¿El que pregunta, encuentra?

Ejercicio de participación de jóvenes y docentes en Ecatzingo, Estado de México, después de los sismos de 2017.  El proyecto se llamó Despertando la imaginación en la reconstrucción de la comunidad. (Fotos: Tere Quintanilla, archivo IMASE).

¿El que pregunta, encuentra?

En mi entrega anterior planteé un tema que en verdad me inquieta: saber si hay estudios realizados en México sobre la relación entre el arte y la formación humana durante la infancia y la juventud. Y estoy más interesada aún si estas indagaciones se han realizado escuchando sus voces, reconociendo sus intereses y necesidades como agentes sociales en formación.

Retomando la investigación realizada por el Lincoln Center for the Performing Arts en 1970, la preocupación central fue el desarrollo de los jóvenes y en cómo se piensa el trabajo desde las artes en función de servirles a ellos y no en función de atraerlos hacia las artes. Es una línea sutil que hace la diferencia entre una perspectiva y la otra.

Es reconocido que las artes enriquecen y transforman para bien las vidas de quienes entran en contacto con sus procesos. Pero cuando la atracción se genera desde una responsabilidad de atenderles para darle sentido a las artes, es decir, a través de tener audiencias y alumnos en las artes, lo que estas aportan en su beneficio queda en un segundo o en un tercer plano.

¿Se puede invertir la ecuación y reconocer primero cuáles son las necesidades de infantes y jóvenes, y cómo estas necesidades pueden ser atendidas con estrategias que provienen de las artes para entonces actuar en consecuencia?

Pienso por ejemplo en el caso de las orquestas juveniles. ¿Es realmente la aportación de las artes en la educación la de formar orquestas en todos los rincones del país pensando en el desarrollo de una nueva ciudadanía, o es una imposición porque alguien así lo decidió?

¿Se ha realizado algún estudio mexicano que incluya la voz de las y los jóvenes así como la de sus comunidades que clarifique la aportación que se requiere de las artes en la educación básica de nuestro país, en el desarrollo de sus comunidades, a partir de abrir una nueva mirada hacia la relación entre el arte y la evolución social?

¿Quién decide y cómo decide aquello que la infancia y las juventudes requieren de las artes? ¿De qué manera tendría que ser elaborada dicha investigación para que integre la diversidad de pensamientos, inquietudes y necesidades que existen en estas poblaciones?

Con el propósito de provocar el debate y la reflexión, me pregunto: al enfocar proyectos en la generación de públicos ¿se está pensando en actuar para beneficiar a los públicos o se está pensando en atraerlos para la subsistencia y credibilidad de los proyectos artísticos? ¿Es posible repensar el sentido y el quehacer del arte en la transformación social que nuestro país requiere con urgencia?

Repensar lo que las juventudes necesitan de las artes para formarse como seres íntegros e integrales significa enfocarnos en lo que aportan a la formación profunda de una nueva generación de ciudadanos con el fin de  propiciar una manera diferente de interactuar entre ellos y con su entorno.

Es reconocido que las artes enriquecen y transforman las vidas de quiénes entran en contacto con sus procesos. Pero es fundamental reconocer primero las necesidades de infantes y jóvenes para generar estrategias artísticas que les sean útiles en lo individual y lo colectivo. En la imagen, otro aspecto del proyecto Despertando la imaginación en la reconstrucción de la comunidad, en Ecatzingo, Estado de México.

Agradezco que Leticia Pérez Castellanos atendió a mi llamado y me compartió tres volúmenes de Estudios sobre públicos y museos. El primer tomo se refiere a “Públicos y museos: ¿Qué hemos aprendido?” (2016), el segundo nos brinda apuntes para pasar de la teoría a la práctica (publicado en 2017), y el tercero nos presenta referentes y experiencias de aplicación desde el campo (editado en 2018). Es una publicación bajo su coordinación, realizada por la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Leticia comparte en su blog El diván museológico el texto leído en la presentación editorial del tercer volumen (7 de marzo de 2019), del cual retomo algunas palabras para dar sentido a lo que acá escribo:

Por supuesto se trata “(…) de reflexionar sobre la suerte que corren las iniciativas y estudios realizados si no trascienden el formato de informe técnico que muchas veces queda atrapado en los escritorios de funcionarios, en el archivo muerto o, cuando tenemos suerte, en los archivos históricos institucionales”.

Me pregunto cuántas palabras de tantos proyectos realizados desde el ámbito de la cultura se han quedado atrapadas en la húmeda corrosión de algún sótano institucional sin ser leídas y mucho menos valoradas como aportación fehaciente de la relación entre el quehacer cultural y la construcción social.

¿Cuántos informes o estudios sobre el quehacer del arte en y con las juventudes se han realizado a menor escala y no han sido considerados para formar parte de una indagación de mayores proporciones que mantenga el esfuerzo de las pequeñas iniciativas en proyectos pasajeros que pudiendo impactar, se desvanecen?

Celebro que la intervención de Leticia me haya permitido voltear la mirada a un grupo de personas que me han compartido inquietudes e imaginarios. Individuos que trabajan apasionadamente en un sótano sin muros, en recónditos rincones que dan fogonazos de luz a los visitantes inquietos y curiosos de los museos. Una profesión invisible que tiene el potencial de generar un mayor impacto en esta relación en favor de las infancias y las juventudes.

Leo con interés los materiales y reconozco una línea de investigación que merece reconocimiento, visibilidad y mayor presupuesto para renovar, afianzar y potencializar su poder educativo y social.

Confío en descubrir más pistas que me den la oportunidad de aprender y en futuras entregas, compartir.

 

terequindac@gmail.com

4 de octubre de 2019.

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