El GRECU, desde su fundación en 2009, ha sustentado su quehacer a partir del diálogo en favor del sector cultural. Una escena del encuentro al que refiere este artículo. (Fotografías del colega GRECU Juan Raúl Barreiro Isabel).

 

Ante el escenario electoral que vive el país, el de mayor intensidad que yo recuerdo, hemos sido testigos de debates entre aspirantes a puestos de elección popular, donde cada quien pretende sobresalir a veces con propuestas solventes, a veces no y, en la mayoría de los casos, a través de descalificaciones mutuas. Si bien en los regímenes democráticos es necesario la contraposición de ideas y los cuestionamientos a los distintos proyectos que se presentan en las contiendas, debe suponerse que estos debates requieren de la mayor seriedad, pues deben dar respuestas concretas a las necesidades que la población demanda a través de los programas de gobierno que cada participante enarbola.

Las descalificaciones abundan y la vacuidad de propuestas concretas y factibles, triste y contrariamente, son escasas. Debatir ha tomado como sinónimo el enfrentamiento, la destrucción ominiosa y no la construcción de un proyecto que abone a resolver las demandas de la ciudadanía. Nuestra incipiente democracia es aún tan frágil, que pareciera que la clase política todavía no logra comprender que la ciudadanía no requiere de una “representación”, tal como sostiene Guy Debord en su obra La sociedad del espectáculo, para convencer al electorado, sino de respuestas claras a sus problemas cotidianos, como tener garantizado el servicio de electricidad, el acceso a la salud, a la seguridad o a la educación de sus hijos, entre otros temas prioritarios para las familias mexicanas.

Lo que muchos quisiéramos ver, sin embargo, es un diálogo mediante el cual se puedan contrastar los razonamientos para lograr acercarse a soluciones precisas. El pensamiento clásico, otra vez, nos da las pautas para ello. Sócrates, por ejemplo, afirmaba que la verdad se puede alcanzar a través de la contraposición de los razonamientos mediante el diálogo; un ejercicio conocido como la “mayéutica”. Es decir, buscaba en el diálogo un saber racional, mientras caminaba con sus discípulos, para llegar a las causas originales.

Platón, inspirado en su maestro Sócrates, practicó el diálogo no sólo como recurso filosófico, sino literario, a través de una estructura dialéctica. De acuerdo con la escuela platónica, el diálogo es la forma por excelencia de filosofar para quien no pretende imponer una doctrina, sino que trata de invitar a los demás a buscarla, a través de un aprendizaje dialéctico. Se piensa dialogando, dice Carlos García Gual, en su “Introducción” a los Diálogos de Platón, editados por Ausrtal, tomando como premisas los argumentos filosóficos del ateniense. Se piensa haciendo enredar el hilo en las argumentaciones de los otros para, así, continúa García Gual, afirmarlo y contrastarlo. Una filosofía que nace a través del diálogo, nace ya humanizada y enriquecida por la solidaridad de la sociedad que refleja y de la que se alimenta. En tal sentido, el diálogo es una herramienta pedagógica.

 

A pesar del escenario político tan adverso en el que vivimos, donde ha imperado más, insisto, la descalificación que la construcción de ideas, hay espacios donde aún el diálogo se impone a la retórica. Es el caso del “Diálogo por el sector cultural” organizado por el GRECU que tuvo cita el pasado dos de mayo y su antecedente del 14 mayo de 2018, “Diálogo por la Reforma Cultural”. Ambos coloquios lograron visualizar las ofertas en materia de política cultural en los dos últimos procesos electorales por la presidencia del país. Los “Diálogos” han sido sin duda espacios de sana y propositiva discusión, donde los participantes se han visto a los ojos para plantear acciones concretas en materia de política cultural que nos atañe como sociedad.

Las dinámicas en cada uno de los encuentros han resultado favorables para encontrar los puntos en la agenda donde deben fortalecerse los mecanismos de solución a los retos que la política cultural del país demanda; entre ellos, la descentralización, o visto en otros ojos, la federalización de los bienes y servicios culturales; el incremento del presupuesto en materia de cultura; la reingeniería del sector y, particularmente, el rediseño de su marco legal. Asimismo, ha relucido el tema de la cultura como un motor para el desarrollo económico a través del fortalecimiento de las industrias culturales, el régimen fiscal de la actividad cultural y el turismo cultural. También resalta el tema de la distribución de los bienes y servicios culturales, como el cine, la cultura digital, los servicios bibliotecarios, y el reconocimiento y fortaleza de la diversidad cultural como fuente de identidad y ancla incluso para el desarrollo, entre otros tantos aspectos.

Temo decir, sin embargo, que a pesar de que la cultura ha estado vacunada de la algidez que muchos de los asuntos públicos sufen, en esta ocasión se percibe un breve contagio que debería ponernos en alerta, pues cuando se trastocan valores fundamentales que atañen el ámbito de la cultura, el diálogo se pone en riesgo. Fue el caso de algunos visos o mensajes destellantes que llegaron a notarse en el diálogo que deben preocuparnos.

El GRECU ha logrado convencer a los representantes en materia cultural de las tres fuerzas que se presentan a la contienda electoral de 2024, para participar en estos ricos diálogos que abonan al entendimiento en estos momentos tan álgidos en la vida pública de México. Tal como sostenían los clásicos, la cultura, la filosofía y, en general, la sabiduría, deben estar al servicio de la polis. La cultura, pues, nos impone el reto de dialogar para que podamos construir una ciudadanía fortalecida e inmune a la barbarie que el debate público muchas veces genera.

Otra vista del Diálogo por el sector cultural, en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.

 

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