El planeta de Filogonio Naxín

Sin señal, Filogonio Naxin (2020).

Un niño está sentado frente al televisor. Se le ve atento, trata de tomar apuntes, su rostro expresa preocupación. Él y su perrito miran la pantalla donde solo se lee: “Sin señal”. Al lado, una ventana abierta deja ver la montaña, el campo, la vida. Pero él mira al aparato sin pestañear. Le dijeron que ahí se educaría.

Se trata de una pintura, el acrílico que el pintor mazateco Filogonio Naxín subió a redes el 2 de septiembre. Y escribió: “Así la realidad de muchos niños en las comunidades indígenas; me hace recordar mi infancia, en la que no entendía el español y me hicieron sentir que el que no tenía capacidad era yo. ¡Qué triste que la realidad no ha cambiado!”.

La Secretaría de Educación Pública había anunciado poco antes que, debido a la pandemia de Covid-19, los niños y niñas en escuelas públicas tomarían clases por televisión. De no contar con el aparato, podrían acceder a las lecciones a través de la radio.

A Filogonio se le removió su infancia en Mazatlán Villa de las Flores, Oaxaca, el segundo municipio más marginado México (el primero está en Guerrero), donde nació. Tomó los pinceles y realizó otro acrílico. En la pintura aparecen dos niños frente a un radio con antenas. El más pequeño, de pie, detiene una vela mientras que el otro, iluminado por ésta, escribe en su cuaderno Kuasín Chuún (Así están las cosas). El rostro de los dos refleja desconcierto. En el muro de junto cuelga de un clavo un dibujo con el contorno de la República Mexicana. Y al lado, un “Calendario 2020 México. Cultura”. El dibujante compartió la imagen en redes y escribió: “Recuerdos de mi infancia. Cuando la oscuridad brillaba en mi casa. Tristemente para la mayoría de los niños sigue siendo igual, recuerdo cuando solo conocía las instituciones por los calendarios o ‘regalitos’ que llegan a dar. ¡Nunca nos enteramos que son instituciones que tienen una obligación con los pueblos, con la gente!”.

Calendario 2020 de Filogonio Naxin.

Esas imágenes me llevan a una vecindad al sur de la ciudad de México para entrevistarlo. La fachada está recubierta con un mural suyo. Estallan los colores y las formas que dan a una calle en la colonia Merced Gómez. Dentro, recorro un pasillo con muros pintados, pregunto por Filogonio y un par de niños levantan los hombros. “El pintor”, les digo. “Ah, sí, aquí vive”. Al interior no sabe uno donde comienza el taller y termina la casa. Igual, desaparece la línea que divide la realidad de la fantasía. Es como entrar a otro planeta que ha de llamarse El mundo de Naxín o Ngasundiera Naxín como se tituló una exposición suya donde Alfredo López Austin encontró la creación gozosa, la expresión de un rico mundo interno, figuras y colores que escapan a la rigidez de la física, según escribió en el catálogo.

“Estas piezas tienen que ver con lo que estamos viviendo. Es casi como en mi infancia, en mi pueblo, donde no había ni luz ni televisión cuando era niño. No tuve luz en mi casa hasta que salí de preparatoria. No solo yo, sino muchísimos niños lo vivimos y lo siguen viviendo ahora, entonces imagínate ahora una televisión, pues peor porque no le entiendes; hablo de las gentes que hablan alguna de las 68 lenguas indígenas. Sólo el 30 por ciento entiende bien el español. Entonces ¿cómo le van a hacer? ¿cómo las mamás les van a ayudar?”, se pregunta.

Filogonio Velasco Casimiro nació en 1986 y recuerda con claridad cuando entró a la primaria, solo hablaba mazateco.

Escucho al mundo y me asusto, entonces mi corazón de niño vuelve siempre a la pintura ¡mi mejor casa, mi mejor lengua! (escribió en redes el 18 de noviembre de 2020).

 

Filogonio Naxín en su estudio. (Fotografía: Adriana Malvido).

Cuenta: “No entendía nada de español, me tocó el sistema tradicional de maestros estrictos, rudos, y toda una generación que te hace pensar que no aprendes porque eres burro, porque no pones atención… y vives esa doble discriminación, la de los profesores y la de tus padres porque no estás pasando las materias. Es un sistema que buena parte de México sigue sufriendo, hacerle sentir al niño que no puede porque no tiene las capacidades, le bajan la autoestima y le quitan la creatividad”.

En la escuela, recuerda, lo único que hacía era fingir que estaba apuntando, pero en realidad, trazaba, rayaba, claro que lo regañaban, pero no hacía caso y siguió así hasta que la línea se volvió dibujo. En su casa le tocaba ir a cuidar chivos, recoger leña al campo, dice que llevaba sus libretas, arrancaba yerbas verdes, flores rojas y manchaba el papel “jugaba con los materiales a la mano”. Y eso, dice, es lo que hace con los pequeños de su pueblo cuando les da talleres. En su casa pintaba a la luz de la vela.

“Hay muchas comunidades que viven sin luz, carreteras o infraestructura. Por eso pinté esos cuadros, porque recuerdo bien mi niñez y quiero darle voz a los niños de hoy que siguen igual. Pero ahí, como se ve en el dibujo, del otro lado de la ventana están la naturaleza, el agua, las casas de adobe, de madera, la tierra… es de donde nacen todos los colores que manejo y aunque no tuve radio ni televisión, tuve esos paisajes y abuelos y tíos que me contaron muchas historias, cuentos, leyendas, donde abundan seres mitológicos como los nahuales; todo eso está en mi pintura, un juego entre mi pasado y el presente”, dice Filogonio. Y menciona a su padre: “Él era alcohólico, falleció de cirrosis, pero hasta cuando estaba borracho me narraba historias, yo se lo pedía. Iba por todos los pueblos con sus burros vendiendo fruta que cortaba de los árboles y me contaba todo lo que le pasaba en el camino, miles de anécdotas, cuentos que de repente ya eran de terror”.

Filogonio habla mucho de su niñez y de las infancias de hoy en los pueblos. Solo del mazateco, dice, hay 16 variantes que son como 16 formas de ver el mundo “y te imponen la televisión”. Sí, advierte, “se habla mucho que si la diversidad y las culturas y las lenguas, pero cuando vas a los rincones de esas comunidades, es otra cosa, ahí está la oscuridad”.

Ombligo de tierra Xúura Ngasundie

Filogonio cuenta su vida y cada episodio tiene que ver con la pintura “porque encontré que ese era mi lenguaje, no hablaba con nadie, pero dibujaba, ese era mi refugio y dije de aquí nadie me saca”. En la secundaria no existía la materia de dibujo, pero sí de bordado, le gustó y sigue haciéndolo; entra a concursos de arte con pinturas elaboradas en pedazos de tela de manta donde su mamá hacía punto de cruz. Hace preparatoria en Teotitlán del Camino, donde traza día y noche y forra sus libros con dibujos realizados con tinta de plumas atómicas (sus compañeros le pagaban para que les forrara los suyos), juega ajedrez… Sigue sin entender el español; para pagar su renta en un cuartito de 2X2 trabaja de mesero o haciendo limpieza. Un amigo, Antonino, le enseña a utilizar el lienzo y a preparar los soportes, y empieza a hacer óleos, naturaleza muerta, paisajes y bodegones. Todo lo que gana se le va en materiales y pago de renta, así que come tortillas duras, pero “tenía más hambre de aprender a pintar”. Ahí vende su primer cuadro y comienza a comprar pinceles y pinturas. Luego, sus compañeros también le piden ilustraciones para sus novias por lo que “me la pasaba en chinga haciendo los encargos”, comenta.

Cuando termina la prepa regresa a su tierra y pinta rótulos y murales, pero decide mudarse a la ciudad de México y hace mil chambas, desde taquero, mesero y cajero hasta vigilante en una plaza comercial en Polanco, con todo y uniforme y macana. Dice que le gustaba el trabajo porque dentro de la plaza había exhibiciones de pintura; ver aquellos cuadros de gran tamaño le anima a comprar telas y ponerse a pintar. La empresa de seguridad lo cambia de lugar y de horario, ahora trabaja por las noches. “Llevaba un libro en la mochila y mi libreta. Yo abría y cerraba la puerta y en mis ratos libres me ponía a dibujar, había puros judíos por ahí, se sorprendían: ‘¡Ah, usted dibuja!’ también viví esa forma de discriminación”. Su amigo Antonino lo busca y le dice que trabaja en la Casa de la Cultura en Oaxaca. Decide alcanzarlo y entonces la vida le da un vuelco.

Y es que toma clases de pintura, composición, historia del arte, descubre a los grandes maestros y luego e ingresa a la Facultad de Bellas Artes en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. “Se me abre la mente”, asegura, se entera de la teoría y de mejores materiales para la pintura, pero aún no puede adquirirlos. Entonces trabaja de carnicero y recuerda que pintaba con la sangre de la carnicería sobre cartón reciclado; también hacía collage.

En su casa-taller, una niña y un niño pequeños van y vienen, pintan, juegan, ríen, se le cuelgan del cuello. Toda su casa está rodeada de obra reciente con los temas: “Educación”, “Corazón de la tierra” y “Coronavirus”.

Una de sus piezas, El suspiro de la Tierra se titula así porque “la pandemia nos puso a reflexionar a todos, la tierra había dejado de respirar, pero con la irrupción del coronavirus, cuando se pararon las fábricas y los coches y la gente se encerró, animales que nunca veíamos se dieron el lujo de asomarse en las ciudades. Salieron libremente por primera vez en mucho tiempo. En ese momento la Tierra dio un suspiro. En esta serie hay una reflexión en ese sentido: está cambiando el corazón de la Tierra con los animales, las plantas, el agua, la naturaleza y como ser vivo, como ser humano, todo eso me impacta. La Tierra es la base de todo, una sacudida y en minutos desparece la humanidad”.

Suspiro de tierra (2020).

La presencia del maíz en su obra es constante. Comenta Naxín: “Es el origen, como mexicano el maíz es relevante, nosotros lo ocupamos para todo, pero, además, los colores que da son también los del ser humano. Somos de tantos colores, de tantas formas de ser. Y hay claroscuros, los tonos más oscuros son los que están viviendo los pueblos, justo los que han cuidado las plantas y la tierra, los que han conservado la naturaleza y han convivido con ella respetuosamente, son los más afectados por la pandemia, desde la Amazonia hasta el norte”.

“Coronavirus” es una serie en técnica mixta, cargada de humor negro acerca del confinamiento y de ese virus invisible que nos encerró a todos en casa o a quienes la tienen, porque ahí están representadas las personas en situación de calle, los obreros y desempleados, las enfermeras y los médicos que son “los héroes y las víctimas” y el ser humano como un virus o como la plaga que atenta contra la vida en el planeta.

Escribe Alberto Ruy Sánchez sobre el pintor: “Festivo y terrible, muy colorido pero lúgubre, cruel y a la vez lleno de ternura. Es lúdico y es tremendo. Como si sólo es pudiera ver dentro de nosotros las fuerzas contrarias que nos habitan y sin embargo no se contradicen”.

Filogonio sostiene que “el arte es para todo, pero para mí es importante la conciencia social; quizá por las condiciones en las que crecí y la pobreza que enfrenté, es relevante para mi tener un lenguaje que comunique algo acerca de lo que estamos viviendo o lo que venimos viviendo desde hace tiempo. No es la primera vez que abordo expresiones sociales, cuando hago estos trabajos siento que hasta se me relaja el cuerpo”.

Héroes de capa blanca (2020).

También imparte talleres para niños en su comunidad y en otros pueblos. Desea transmitirles que lo importante es el valor, que se sientan orgullosos de su lengua, que no se sientan discriminados ni excluidos. Quiere decirles que sí pueden hacer las cosas, que no pierdan su origen, su identidad, su lengua. Y que se expresen en cualquier forma: cantando, escribiendo, gritando, leyendo o dibujando. Le importa que sean libres, romper los esquemas y las estructuras. Si una mamá le cuestiona “oiga, las manzanas no son moradas”, le dice “tome a su hijo y llévelo a su casa y enséñele cómo son las manzanas. Aquí yo soy el tallerista y pueden ser del color que sea”. Si un niño le dice “el agua es azul” le responde: “si miras el río o el mar, ves todas las tonalidades del agua, el verde, el amarillo, el rojo, o los colores que brillan con el sol. Yo los uso todos”. Lo importante, insiste “es que sean libres”.

Cristal Mora nos acompaña. Trabajaba en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) cuando conoció a Filogonio y pensó que era justo lo que necesitaba el instituto, alguien que en realidad conoce las comunidades indígenas. Así que el dibujante regreso a la ciudad de México, ilustró libros, leyendas e historias de diversos pueblos hasta que decidieron independizarse. Hoy son pareja y equipo.

Naxín participado en 30 exposiciones individuales y colectivas.  Lo que sigue: la próxima inauguración en San Ildefonso de un mural suyo que formará parte de la exposición Kixpatla: cosmopolítica y arte indígena. La galería CICLO Galileo 92 en Polanco exhibe actualmente Yo me iré lejos y los pájaros seguirán cantando con 54 de sus obras recientes y una retrospectiva para el 2022.

Acuarelas, acrílicos, óleos, monotipos, aguafuertes, un estallido de formas y colores, de humor, erotismo y crítica se escapan del taller hacia la calle para despedirnos antes de cruzar la puerta de la “Avecindarte”, como le han llamado al planeta de Filogonio Naxín en una ciudad donde todo es posible. Hasta un Big Bang en medio de la colonia Merced Gómez.

Proyecto “Avecindarte“.

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