la estructuración de la historia misma. Se trata, pues, de un estatus sobrehumano y sagrado de los reyes y, consecuentemente, de los artefactos que llevaban consigo, como la vara de mando.
De acuerdo con Jansen entre los rituales encontrados en los códices mixtecos que representan las genealogías de ascenso al poder por parte de gobernantes elegidos, está la ceremonia de taladrar el Fuego Nuevo con una vara, que recuerda la primera salida del Sol y el inicio simbólico de la historia humana: “En varios códices el palo para taladrar el Fuego Nuevo llega a ser identificado iconográficamente con la flecha de la conquista, la flecha de poder como el cetro en manos del gobernante y la flecha que se tira a las cuatro direcciones durante el rito de la toma de posesión”.
El uso de la vara de mando ha trascendido las culturas precoloniales hasta nuestros días. En Oaxaca podemos ver esta continuidad en la ceremonia del cambio de autoridades muncipales, que pude atestiguar en varias ocasiones, donde este artefacto está presente. Se trata de la entidad con mayor número de municipios: 570, de los cuales 417 eligen a sus autoridades por usos y costumbres avalados por la propia Constitución del Estado, ya sea por ascenso en el escalafón de cargos, que puede ir desde el topil -el policía de la comunidad- hasta el presidente municipal, o mediante asamblea comunitaria o, en su caso, por nombramiento del Consejo de Ancianos, entre otros métodos.
En los últimos años los cabildos municipales se han apropiado de la ceremonia del cambio de bastón de mando, me comenta Armando Manzano, antropólogo de origen chinanteco, a cargo del departamento de investigación del Museo Regional Casa Verde de Tuxtepec, que dirige Roger Merlín, uno de los más avezados promotores culturales que he conocido; pero esta apropiación no es bien vista en las comunidades, pues no hay un reconocimiento consensuado dentro de la misma; se trata de una disyuntiva entre el poder tradicional, en oposición al gobierno municipal.
Armando me refiere a la obra de otra brillante investigadora, Carmen Cordero Avendaño de Durand, La vara de mano. Costumbre jurídica en la transmisión de poderes. Para Doña Carmen, a quien también tuve la fortuna de conocer en Oaxaca, los rituales en los centros ceremoniales en las últimos años han tenido cambios más profundos que en otras épocas, no sólo se ha dado la tendencia a politizarlos, como señala Armando, sino también hay cierta pérdida de solemnidad, debido a elementos exógenos como la migración, la nueva evangelización a través de diversas iglesias, las comunicaciones, entre otros factores.
En su libro, Cordero afirma que el nombre correcto es vara mas no bastón de mando, pues entiendo yo, este último se refiere a un accesorio que ayuda a compensar la reducción del peso al caminar, y no necesariamente un ícono relativo a la autoridad que este simboliza. Las varas se elaboran con el corazón de los árboles endémicos más preciados, el cual se talla de manera precisa, para dejarlo totalmente liso. En algunas comunidades se incrustan casquillos adornados de oro o plata y listones de colores que cuelgan de la misma. Los colores dependen de la comunidad, aunque se ha vuelto más común el uso de listones con los colores de la bandera.
Las varas de mando tienen una profunda carga semiótica en las comunidades originarias, que si bien se ha visto corrompida por influencias exógenas e intereses políticos, no deja de representar un sentido sacro, traducido en la dignidad, pureza y obediencia que no sólo debe honrar quien la porta en el acto de gobernar, sino que debe hacerse bajo el consenso y los ritos tradicionales de las propias comunidades.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.